El Falcao desnudo

Jue, 17/05/2012 - 09:02
La noticia del atentado a Fernando Londoño recorrió al país como un corrientazo de realidad. No sobra decir que la torpeza de quienes orquestraron semejante infamia tan solo fortalecerá la voz de
La noticia del atentado a Fernando Londoño recorrió al país como un corrientazo de realidad. No sobra decir que la torpeza de quienes orquestraron semejante infamia tan solo fortalecerá la voz de un hombre que ha tenido la entereza de opinar con la fuerza de sus convicciones en este país que paga tan mal a quienes todavía tienen la valentía de no plegarse a lo políticamente correcto. Y la sabiduría. El comentario de Londoño a los pocos segundos del estallido, cuando le preguntaron a qué hospital lo llevaban y respondió, después de semejante enfrentón con la muerte "a cualquiera que no sea el Meissen" así lo demuestra. Solo un hombre sabio es capaz de encontrar humor incluso en la fatalidad. Doctor Londoño, por cuenta suya ahora quisiéramos estar siempre en la hora de la verdad. Porque es precisamente la verdad lo que hemos perdido. Mientras unas voces aseguran que el atentado lo perpetraron las Farc, como "gesto de bienvenida" con la entrada en vigencia del TLC con Estados Unidos, otras voces dicen todo lo contrario, que se trató de un atentado de "la mano negra" —un eufemismo comunmente usado para referirse a la extrema derecha— que buscaba frenar la votación del marco jurídico para la paz en la Cámara. Lo que nos lleva a concluir que si alguna vez supimos cuál fue la verdad, hoy la hayamos perdido. Por cuenta de la polarización política, del prisma ideológico a través del cual lo observamos todo, ya no sabemos qué es cierto y qué es falso. En esa confusión, en ese juego de suma cero, lo obvio se vuelve lo más difícil de reconocer. Siempre me ha llamado la atención la mezquindad con la cual tratamos a nuestras grandes mentes, Londoño no es el único. A los colombianos nos cuesta trabajo reconocerle a cualquier compatriota sus logros o sus éxitos. Siempre esperamos a que hayan muerto, a que estén varios metros bajo tierra, para reconocer que fueron geniales. Si no nos anticipamos a ponerlos bajo tierra. Como si esperáramos que saliera a última hora un negocio sucio, un familiar narco, un oscuro contrato con el Estado, o un acto vergonzoso para que el ídolo se derrumbe y caiga en desgracia antes de que pueda pasar a la historia. Me parece increíble que Gabo por ejemplo, haya recibido en vida un reconocimiento a su obra en el Metro de Moscú. Aquí no ha merecido ni el Metro de Medellín, ni el Transmilenio en Bogotá, ni siquiera el Biblioburro. Que hayan sido los mexicanos quienes le dedicaron un centro cultural en La Candelaria de Bogotá, financiaron el monumento en su natal Aracataca o dieron el patrocinio a la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano que creó en Cartagena, confirma lo dicho. Fueron los españoles los que rebautizaron Cien Años de Soledad como "El Nuevo Quijote". Lo mismo con la más reciente estrella del firmamento deportivo nacional, Radamel Falcao García: su nombre adorna una estación del Metro en Bucarest. Aquí no ha clasificado ni para un bus alimentador de TransMilenio. Este samario genial tocó el cielo con las manos, coronándose emperador del deporte colombiano. Sin embargo, tuve el infortunio de escuchar esta semana una conversación de una elegante dama bogotana —cuyo nombre por supuesto guardaré en reserva— que atinó a decir "Falcao no es así bonito como se ve en las revistas, lo que pasa es que registra bien en las fotos. Yo lo conocí personalmente y es igual de feo que los indios nuestros". Más allá de lo atorrante del comentario, me hizo recordar que en Colombia, para una persona de origen humilde y tipo racial que no sea europeo, la única forma de alcanzar el éxito es siendo futbolista como Falcao,  escort, como la ya mundialmente famosa Dania Londoño o dirigente indígena serruchero como uno que ha mojado mucha prensa por estos días. Con muy contadas excepciones que confirman la regla, en casi todos los campos de la actividad nacional, desde las juntas directivas de las grandes empresas, la dirigencia de la iglesia, la cúpula militar, la propiedad de los medios de comunicación, la academia, el alto gobierno o hasta la cúpula de las Farc o de los paras, hay que ser blanco. Eso fue vergonzosamente evidente con la visita de Obama a Cartagena. El primer presidente negro de la historia de Estados Unidos, visita una de las ciudades con la mayor población negra de toda América —Colombia tiene la segunda población afro del mundo por fuera de África después del Brasil—, y todos los altos funcionarios que lo reciben en el gobierno anfitrión son blancos, como recién bajados de una carabela española, sonriendo para la foto. No hay uno siquiera pintadito, ni un viceministro. Con apellidos como Cárdenas Santamaría, Vargas Lleras, Pardo, Holguín, Esguerra, Garcés y bueno... Santos, es llover sobre mojado decir que en Colombia son la cuna y la raza las que determinan el reparto de las oportunidades. Lo que nos lleva de vuelta al infame atentado de la 74 con Caracas. Lo único que atinó a decir la prensa con respecto al autor material es que "era un hombre de piel oscura con una peluca" que escapó herido en un taxi. Si hubiera sido al revés, el de piel oscura la víctima y el de piel blanca el terrorista, no hubiera sido un vocero de la derecha el atacado. Hubiera sido un dirigente de izquierda. No hubieran sido las Farc el principal sospechoso, hubiera sido la extrema derecha. Tal vez por eso las principales cabezas visibles de la izquierda democrática, por golpeados que puedan estar en las encuestas, son Piedad Córdoba y Gustavo Petro. Quizás no nos hemos sentado a pensar que lo que enfrentamos en Colombia no es un conflicto armado heredado de la guerra fría o una amenaza terrorista. Estamos frente a un conflicto étnico cuyo símbolo y sustento es el uso de una planta ancestral indígena, que es la coca.  El problema es que no hemos tenido tiempo de darnos cuenta. Como ya dije, inmersos en el juego ideológico lo obvio es más difícil de reconocer. Como en el cuento del emperador desnudo. O como el Bolívar desnudo, cuyo principal admirador hoy tiene —por la inminencia de su muerte— en vilo a la hermana república bolivariana, aunque nadie, ni los de la oposición, se atrevan a decirlo. O en este caso, el Emperador Falcao I "El Tigre Desnudo" que con cada uno de sus goles nos recuerda que somos el paraíso mundial de la exclusión y por tanto de la inequidad. Nadie se atreve a decirlo. Y el que se atreve...
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