Si se observa el curso histórico de las ideas médicas puede hacerse una distinción básica: han existido unas medicinas tradicionales y otras no tradicionales. En ambos campos se han dado respuestas buenas y malas a las enfermedades. No por ser uno médico seguidor de una tradición u otra se es necesariamente buen médico. La historia, como bien lo pensó el filósofo Popper en contra de ciertas ideas populares, no es una ciencia predictiva ni la tradición criterio siempre cierto de verdad.
Por otro lado, los médicos del futuro cometerán errores (eso no es una predicción, es una característica de la ciencia en la epistemología popperiana) como los cometemos hoy y antes hemos cometido. No hay una medicina áurea que contenga todas las soluciones a todas las situaciones patológicas que vive la humanidad. Ni existe un médico practicante de esa medicina áurea.
Conviene entonces asomarse al futuro de la medicina para conocer los aciertos y errores que están por venir. En el norte de California, valle del Silicón, se fundó hace dos años una institución académica, la Universidad de la Singularidad, con el propósito fundamental de avizorar en el horizonte histórico grandes cambios tecnológicos, como no se hizo en el caso de Internet hace 40 años. No se trata tanto de predecir o hacer futurología sino de acechar la ocurrencia de nuevas soluciones tecnológicas.
En la Universidad de la Singularidad se realizó una reunión llamada FutureMed en mayo de este año para discutir los cambios que están ad portas en medicina. Les confieso que de los 145 apuntes (highlights) publicados en www.futuremed2020 no comprendí la mitad, pero citando a uno de los participantes “lo difícil toma tiempo, lo imposible un poquito más”. Recordemos que muchos investigadores, especialmente del norte de California, hablan como monjes budistas zen o filósofos presocráticos.
Durante cinco días se discutieron algunos de estos temas: medicina regenerativa (“en 15 años vamos a añadir un año de vida esperada cada año”) cirugía robotizada (“¿podría un carro sin conductor ser modelo de una cirugía sin cirujano?”) medicina personalizada (“la historia clínica implantada en el paciente se va a ofrecer en el mercado en cinco años”) medicina basada en la información (“la medicina de evidencia va a ser reemplazada por la medicina impulsada por información personalizada en diez años”) cuidado médico (“la privacidad es importante pero si no aprendemos de cada paciente individual estamos perdiendo información que salva vidas”). Y así otros temas que lo dejan a uno mareado porque “una tormenta perfecta de factores en aceleración va a golpear la medicina”.
Ante estos esbozos de adelantos tecnológicos podemos predecir difíciles respuestas sociales a ellos. Por ejemplo, sobre la medicina personalizada y la historia clínica implantada en un chip en el cuerpo de uno: ¿queremos ser leídos por un computador o por un ser humano?.
Google va a suspender su servicio de historias clínicas personales (Google Health) en línea o en la “nube” porque aparentemente la iniciativa no tuvo mucha demanda, quizás por imaginados problemas de confidencialidad. Personalmente creo que la dificultad es otra: la mayoría de las personas no tenemos mucho interés en escribir nuestra propia historia médica. Preferimos que otro lo haga. Es sorprendente la resistencia humana a observarse a sí mismo con introspección como organismo frágil con riesgos biológicos. Queremos pensar que nada nos ha pasado y nada nos pasará. El mecanismo de defensa del yo llamado negación es absolutamente dominante en el campo de la salud personal. Seguramente Google no discutió ese tema con Anna Freud.
Por otro lado se reporta en la BBC (11 de agosto) el desarrollo de un “tatuaje electrónico” que transmitiría parámetros musculares, cardíacos y cerebrales a una central lejana. Sería tan fácil de pegar a la piel como una pegatina, flexible y arrugable sin sufrir daño, cambiándose cada semana o dos. Nuestro médico o su computadora recibiría información de nuestro cuerpo minuto a minuto. Entonces, que nos van a leer, nos van a leer. Lo importante es saber que se va a hacer con “nuestra” información fisiológica y quien va a tomar las decisiones.
Toda esta futurología médica nos coloca frente al problema ético de la autonomía del paciente. Nos hemos dicho unos a otros, pacientes y médicos, que es importante respetarla. Mas un artículo reciente del Journal of Medical Ethics (junio, 2011) sugiere lo contrario: la mayoría de los pacientes prefieren dejar las decisiones médicas en manos del doctor. Esto refleja nuestra radical irracionalidad: decimos que se debe respetar nuestra autonomía como paciente, pero preferimos que alguien tome las decisiones médicas por nosotros.
Ante la enfermedad y el sufrimiento nos volvemos niños: ¡que alguien me cure, que alguien me alivie y no quiero saber más nada! De ahí que al hacer futurología preferimos ilusionarnos con la tecnología y no confrontar nuestros problemas de salud, conocerlos e intentar prevenirlos.