Hay quienes quieren que el ciudadano se guíe para votar por la manipulación de encuestas.
La realpolitik, el pragmatismo, la opinión publicada, el sentido práctico norteamericano que recomendaba Lenin, los mensajes subliminales, el inconsciente colectivo, en fin toda clase de imaginarios sociales y políticos que se apoderaron del ejercicio democrático han generado un escenario en el que se construyen verdades a partir de mentiras a medias, premisas falsas, silogismos, sofismas y hasta falsos positivos.
Una de estas trampas, la reveló en su último número la revista Semana sobre las posibilidades de Enrique Peñalosa, que se sabe que ha sido y sería un buen alcalde pero que es un mal candidato. Semejante conclusión refleja ni más ni menos que la intención de voto que muestran las encuestas es incoherente y por lo menos irresponsable con los destinos de la ciudad, que las preferencias del electorado serían politiqueras y no comprometidas con el futuro de Bogotá, y lo que es peor, dejaría ver que elegir es banal o superficial, que se escoge formal y no sustancialmente o que la democracia emocional podría derrotar a la democracia racional.
El retrato que hace la revista, inspirado en la frase de algún genio del marketing político indica que quien lo haría bien, que quien sabe y puede y, bueno, también quiere ser alcalde, que quien sería un buen administrador de la ciudad, sobre todo ahora que urge rescatarla de una pésima administración, resulta que no es buen candidato. Luego surge la pregunta del millón ¿qué quiere decir en las democracias modernas un buen candidato?
Y la respuesta histórica asusta por decir lo menos. Hugo Chávez fue un buen candidato, Álvaro Uribe fue un buen candidato, el cura Hoyos en Barranquilla fue un buen candidato, si lo que se entiende es que para eso se requiere despertar pasiones, no importa si son bajas. Que no se necesita ser preparado, capaz, serio, conocedor de la ciudad, querer a su ciudad, sino que se requiere tener el truco para despertar pasión. Lo que casi siempre le queda fácil al promesero, al populista, al demagogo y al charlatán. Ahí la emoción es el nombre del juego. No el conocimiento.
Esto significaría tristemente que el electorado busca fenómenos electorales antes que soluciones estructurales. Que no importa la movilidad, la seguridad, el ejercicio ético de lo público, la reducción de las tasas de mortalidad, la educación o la salud, sino que lo determinante es la forma cómo se vende un candidato. Y Dios nos libre de lo que pasaría si caemos en manos de un buen candidato, de aquellos que despiertan pasión y mueven masas iracundas. Estos casi siempre han terminado ejerciendo dictaduras. Hitler y Mussolini fueron excelentes candidatos que sensibilizaron los bajos instintos de las hordas enfurecidas.
Pobre Bogotá si su suerte está condenada a que el buen alcalde no gane porque se prefiere elegir al buen candidato. Si Samuel le ganó a Peñalosa por eso, nadie querría imaginarse qué sería de la ciudad en cuatro años por haber elegido un buen candidato pero mal alcalde, peor ahora que Bogotá sufrió un contundente retroceso.
Tal vez no sea tarde para reflexionar si un buen candidato debería ser alguien que quiere a su ciudad, y no que utiliza a Bogotá como plataforma política para otras aspiraciones como las de no irse de este mundo sin haber mandado, por las malas o por las buenas. Querer ser alcalde de Bogotá para sacar a la ciudad del atolladero en que lo dejó el Polo, no es lo mismo que querer ser alcalde para buscar ser presidente. Tanto lo sabe la gente que hay quienes dicen incluso que es mejor que Petro sea alcalde para que no sea presidente. Este ¨pragmatismo raya con el cinismo irresponsable con la ciudad aunque se disfrace de responsable con el país. La ciudadanía bogotana no puede aceptar que a su ciudad se la tome como trampolín, ni como alternativa para satisfacer la “libido imperandi”.
Quizás todavía sea tiempo para que el electorado decida con sensatez, sin pasiones y con criterio de futuro de ciudad y de país, incluso. Que elija por ejemplo al que sabe que el TLC es una oportunidad para Bogotá, para que se monten plantas de ensamblaje, fábricas de zapatos y tubos, que generarán empleo y desarrollo; y no que elija al que se le atravesará al TLC con un discurso anacrónico y populista que defiende soberanías hasta del progreso.
No deberían los bogotanos castigar al que quiere a su ciudad y premiar al que la utiliza como plataforma. Como si las suegras decidieran premiar el síndrome de la Duquesa de Alba, que quien se casa con ella la quiere por todo menos por que la quiera. No escoger al mejor algo para castigar al mejor alcalde. Aún es hora de que la izquierda colombiana aprenda de sus mentores. Porque China hoy está dispuesta a montar las plantas de ensamblaje y las fábricas que le permite el TLC, en lugar de apoyar la retahíla mamerta del senador Jorge Robledo, quien también cree que Peñalosa es mal candidato y que como no es Aurelio, no está mal que sea Petro, que es buen candidato.