El gol robado

Sáb, 12/07/2014 - 14:19
Acabó el mundial y Colombia terminó embriagada de goles, bebidos sin copa en el arco de cada uno de los monstruos invencibles de historias temibles, que cayeron derrotados por la grandeza de Pékerm
Acabó el mundial y Colombia terminó embriagada de goles, bebidos sin copa en el arco de cada uno de los monstruos invencibles de historias temibles, que cayeron derrotados por la grandeza de Pékerman y sus muchachos. La disciplina, entrenamiento y pundonor del seleccionado, hizo vibrar al país colectivamente y lo unificó en el orgullo tricolor, por encima  de divisiones sociales, divisas filosóficas, intereses económicos o ideas políticas. Colombia perdió sin ser vencida, ante un árbitro arbitrario, y ya nadie discute la legalidad del gol de Mario Yepes, corroborado por la irrebatibilidad de las cámaras. Queda la molestia y la impotencia por la forma como se puso punto final al atraco, con la conveniente sabiduría del faraón de la FIFA Joseph Blatter: “Errar es humano”. Unos meses antes había pontificado: “Hay que ser solidarios con el anfitrión”, anticipando que Brasil, jugare como jugare, estaría en la final. Estas expresiones en el idioma de Blatter y de cualquiera, no solo son antideportivas, sino ilegales, y abrieron una ventana sucia de la FIFA, -Entidad sin Ánimo de Lucro que recauda más millones de dólares en menor tiempo- la de la corrupción. La filosofía del deporte y la sana competencia son, desde los griegos, una cultura de vida y un ideal juvenil. Corromperlo es tan criminal como bajar la cabeza ante la injusticia y luego asumir el conformismo tontarrón en que se convierte la alharaca de la protesta, y peor aún, dar paso al falso contentillo: “Mucho cuento es que hubiéramos llegado a cuartos de final”, “realmente no éramos tan buenos. La suerte nos ayudó”, “es que faltó Falcao”, “mejor robados, que apaleados.” El robo del gol y la prepotencia hiriente de los brasileros derrumbaron la tradicional solidaridad continental, que nos viste con la camiseta del país latinoamericano que queda en el mundial. Esta vez se generó en los colombianos un sentimiento de repudio, tan fuerte, que, cuando jugó Alemania, nos convertimos en alemanes y disfrutamos el pecado de la venganza, gol a gol. Cada uno de los siete goles fue disparado por un colombiano de Antioquia, del Caquetá, de Santander, por un colombiano campesino, oficinista, doctor, iletrado, guerrillero, militar. Eso es el fútbol. Para Colombia, inundada de globalización y de dificultades, la colombianidad inyectada a fuerza de goles por el seleccionado, afianza la identidad nacional y arraiga al ciudadano con su tierra. De allí surgen los principios de vida en comunidad, de convivencia pacífica, de tolerancia y de respeto a las diferencias. Ninguna de las campañas de los ministerios de Educación y Cultura hizo tanto efecto como la hazaña lograda por nuestro onceno. En los albores del mundial la afición nos veía con la imagen que quedó plasmada en el malhadado Twitter de Nicolette Van Dam, embajadora de buena Voluntad de la ONU, la cual perdió su cargo por el exabrupto. Hoy se habla en el exterior de Colombia con respeto y de su fútbol. El más importante de los resultados del mundial, por encima de haber perdido sin perder y de hacer en un mes lo que la Cancillería dejó de hacer en cien años, es el impacto producido por nuestros deportistas entre la niñez y la juventud, y lo que esto incide en la transformación cultural que Colombia necesita. Los nombres de James, Zúñiga, Yepes, Aguilar, Ospina, Armero, Sánchez, y los demás héroes del ras tas tas encabezados por Pékerman, son paradigma de todos los valores, y ejemplo vivo de que los sueños pueden alcanzarse así parezcan imposibles; que las cosas se ganan con sacrificio y que la disciplina es el secreto. Injusto dejar por fuera los nombres de Caterine Ibargüen, Rigoberto Urán,  Nairo Quintana, Oscar Figueroa y otros, que precedieron al seleccionado en sus recientes victorias por los escenarios deportivos del mundo, y que también nos llenaron de orgullo. Cada uno nos alimentó con su pedazo de gloria. Termina la hibernación que comenzó con las elecciones, y ahora la realidad nos abre la puerta con sus corbatas, oficinas, madrugones, trancón e inseguridad. Volvemos a la Colombia con temas aburridos como los alaridos entre Benedetti y Lizcano por la presidencia del Congreso, y temas interesantes, como las maniobras de Santos en el Consejo de Estado para quitarse de encima el cabezal del Procurador Ordoñez. Constatamos que no todos estuvimos en el mismo cuento futbolero, y que durante el período de anestesia general, Santos compró las elecciones y que muchos de sus electores dan muestras de arrepentimiento tardío, porque se enteran que aumentó el precio de la canasta familiar y de la gasolina, y con ello la brecha entre ricos y pobres; que el izquierdismo presidencial fue un engañabobos, y que la campaña de odio contra Uribe fue urdida desde su despacho para capitalizar su satanización; que la paz de campaña, con la que se llenaron la boca, se traduce en paros armados, incendio de vehículos, retenes y matanzas por parte de las FARC y el ELN. Los que no se arrepienten en público lo hacen en privado, y quedan algunos obstinados, pretendiendo justificar su error con sofismas filosóficos. Con aberración conceptual, para sacudir el estigma de ser contribuyentes al cuatrienio que pinta ruinoso. Santos sigue repitiendo su estribillo: “Nada está acordado hasta que todo esté acordado” y para acelerar los acuerdos, el magistrado Rojas Ríos radicó en la Corte Constitucional el proyecto que permitirá al club de cabecillas de las FARC llegar a las curules del congreso y sacar del presupuesto nacional y de los contribuyentes los millones de pesos que costarán sus sueldos. La aberración conceptual consiste en dar a las palabras valores contrarios a su esencia, para justificar cualquier cosa. “Errar es humano”, de Blatter justifica prostituir el deporte por intereses económicos, “Votar por la paz”, de Santos, justifica vender el país por intereses de poder. Hay aberración conceptual en quien convence y aberración conceptual en el convencido de que lo negro es blanco. Las realidades de Blatter y de Santos se encontraron en el camino de las mismas aberraciones. @mariojpachecog
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