¿Por qué, teniéndolo todo, se suicidó esa madrugada del 29 de diciembre de 1999? Sus más cercanos amigos dicen que era un enamorado de la vida y un optimista obstinado. Se proclamaba “un bulto de lana”, que todo lo amortigua y todo lo calma. Para Sánchez nada era problema.
“La mayor parte de los suicidas no saben que van a matarse hasta poco antes de abrir la espita del gas o volcarse en la palma de la mano los barbitúricos”, dice Benjamín Prado, un estudioso del tema. O descerrajarse un tiro, digo yo, sobre la forma en que se mató Sánchez.
Clara Isabel Pinillos, excongresista, la segunda esposa de Sánchez, 24 años menor que él (se habían separado un año atrás) considera que “Julio César solo quería vivir y vivir. Nunca nadie hubiera podido imaginarse que podría suicidarse”. No lo pensó cuando estuvieron hablando treinta días antes. `
Hay quienes piensan que se mató por amor. La negativa reiterada de Clarita a volver con él, pudo haberlo llevado al desespero, me dijo uno de sus amigos y confidentes. Otros creen que la agresividad que mostraron algunos miembros de su familia, por su segundo matrimonio, terminaron minando sus fuerzas.
Medicina Legal confirmó que Sánchez se quitó la vida, aunque uno de sus hijos –el Senador Camilo Sánchez Ortega- niega la versión. La noticia publicada por toda la prensa nacional habla de un infarto fulminante. “Es mejor para todos”, considera el congresista. Sánchez García se mató en su finca de La Mesa, Cundinamarca.
Había sido Ministro de Gobierno, Concejal y Alcalde de Bogotá, Gobernador de Cundinamarca, Embajador en México, Congresista y –para mayor felicidad- hombre muy rico. Sánchez se inventó Anapoima, población distante una hora de Bogotá, famosa porque ahí tienen casas de campo la mitad de los grandes ricos de Colombia.
Si tenía dinero, prestigio y aparentemente había colmado todos sus sueños, podría pensarse que su precaria salud y dolores del amor negado -o del alma- pudieron conducirlo a la fatal decisión.
Sánchez fue mesero del Hotel Tequendama y su señora madre –Blanca Lucila García- fue expendedora de tiquetes por 10 años en la Estación del Ferrocarril, en Mosquera. Viuda, cuando apenas tenía 24 años (su esposo, Julio Armando Sánchez, murió por un infarto cardiaco), debió asumir la formación de sus cuatro hijos.
La pobreza fue la gran compañía. Solo ya grandecito –contaba- su madre pudo regalarle un balón, en tiempos de Navidad, con tan mala suerte que con la primera patada fue a perderse a una fábrica de escombros, de donde nunca pudieron recuperarlo. Su madre invitó a todos a no llorar por el balón. “Estudien y sean doctores, para que sean grandes en la vida”, les dijo.
Eran tiempos de pobreza extrema y rebusque. Julio César ayudaba los domingos, con otros niños del pueblo, a desmontar a los turistas que iban a caballo, de paseo, al hotel de La Esperanza. “Les cuidábamos las cabalgaduras por varias horas y luego recibíamos una modesta propina que nos repartíamos con equidad”, escribió en un papelito para sus memorias que estaba elaborando y que me mostró una vez que almorzamos, para hablar de la candidatura al Senado de su hijo Camilo, en 1998.
Se contrató como peón en la casa de su tío Ignacio, quien le daba un trato humillante. Arrió mulas, transportó bultos de panela y fue sirviente menor. De su finca salió con la consigna de estudiar y no volver sin un título profesional. Con la ayuda de una santa señora, amiga de su madre, financió los estudios para hacerse sacerdote. A mitad de carrera lo expulsaron por leer `documentos del diablo´, unos discursos de Jorge Eliecer Gaitán.
Se financió su carrera de abogado y solo le faltó la Presidencia de la República para decir que caminó por todas las altas cumbres de la burocracia oficial. A la finca del tío Ignacio regresó como Secretario de Gobierno de Cundinamarca.
Tuvo el privilegio a muy temprana edad de ser Secretario de Prensa del gobierno de Alberto Lleras Camargo, lo que le abrió todos los caminos posibles de la política, empezando por el Concejo de Bogotá, a donde llegó muy rápido.
Lleras Camargo le dio, además, el mejor consejo de su vida, que acogió y cumplió a cabalidad: “Si quiere hacer política, primero haga plata”. Sánchez se hizo millonario y financió sus campañas, mientras el común de los políticos pone el sombrero para recoger ayudas en la elección.
En sus archivos, Sánchez tenía enmarcadas las siguientes frases que una persona nunca debe decir: Eso es imposible. No puedes hacerme eso a mí. Te quiero por siempre. Esa es mi oferta final. Prefiero morirme a tener que hacerlo. Y esta sentencia de O.G. Mandino, con la cual seguramente luchó hasta el instante que decidió no atenderla: “Elige vivir en lugar de morir”.
Los amores con Clarita
Los líderes siempre tienen en sus movimientos los grupos de juventudes de mujeres. Y entre las mujeres jóvenes que acompañaron a Sánchez con fervor y pasión estaba Clarita Pinillos, entusiasta liberal y líder aguerrida.
Resultaba obvio –recuerdan sus amigos- que Sánchez se fijara en esa muchacha despierta, activa, fogosa y de buena familia. Lo que no parecía tan obvio es que ella le correspondiera, se enamoraran y casaran, como en efecto ocurrió años después (1992).
Antes fue su Secretaria Privada en la Alcaldía de Bogotá y su cuota burocrática en algunos cargos. La ayudó en la política y fue al Congreso con su apoyo. Incluso en la última campaña, Sánchez –ya muerto- le ayudó con su sombra y sus recuerdos. La gente de Anapoima que tanto quiso al exgobernador de Cundinamarca votó por ella y la llevaron al Congreso.
Lo que empezó siendo una buena llave de trabajo (ella era su asistente en todo el ajetreo político) se fue creciendo y la relación se transformó en amor de pareja. Como es de suponerse, no fue nada fácil que un hombre público, importante, figura nacional, casado y con tres hijos ya adultos, tuviera novia y fuera tan evidente. Algún día tenía que definir su situación y así lo hizo.
Sánchez García dejó a su mujer, doña Gloria Ortega y a sus hijos María Ángela, Juana y Camilo y conformó un nuevo hogar con Clarita. La borrasca no pudo ser peor. El juicio final parecía chiquito frente al viacrucis sufrido por el exalcalde. Esa relación nunca se la perdonaron a ella. Y tampoco a él, que comenzó a recibir el rechazo de su primera familia.
Sin embargo, los nuevos esposos eran felices. Sánchez, muy formal en su ropa, comenzó a usar camisetas, tenis y bluyines. Viajaban por el mundo, en luna de miel. Leían y estudiaban en compañía, trabajaban duro y se divertían. La felicidad era completa.
De esos tiempos son los subrayados de algunos libros, que Sánchez dejaba como constancias y mensajes, para que Clarita los leyera: “Esta es la historia de una mujer y un hombre que se amaron en plenitud, salvándose de una existencia vulgar” (Isabel Allende, en su libro De amor y sombra. “Sólo el amor en su ciencia nos vuelve tan inocentes” (Violeta Parra). “Cuánto se sufre en esta vida y cuántas peripecias es preciso soportar antes de alcanzar un final feliz”. “Consiguió borrar la mayor parte de las penurias pasadas y solo guardaba las evocaciones felices”.
Clara Pinillos cree que Sánchez García no se mató por ella, en respuesta a una pregunta directa que le hice al respecto.
“Nos vimos un mes antes y nada me hizo sospecharlo. Julio César era un hombre alegre, entusiasta, inteligente, lleno de vida. Siempre lejano del aburrimiento. Estoy segura que a mi lado vivió inmensamente feliz. Fuimos felices. Todos los problemas los minimizaba. Todo lo hacía pequeño. Me pidió que volviéramos pero sin dramatismos, como si siempre estuviera haciendo bromas…”.
Y es que Sánchez –lo recuerda Clarita- tenía un dicho para cada cosa y las bromas eran constantes. Burlarse de él mismo era cosa corriente. “No me haga reír que tengo el labio partido”, “No tanto amén que se acaba la misa”. En un libro (también de Allende) subrayó estas frases: “El que nace chicharrra muere cantando. Además Irene no tendrá larga vida, eso se le nota en los ojos distraídos...”.
¿Y por qué no volvieron, si Sánchez quería hacerlo?, le pregunté a Clara Pinillos. Su respuesta triste lo sintetiza todo: “Mucha gente hacía difícil que estuviéramos juntos”.
¿Quiénes? Ella no responde. ¿Quiénes?, salgo a preguntar en todas partes. Muchas voces coinciden en el nombre de Camilo Sánchez, actual Senador, sin que por ello sea responsable de nada. Simplemente nunca le perdonó a su padre que hubiera dejado su hogar.
¿Se suicidó Sánchez por el amor de Clarita? Cabe entre las posibilidades. ¿O porque su primera familia le hacía la vida imposible y no le permitió lo que ellos consideraban una deslealtad? Es posible que por todo junto y por sus problemas de salud.
Estaba muy enfermo
Sánchez García tenía un problema viejo en un pulmón, que terminaron extirpándoselo. Por años fue su dolor de cabeza y gran incomodidad. Pero nunca se le vio con tanques de oxígeno ni muletas. Tampoco hacía mayor referencia a sus males, que los tenía a sus 68 años.
En el encuentro que tuvo con Clarita, un mes antes de su muerte, no lo encontró “desmejorado” ni con limitaciones visibles. “Si las tenía, no se le notaban”.
Algunos allegados me dijeron que sí presentaba dificultades. Respirar en forma normal ya no era el común denominador de su vida. Y para una persona dinámica, que le gustaban el campo, la finca, los animales y recorrer Cundinamarca, el hecho representaba una incapacidad que Sánchez no toleraba de buen agrado.
Un millonario muy humilde
Julio César Sánchez no sólo vivía orgulloso de sus orígenes humiles, sino que hizo ostentación de ellos. Se mantuvo directo, desabrochado en el hablar, cariñoso con los pobres, sin etiquetas ni poses falsas.
Nada lo perturbó ni cambió. Ni siquiera el secuestro de que fue objeto, con fines económicos, que terminó con su liberación por parte del Ejército colombiano, en un operativo ejemplar y relámpago. Sánchez regresó con barba y muy demacrado, pero a los ocho días reanudó sus actividades, que siguieron incluyendo correrías por campos y veredas.
El relato de sus tiempos de mesero en el Hotel Tequendama era una carta de presentación. Y en algunos escenarios agregaba una anécdota según la cual, en sus tiempos de estudiante de derecho en la Universidad Externado, se presentó con esmoquin. No tuvo tiempo de cambiarse, después de una larga jornada de trabajo.
El profesor que hacía un examen esa mañana a sus alumnos fue especialmente exigente con Sánchez (después lo confesó) porque no entendía que algunos hijos de papi salieran de las fiestas elegantes directo a la universidad. Sánchez resistió el embate y pasó la prueba académica, sin chistar. Semanas después se encontraron con el profesor en el Tequendama, y el maestro no salía de su asombro por su equivocación y los esfuerzos de su alumno por capacitarse.
Sánchez siguió teniendo a los meseros como los mejores amigos, “los de su clase”. Y éstos no lo dejaban ir de restaurante alguno sin regalarle el postre o hacerle un homenaje. El cariño siempre fue recíproco.
Doña María de Lara, en Apulo, le facilitó a Sánchez la compra de los primeros terrenos en Anapoima, el inicio de la gran bonanza económica. La finca La Chica, que así se sigue llamando, fue como una bendición. A partir de ahí, no paró de comprar. Y así como Lleras Camargo le aconsejó conseguir plata antes de meterse a la política, él sugería comprar tierra “porque de eso no vuelven a hacer”.
Comprobado o no, el joven político convenció a decenas de personajes de la vida nacional sobre el buen clima de esa zona, suficiente para alargar los años. Y comenzó a vender barato o a regalar algunos lotes a las grandes figuras de la política nacional, de la familia Santos para abajo (¿o para arriba?).
Tener una casa en Anapoima se convirtió en cuestión de status. Todavía lo es. Y las tierras que Sánchez compraba más o menos baratas se cotizaron como las más caras del país. Son modas y prestigios que se compran cuando aparece un excelente vendedor. Y Sánchez lo fue sin estridencias, con un perfil bajo y amable, que por lo mismo nunca suscitaba enemistades fuertes ni enconados debates. No fue sumiso ni dócil pero tampoco arrogante. Comprarle tierras, ideas, historias y solidaridades resultaba fácil.
Nadie puede explicar de otra manera la fortuna de Sánchez. Nadie lo pone en duda tampoco. No se limitó a comprar sino a valorizar sus tierras, con excelentes vecinos y la mejor fama. Ningún mafioso ni nuevo rico tuvo acceso a la zona. Sólo hubo –y hay- campo para la alta sociedad bogotana.
Julio César Sánchez, que había nacido el 13 de julio de 1931, profesó por esos dos números (el 13 y el 31) una obsesión ilimitada. Loterías, claves, viajes y todo cuanto pudiera decidir se relacionaba con ellos. Mientras muchos detestan el 13, que suponen de mala suerte, Sánchez se lo pedía.
Fue nombrado Alcalde de Bogotá el día 13 de agosto de 1986. Y sepultado el 31 de diciembre de 1999. Y su tumba es la 131.
No es un asunto de superstición ni de brujos. Así Sánchez le dijera a Clara Pinillos `Brujita´.