De tribunas a tribunales: un periodismo confundido

Mié, 14/08/2019 - 10:18
Cuando un estudiante de periodismo pasa por una facultad de cualquiera de las universidades que ofrecen el programa, tendrá necesariamente que encontrarse con palabras clave como verdad, objetividad
Cuando un estudiante de periodismo pasa por una facultad de cualquiera de las universidades que ofrecen el programa, tendrá necesariamente que encontrarse con palabras clave como verdad, objetividad e imparcialidad, pero en esas honduras no es mi intención meterme ahora. También tiene que aprender el aspirante a diferenciar los géneros mayores, menores, de información y de opinión, como los 4 apartados en los que deberá moverse a lo largo de su vida profesional, entendiendo que el perceptor, cualquiera sea el medio a través del cual se le está llegando, tiene el derecho a saber, desde cuál ángulo, concepción o “vestido” se le aborda. Si solamente nos remitimos a analizar los géneros de información y de opinión en los medios de comunicación masiva de nuestro país, encontramos, por lo menos para la reflexión, que o los periodistas o quienes fungen de tales no tienen la menor idea de la diferencia entre uno y otro, que si la tienen ya no sienten el menor respeto por el perceptor, o en el peor de los casos, que sabiéndola, premeditadamente transgreden la ética y las buenas maneras, para aprovecharse de sus receptores, quienes en la mayoría de los casos son eso, receptores pasivos e incautos y no perceptores enterados y activos. Creo también que, habiendo dejado de ser una profesión, el periodismo de Colombia hoy está en muchos casos liderado por profesionales de otras disciplinas a quienes les ha “sonado la flauta” en los medios, son “hijos o sobrinos de”, “amigos de”, o lo más doloroso, simplemente dueños del medio en el cual se expresan o suponen informar, y eso, a más de lo que implica para el manejo viciado de la información, el fomento de las medias o falsas verdades, se convierte en atizadores del fuego de los odios, las pasiones y los egos, un terreno fértil en el que se ha movido la violencia de todas las pelambres a través de nuestra historia. Supone uno, como iluso periodista, que si el caso es de personas formadas en otras profesiones, deberían tener al menos el decoro de prepararse de manera autodidacta en el oficio gracias al cual se convierten en vedettes, legitimadores, o como se les llama ahora, influenciadores, para no demostrar su ignorancia en temas elementales de la práctica periodística, como respeto a sus receptores o simplemente como seres responsables de lo que su proceder puede significar en momentos en los cuales la temperatura emocional parece siempre estar al tope. Pero si el tema es con periodistas formados en la disciplina, la preocupación es mayor, porque cuando uno se dispone a analizar la manera como se está abordando al personaje, especialmente en radio y en televisión, le surgen varios interrogantes: ¿ese periodista está preguntando o acusando?; ¿ese periodista está interrogando autónomamente o simplemente es el transmisor de alguien más?; ¿ese periodista es un reportero o un militante político?; ¿ese periodista es un informador o un opinador?, ¿ese periodista es un periodista o un juez? Por supuesto que los periodistas o quienes laboran como tales tienen todo el derecho a opinar, claro, pero no a disfrazar esa opinión de información; y la manera de verificar si se está cayendo en la confusión es sencilla: ¿hay adjetivos?; ¿hay juicios de valor?, ¿hay intencionalidades manifiestas en la pregunta, en la presentación o en los titulares? Porque el receptor pasivo o el perceptor formado, tienen el derecho a saber, insisto, cuál es el marco conceptual y el enfoque periodístico desde el cual se le aborda. Por supuesto que no quiero caer en el pecado de la generalización. Escribo esto porque durante todo el mes último, me dediqué juiciosamente a analizar, especialmente la radio de la mañana y la prensa nacional y quedé adolorido, porque creí comprobar lo que venía sintiendo como simple oyente o lector: que me estaban atropellando y no informando; sin embargo, encontré razones también para recobrar la confianza. Encontré desde tribunales de la inquisición, donde a toda costa quieren demostrar culpabilidades, entrevistan a quienes ya han juzgado como bandidos o niegan cualquier posibilidad de defensa a quienes han sumado a su grupo de condenados. También, unas veces en los mismos medios, el tribunal pasó a ser de absolución y perdonan todo, desde obras caídas, inconclusas, mal hechas o nunca realizadas, medidas costosas o tomadas a destiempo, deudas con la justicia y malos procederes documental y evidentemente comprobados, por lo cual, no es una suposición asumir que quienes conducen la supuesta información lo hacen desde esquinas políticas y no éticas. También, que bueno, es posible encontrar, mejores tratamientos: medios que han evolucionado hacia columnas de opinión, lo cual implica diferenciar los géneros con evidentes avisos para el oyente o lector, quien entiende que quien está escribiendo o hablando no lo engaña porque lo hace desde su óptica, con su criterio y desde su perspectiva, y eso, a mi manera de ver, es ético y estético. Y digo estético, porque en la presentación de la información o de la opinión, también tienen que haber complementos gráficos o sonoros que les permitan a conocedores o ignorantes percibir que en lo que lee o escucha hay cosas que no son lo mismo, aunque formen parte de idéntico espacio o medio. Debería estar claro: los medios, sobre todo los masivos de información, los cuales ahora necesariamente se complementan con los digitales o nuevos medios como redes sociales, tienen que entender que son tribunas de información y/o de opinión, pero que no son tribunales de juzgamiento. Que el periodismo tiene el derecho y el deber de investigar y denunciar, pero no de acusar y condenar. Qué bueno sería que ahora cuando el libre derecho de informar y opinar que tenemos todos los ciudadanos, está a nuestro permanente alcance a través de las redes sociales, los medios masivos físicos o virtuales, sonoros, impresos o audiovisuales, se comprometieran a contratar periodistas formados en el oficio para volver a profesionalizar la información y que se abriera campo una nueva ley estatutaria del periodismo donde se reconociera al profesional como el experto y no se le menospreciara como ahora cuando se le mal paga, se le remplaza con cualquier hijo de vecino o se le sobrecarga de tareas que no le dejan tiempo para preparar y emitir, sino para copiar y repetir.
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