El cambio de opinión de Felipe Zuleta

Lun, 21/02/2011 - 10:00
Me causó sorpresa la columna de Felipe Zuleta titulada “Samuel, el boludo” y publicada en Kien&Ke. Sorpresa porque hace un par de semanas el propio Felipe se había propuesto, en su columna d
Me causó sorpresa la columna de Felipe Zuleta titulada “Samuel, el boludo” y publicada en Kien&Ke. Sorpresa porque hace un par de semanas el propio Felipe se había propuesto, en su columna de El Espectador, develarnos lo que denominó “La Bogotá de Moreno”. En aquella ocasión la ilusión de una descripción del modelo de ciudad de la “Bogotá Positiva” se desvaneció en el vaticinio de que el alcalde cerraría bien su mandato una vez entregara los más de 220 frentes de obra que,  en opinión de Zuleta, en buena hora decidió abrir. Muchas veces las apariencias engañan, enseña la sabiduría popular. En el volumen de obras públicas contratadas y en ejecución se concentran buena parte de los problemas de la actual administración de Bogotá. El sentido común indica que se debe priorizar,  jerarquizar y planear adecuadamente las mejoras infraestructurales que una ciudad como Bogotá requiere. No hacerlo nos expone a un colapso como el actual, si a ello agregamos los incumplimientos, retrasos y sobrecostos de buena parte de las obras contratadas. Este evidente déficit de gerencia pública se agrava con la euforia por la contratación de nuevas obras. En medio de los retrasos, las alcaldías locales se precipitan en contratar la intervención de las pocas vías locales habilitadas o el IDU se apresura en adjudicar la troncal ligera de la séptima, sin plan de tráfico y con problemas de diseños, cuya demora en el inicio de las obras le pueden costar sobrecostos al Distrito. Sucede que no solo tenemos problemas técnicos. Estamos presenciado una crisis ética de inmensas proporciones que se traduce en una pérdida de legitimidad de la institucionalidad democrática de la ciudad. Mal haríamos en minimizar el tamaño y las implicaciones que se derivan del escándalo del “cartel de la contratación” que compromete a altos cargos públicos como el propio contralor de Bogotá. Por ello el columnista se queda corto  cuando diagnostica, en su último escrito,  una evidente crisis de autoridad en la ciudad capital. Tiene razón cuando señala el impacto que ello tiene en la vida ciudadana, en el deterioro de los indicadores de seguridad, en la violación reiterada de las más elementales normas de convivencia. Y falta autoridad para hacer que los cronogramas de las obras se cumplan, para poner en cintura a los contratistas o para la interlocución con el gobierno nacional. Vacío de autoridad que expresa una falta de liderazgo para conducir el Estado y la sociedad en una dirección determinada. Déficit en gerencia pública, graves hechos de corrupción y crisis de liderazgo constituyen los tres rasgos del momento difícil que atraviesa la capital. Aunque la responsabilidad en buena parte recae sobre el ejecutivo distrital, sería injusto olvidar la responsabilidad que le compete a los demás poderes públicos de la ciudad. Bienvenida la opinión reciente de Felipe Zuleta, aunque son muchas las evidencias que indican una crisis más grave. Y ojo, que podemos terminar formulando aspirinas para tratar un cáncer.
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