Eutanasia y poesía

Mar, 01/02/2011 - 23:57
Hace treinta años salí de la escuela de medicina y en el ejercicio clínico tuve una dificultad o debilidad que hoy me avergüenza: nunca pude decir claramente a un paciente que moriría de su enfer
Hace treinta años salí de la escuela de medicina y en el ejercicio clínico tuve una dificultad o debilidad que hoy me avergüenza: nunca pude decir claramente a un paciente que moriría de su enfermedad.  Firmé certificados de defunción y he explicado resultados de autopsias a familiares pero nunca he podido anunciar a alguien, cara a cara, que se prepare a morir.  Me avergüenza decir esto porque es parte del buen cuidado médico ayudar a enfrentar la muerte. Quizás me excuse algo el que en mis días de estudiante no se hablaba mucho en la universidad del buen morir o eutanasia.  Me parece que actualmente se educa mejor a los médicos jóvenes en ese tema.  Pero de todos modos es una cobardía, repito, que me avergüenza. ¿Cómo hablar a los pacientes de la muerte?  Es hoy un tema importante por muchas razones pero es frecuentemente comentado en los medios de comunicación por su peso económico.  Muchas personas gastarán más dinero en salud en sus últimos meses que en toda su vida.  Muchas familias se enfrentarán al doloroso dilema de ver consumidos ahorros y “planes de salud” por la enfermedad de alguno de sus ancianos. Hace unos cinco años la Universidad de Darmouth estudió lo que costaba morirse en distintas ciudades de los EEUU.  Si Ud. vive su última enfermedad por seis meses muriendo después en el sur de la Florida eso le costará 46 millones de pesos en promedio.  Si ha vivido en Oregon gastará en promedio 28 millones de pesos en esos últimos seis meses. Hay entonces diferencias significativas en distintas regiones y países debido entre otras cosas al tipo de hospital y hospitalización que se usa. Por ejemplo en algunas ciudades es más frecuente el cuidado intensivo muy tecnificado y en otras el cuidado paliativo de hospicio para los últimos días de nuestra vida. De todas formas en los EEUU el 27% de los fondos públicos dedicados a salud se gastan en el último año de vida de los ciudadanos.  Todo esto y la crisis mundial generalizada de los sistemas de salud ha hecho muy importante hablar con las personas de sus expectativas ante la muerte.  Entonces, ¿cómo hablar a los pacientes de la muerte? En algunas culturas es casi imposible.  Entre los navajos no se habla de la muerte porque se cree que si uno piensa en ella o la discute ocurre indefectiblemente.  No se menciona el nombre de los difuntos y sólo algunas personas designadas por la comunidad pueden tocar el cadáver y enterrarlo.  En estas condiciones culturales hablar de la muerte con un anciano o paciente terminal es verdaderamente difícil. Reporta el New York Times (enero 24, 2011) que se ha encontrado una manera ingeniosa y muy humana de hacerlo.  Las personas que se acercan al paciente le llevan un poema que dice en navajo e inglés: “Cuando llegue el tiempo y mi último aliento me abandone, escojo morir en paz para encontrarme con Shi´dy´in (el Creador)”. Lo interesante es que si la persona firma el poema, este se convierte en un documento legal que permite evitar el exceso de cuidado técnico y costoso ante la muerte inminente.  La poesía, y respetuosas preguntas abiertas con información precisa, son entonces usadas para discutir la eutanasia con los navajos. En el reporte me llamó mucho la atención que a un anciano se le dijo que en algunas ocasiones se  puede dar un choque eléctrico al corazón para que reinicie sus palpitaciones y el anciano preguntó sorprendido: ¿quién haría algo tan loco?  Lo que subraya las diferencias culturales ante los sucesos finales de nuestra vida biológica. Otras culturas y religiones usan distintas formas de ayudar al buen morir: música y danza, pintura corporal, cantos de la muerte o el Sutra del Loto entre algunos budistas, etc.  La nuestra es particularmente pobre en ritos y ceremonias, con excepción de la Unción de Enfermos en la tradición católica,  para aceptar la muerte.  O celebramos, teatralmente, los ritos y ceremonias después cuando de poco sirve al difunto. Y ya que inicié esta columna con una confidencia, quiero terminar con otra.  He estado hospitalizado dos o tres veces en unidades de cuidado intensivo en riesgo de muerte y les digo: es preferible morir en la casa, si uno ya no necesita el cuidado de un equipo de intensivistas.  Yo necesité de la medicina intensiva y lo agradezco, pero morir en una unidad de cuidados intensivos no es fácil (para eso existen las “ucis”) ni agradable. En una de esas hospitalizaciones le pedí a mi esposa que me llevara una antología de poesía que tenía en mi biblioteca  y los Salmos. Pero ojalá yo hubiera tenido a mano en otras ocasiones, cuando no me salían de la boca las palabras apropiadas, un poema para comunicar a mis pacientes la cercanía de la muerte.
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