¿Cuál es el propósito de esa compleja actividad humana que llamamos medicina? Podríamos responder sencillamente que la salud, pero la respuesta no es tan simple. Si definimos salud como el completo bienestar biológico, psicológico y social de individuos y comunidades entenderemos que en ese propósito intervienen muchos actores no médicos y factores diversos (económicos, políticos, personales, sociales, culturales e históricos) que no forman parte de lo que usualmente consideramos medicina. Debemos aceptar que el médico no es el único responsable de nuestra salud.
De lo que sí es responsable el médico (y cualquier profesional de la salud) es de la seguridad del acto médico. Y no porque podamos garantizarla sino por un fundamental deber ético: primero no hacer daño. No se puede dudar de la buena voluntad de millones de seres humanos quienes durante miles de años se han empeñado en disminuir ese sufrimiento del prójimo que denominamos enfermedad, pero debe evitarse que esta conducta humana, muy humana, conduzca a más sufrimiento.
Este principio ético (primero no herir o primun non nocere, en latín) se cita como legado de la medicina hipocrática. Pero en el Corpus Hippocraticum no se encuentran esas palabras en esa precisa formulación. Se empieza a citar así en el siglo XIX. Y es curioso esto porque en aquel siglo la medicina (con el descubrimiento de la anestesia, la antisepsia y la causa infecciosa de muchas enfermedades) adquirió características de medicina heroica: grandes cirujanos, grandes cirugías, grandes hospitales y el empeño en hacer todo para combatir la enfermedad sin medir costos. Por ejemplo Benjamín Rush, famoso médico y signatario de la constitución estadounidense, decía “el primer deber del médico es la acción heroica, combatir la enfermedad”.
La así llamada medicina heroica llega posteriormente a límites casi inconcebibles en el siglo XX y nuestros días. En nuestra frecuente incoherencia social y personal queremos hacer todo por combatir la enfermedad, proponiendo al mismo tiempo como primer principio ético de la medicina el no hacer daño y estos dos propósitos a veces se contradicen.
En realidad hay un conflicto antiquísimo entre un estilo heroico de hacer medicina y un ejercicio prudente de ella. Pero el médico cuidadoso, parsimonioso, no es apreciado en nuestra cultura contemporánea. Nuestros programas de televisión retratan médicos jóvenes que son máquinas de hacer muchas cosas y todo en casos desesperados. Conducta dramática que en la mayoría de las ocasiones, magia de la televisión, tiene buen resultado. El médico y bioeticista Ezekiel Emanuel en un artículo escrito con Victor Fuchs, autoridad en economía de la salud, comentan: en nuestros días “el médico prudente no se considera muy competente sino más bien inadecuado” (JAMA,2008; 299(23): 2789-2791)
Pero si queremos verdaderamente fundamentar nuestra medicina en el principio ético primun non nocere debemos hacer un laborioso esfuerzo por ocuparnos antes que nada de la seguridad del paciente. Este empeño constante, cotidiano y costoso buscando la seguridad del paciente en clínicas, hospitales y consultorios encuentra muchos obstáculos.
Un primer obstáculo es la incapacidad, a veces involuntaria e inconsciente, del personal de salud para reconocer errores o equivocaciones. Todos los expertos en seguridad del paciente afirman que el primer error tras una equivocación en el cuidado del paciente es intentar ocultarla. Muchas fallas en hospitales y clínicas son pequeñas o pueden arreglarse si se reportan a tiempo. Pero el personal de salud se paraliza ante la posibilidad de un error por las consecuencias laborales, judiciales y mediáticas que frecuentemente lo siguen.
Quizás piensen ustedes que estoy tratando de excusar colegas que ejercen la medicina con impericia y distracción, o hasta con mala intención. Mi observación personal es que la mayoría de los médicos se preocupan genuinamente por la salud y seguridad de su paciente. Pero tememos jueces y juzgados poco informados de la dificultades de la medicina donde no todo es blanco y negro.
Nada conseguimos si amenazamos a todos los profesionales de la salud con demandas. Esto lleva a disimular o esconder errores y faltas que si se registraran podrían ser corregidos o prevenidos. ¿Se imaginan un sistema de salud en que se hicieran las cosas bien, o medianamente bien, solo por miedo a la persecución legal? No sería en todo caso una medicina humanizada.
El 3 de diciembre se celebró el Día Panamericano del Médico recordando el natalicio de Carlos Finlay el genial cubano que propuso los mosquitos Aedes como vectores de la fiebre amarilla. Quizás sea la ocasión para pensar que su médico más que un llavero o chocolatinas merece el don más preciado entre los humanos: la confianza mutua. En estos días oía al Padre Francisco de Roux, provincial de los jesuitas en Colombia (incidentalmente el 3 de diciembre es la fiesta de San Francisco Javier para los javerianos) citar a Santa Teresa: donde hay desconfianza poner confianza. En la medicina, y la nación, hace falta esta sana actitud.