
Ahora, en los tiempos de los “likes” por encima de la razón, de la oportunidad y de la verdad, vale la pena analizar lo que significa en la vida de los gobernantes, los empresarios y los políticos, la palabra estrategia, especialmente cuando se refiere a la tarea de comunicar, y más específicamente, cuando el propósito es definir un claro mensaje integral e integrado que responda ya por la obra de gobierno, por el plan de desarrollo, por la promesa de campaña, por la propuesta cuando se trata de aspirantes a cargos públicos o por el desempeño corporativo cuando hablamos de la empresa privada o pública.
Estrategia es ir adelante del asesorado y para ello se requiere que el estratega sea un experto en posicionamiento de mensajes, esto es, alguien que sepa decir, a través de todos los medios disponibles, lo que se deba transmitir a cada público, en el lenguaje adecuado y en el momento oportuno, de tal manera que esté preparado para producir reacciones favorables, las cuales solamente se logran cuando se le apunta a la inteligencia emocional de los perceptores y no simplemente a la racionalidad escasa en la mayoría de ellos y casi siempre viciada por preconceptos o equivocados aprendizajes.
Es entonces entendible, que un experto es distinto a muchos expertos, esto es, que como ocurre con un equipo deportivo en la disputa de un juego, en la raya no puede haber cinco directores técnicos dándole instrucciones al equipo, tampoco puede estar allí el presidente del club, el director jurídico o el vicepresidente financiero, no, allí solo puede estar uno solo, el técnico. Por ello, la relación de todos los miembros del club, en la analogía, tienen, óigase bien, tienen que tener confianza en su director técnico, así como en las altas esferas del Estado tienen que confiar en su estratega, de lo contrario, muchas voces lo único que logran es confusión, caos y errores que dan como resultado muchos “no me gusta” de parte de los internautas, los opositores, los colegas, los seguidores, en fin.
Pero entonces tenemos dos problemas: ¿por qué contratar a quien simplemente se graduó de algo pero no sabe de lo que se debe hacer y por qué creer siempre que se sabe comunicar mejor que aquel a quien se contrató justamente para desarrollar con eficiencia esa labor? Las respuestas entre muchas son sencillas: porque repetidamente se contrata a alguien por compromisos, por su simple imagen, por ser el hijo de alguien, por miedo o por conveniencia; y en cuanto a lo segundo, porque en nuestro país todo el mundo cree que sabe más que el estratega en comunicaciones, todo el mundo opina, todo el mundo redacta, todo el mundo sugiere y nadie sigue, con confianza, una agenda, una estrategia, un plan.
También se confunde concepto público e imagen. Lo primero puede explicarse desde la perspectiva de cómo me cae el personaje, lo segundo está referido a si le creo o no. Es imposible decirlo en espacio tan reducido pero tratemos de expresarlo en una frase: el gobernante X me parece encantador, pero no sirve para aun carajo; o al revés, ese tipo es un desgraciado pero es el… mejor. Lo ideal es que salga bien en las dos, pero cuando se refiere al bienestar comunitario sería mejor gente muy buena desempeñando cargos de Estado así no sean muy chéveres como personas, aunque, tengo la sensación de que en el dominio de los “likes”, hoy es más importante para nuestros dirigentes ser populares que eficientes.
Estrategia es ir adelante y para ello se requieren tres condiciones: confianza en el estratega, proyecto estructurado con plena capacidad para reaccionar, cambiar o girar de sentido y disposición del asesorado para seguir instrucciones, así todavía no comprenda del todo la estrategia, y por supuesto, severidad en la ejecución del proyecto, de tal manera que todo el mundo se file, así no esté de acuerdo.
Uno sabe como estratega que a la hora del éxito, la copa del brindis se la beben otros, pero así le haya tocado a uno solo el sabor amargo de las confrontaciones, el triunfo también es propio, porque lo único que tiene sentido al final, es que el mensaje haya impactado, no solamente a favor del concepto público del personaje, sino de su imagen, y lo más importante, del bienestar colectivo desde el supuesto que de lo que se trata es de acertar y servir, porque lo demás sería irresponsabilidad social.