El desastre

Dom, 06/03/2016 - 14:03
Hace varios años, un conocido empresario cartagenero se encontraba de farra con un grupo de amigos llegados de Bogotá, para un congreso de seguros en “La heroica”. A ese convite no faltaron las
Hace varios años, un conocido empresario cartagenero se encontraba de farra con un grupo de amigos llegados de Bogotá, para un congreso de seguros en “La heroica”. A ese convite no faltaron las chicas de la vida alegre, citadas con días de antelación, para “agasajar” a los cachacos. Entre trago y baile, la fiesta se extendió hasta la madrugada. El licor hizo su efecto: todos estaban borrachos hasta los tuétanos. El anfitrión “repartió” en su carro, cual ruta escolar, al grupo de personas que departían. Uno a uno fue dejando a cada quien con su cada cual en los hoteles respectivos. El protagonista de esta historia de la vida real, tan pronto dejó aposentado al último de sus carnales, se dirigió raudo y veloz a su casa, ubicada en la ciudad amurallada. A pesar de haber sido el organizador de la rumba, no pudo concretar un encuentro amoroso con ninguna de las damiselas convocadas. Haberlo hecho habría implicado ver la luz del sol fuera de la vivienda familiar (era un lujo que no podía darse, pues allí le esperaban su mujer, su hija quinceañera y su suegra sincelejana, que estaba de visita). A eso de las cuatro y media de la mañana, el marido furtivo, se dispuso a abrir con sumo cuidado el candado de la puerta del garaje. Apagó su camioneta y, aprovechando un declive del terreno, la puso en neutro y la empujó hacia el interior de la casa (en esas viviendas coloniales los garajes están ubicados en el interior de las mismas, y la mayoría de ellos son contiguos a la cocina). A hurtadillas, atravesó la construcción de espacios generosos y un zaguán lleno de coloridas flores. Con la precisión de un ladrón avezado y con los zapatos en la mano, se arrastró hasta la habitación principal, se quitó la ropa, y en calzoncillos se incorporó al lecho nupcial. Su esposa dormía plácidamente, y él estaba libre de sospecha. Eran alrededor de las diez de la mañana, y la bulla le hizo despertar súbitamente al individuo de marras. Con un guayabo nervioso y arropado de pies a cabeza, era testigo de una algarabía que venía de la cocina: “Yo no soy una ladrona”, vociferaba una desesperada mujer. “¿Entonces qué haces escondida en mi casa?”, ripostaba otra. “Yo estaba de rumba anoche con unos señores y me quedé dormida en la tercera banca del carro que está parqueado aquí”. Un frío penetrante recorrió la espalda del aterrorizado esposo: había dejado un cabo suelto: no se dio cuenta de que una de las chicas pernoctaba en su carruaje. Se abrió la puerta del cuarto y la escena era dantesca: mujer, hija y suegra lo miraban como una alimaña (salía fuego de sus ojos). “¿Qué es esto?”, gritó enardecida la ofendida cónyuge. Él la miró horrorizado y le dijo: “¡Mierda, mija, esto es el desastre!”. A eso mismo está avocada Colombia; al desastre total por cuenta de la pugnacidad y la polarización que estamos viviendo. La venganza es el pan de cada día, y la agresión, el lenguaje preferido. La política perdió su norte, la prensa acusa y juzga, y la justicia real se desquició. Son tiempos terribles de persecuciones y engaños, de atropellos y montajes. Oscuro panorama tenemos por delante, nadie podrá salvarnos del desastre. abdelaespriella@lawyersenterprise.com
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