Le Corbusier afirmaba que la historia se encuentra escrita en los trazados y en las arquitecturas de las ciudades. Con esta bitácora en la mano y, de la mano de un arquitecto-pintor, podemos decir que la obra de Gustavo Zalamea tiene mucho de cartografías. Su obra incluye todo tipo de mapas que muestran desde la ruta de la vida urbana de su ciudad natal con símbolos católicos en los cerros de Bogotá y los textos y pretextos de una crónica de guías con varios propósitos, que van desde ficciones literarias, teorías filosóficas, propuestas políticas. También encontramos los faros internos que señalan geografías de otros tiempos.
El centro de gravedad en el trabajo de Zalamea es la reflexión sobre obras de la historia del arte, desde el color Matisse hasta las utopías de Tatlin hasta la odalisca de Ingres.
Otro de sus pilares fue tener la ética de su entrañable compromiso con la realidad. Por eso en la pintura, el dibujo y los objetos, Zalamea nos propuso un tejido de ideas donde proyecta la conciencia del artista en su contexto político-social. Y, lo hizo cuando se pintó a sí mismo, cuando asumió su emblemática ballena que se zambulle en un mar enmarcado por La Plaza de Bolívar o, cuando pintó o dibujó el edificio del Congreso que se hunde con la misma lentitud y similitud trágica del Titanic.
Zalamea fue un cronista que nos dejó historia para repensar. Para él, cada obra era el lugar donde convergían voces y presencias. Cada obra está habitada por un conjunto de ideas que incluyen desde el universo teórico de la estética hasta la práctica de una estrategia en un campo de batalla. Los héroes victoriosos son literarios–pictóricos. Moby Dick de Herman Melville se confrontan con la turbulencia que producen Los Caprichos de Goya. En otros, Zalamea interpretó a los pintores del romanticismo francés que llevan puesto el escudo de la moral como emblema, mientras piensa en los vacíos de la condición humana como La balsa de la Medusa de Géricault hasta el desasosiego que encontró en los Príncipes de Maine de John Irving.
En su obra es importante el manejo del espacio. Es tan múltiple como complejo. Otra constante en su trabajo es la presencia de escritura que aparece siempre como la necesidad de otro relato caligráfico. Así, la idea escrita, puede también ser un dibujo.
En el trabajo de Gustavo Zalamea, el dibujo es el de un virtuoso. Los dibujos son mapas superpuestos que nos muestran el verdadero recorrido de su proceso creativo. Aunque, irónicamente, Zalamea comenzaba sus cuadros con manchas de colores primarios pintados por el revés del lienzo, buscaba la mancha iniciática producto del azar.
En estos mundos donde convergen espacios y tiempos distintos, que aparecen con atmósferas propias, hay imágenes recurrentes. Ellas son el ancla de la memoria. Con ellas el artista se instaló en la poética propia de frutas petrificadas, en la silueta de una montaña que define la geografía del contexto, en la figura femenina que representa el territorio blanco o en una ballena que explica la sobrevivencia de los dinosaurios en medio del diluvio universal.
Un otro grado de poesía llega cuando pintó la luz de Bogotá. Con su barómetro, Zalamea registró los cambios entre luces y grises. O, un otro registro sutil, como lo fue su vida, de un cometa en el firmamento.