Incitación a la clave quillera

Mar, 24/05/2011 - 00:00
Barranquilla, como la salsa, nunca necesitó liberarse porque nació libre. ¿Cómo no iba a pegar la salsa, esa música nacida del mestizaje, de los sincretismos, en una ciudad como Barranquilla, que
Barranquilla, como la salsa, nunca necesitó liberarse porque nació libre. ¿Cómo no iba a pegar la salsa, esa música nacida del mestizaje, de los sincretismos, en una ciudad como Barranquilla, que ni siquiera es hija de la libertad, porque nunca fue sometida? Barranquilla antes de ser ciudad fue un cruce de caminos, como la salsa que antes de serlo era un cruce de vías entre América y África. Barranquilla antes de ser Curramba era un sitio de libres, donde llegaban negros cimarrones evadidos de la esclavitud, indios rebeldes y blancos aventureros a celebrar los ritos de la libertad. Como la salsa que se fue haciendo entre congas africanas, pianos blancos y voces y pitos de indios de América. Antes de ser metrópoli, Barranquilla fue lugar de carnavales para celebrar la libertad, como la salsa que generó el gran carnaval de la cultura latina. Y cuando Barranquilla se volvió lo que es, siguió siendo libre, porque nunca fue pueblo colonial ni territorio de guerras civiles. Como la salsa, que se levantó musicalmente desde adentro contra el Imperio, y generó en torno a ella quizás la mayor identidad de estos pueblos latinos. Salsa y Curramba, que se encontraron en el camino del Caribe para  nunca más abandonarse.  Salsa; música de libres y para libres que se escucha, baila y goza en este sitio libertario, convertido en melódica ciudad. Salsa ahora y siempre, clave y ritmo de la historia de una ciudad que baila en las calles de noche y baila en las calles de día. Barranquilla procera e inmortal como dice su himno. Barranquilla puesta ahí, en medio del Caribe, de la bulla, territorio desbordado del erotismo, la ebriedad y la risa. Barranquilla enloquecida gozándose a sí misma, con salsa, razón social de la existencia colectiva. Barranquilla atravesada su alma por el guapachá como una serpiente que se come su propia cola, Barranquilla salsómana, maravillosa rumbera insigne. En Barranquilla el pueblo cumple la cita con la salsa. A usted, viajero bailarín, transeúnte de la sabrosura, en Barranquilla lo esperan un centenar de estaderos y salsotecas. Todos los precios, todos los gustos, todas las ondas, todas las clases, las razas, las etnias y una sola bacanería: Barranquilla salsera y sus caminos. Allí están noche a noche invitando a la vida y a la danza los soneros de Galapa, las peladas de Rebolo, los camajanes de Carrizal, los morochos curtidos de San Pachito, los borrachines del barrio Abajo, consumidores de esperanza, las guacamayas mojadas del barrio San José, los bartolos del Boston, los coletos del barrio Chino, los bizcochos de Malambo, los troncos de la Chinita, los wincheros del terminal, los habitantes de los arroyos tropicales, hasta el Magdalena baila salsa en Barranquilla. Acuden a la cita porque saben que son descendientes de lo mejor de la salsa, desde los años sesenta y de ese pueblo de libres que creciera silvestre hace siglos al lado de las  barrancas del gran rio. La rumba salsa se instaló para quedarse en Quilla como una madremonte por las avenidas y las barriadas. Baile en las calles de día, baile en las calles de noche, barranquillero que baila arrebatao. Con la salsa los barranquilleros le cantan al buen humor, a la fertilidad, la opulencia. Son miles de espléndidos hombres y mujeres de todas los colores razas del mestizaje quienes se emancipan cada noche, cada fin de semana, para  espantar el tedio, huir de la cordura, llenarse de salsa y de ese modo construir paso a paso, una cultura de seres libres, que caminan dando tumbos por los linderos del caos. La ley de la salsa en  Barranquilla es gozar. Hundirse en el conglomerado de los rumberos, calentar hasta reventar la atmósfera tenaz del jolgorio, apuntalar en cada paso del baile el desenfreno y la exaltada libertad que nace de un pueblo épico y una salsa lírica. La rumba dura tanto como el sudor, sobre estos cálidos trópicos de la galaxia también conocidos como las barrancas de San Nicolás. La salsa barranquillera es la autogestión del desafuero individual. En los bailaderos de salsa en Barranquilla se da una creación colectiva de la alegría y se establece el derecho de cada uno a todos los privilegios. El único sacrilegio es no gozar. El hombre común, ayudado por las exquisitas e hipnóticas frases del licor, renueva sus francachelas y reencuentra su condición de vagabundo, única forma de evadir los excesos de la realidad y de darle rienda suelta a la guaracha, el guaguancó o el montuno. Ya son varias las generaciones de currambo-salseros dedicadas a una sana lujuria, medio siglo de salsa en esta ciudad sustancialmente salsera, donde nos hemos bailado hasta la Bechamel. Bailar salsa en Barranquilla es beberse las maravillas del asombro, asomarse a los sueños con la mirada pícara del duende que vive en cada uno de nosotros. Es levantar a patadas las barreras de la imaginación, es estar maquillado, es nadar por el borde de la sábana, cambiar las canas por los sones. Rendirle homenaje al mestizaje urbano. Es declarar turbado el orden púbico, sentirse como una casa abierta de par en par, abandonar  la mecedora, asaltar los viejos conventos de la razón y tirar paso hasta el amanecer en este lado del mundo, en este trópico irreductible. Vengan para acá al guapachá hecho del mismo tejido de la piel, caliente, sabroso, acogedor, intenso, sensual, salsero, barranquillero. Salsa barranquillera, rumba que se desliza amorosa por tus calles. Vengan para acá a la fiesta enorme de la salsa, a bailar, a jugar, a escuchar, a gozar la salsa. Vengan a los estaderos, palpiten en las calles con esta gente que les sonríe al sudor de la danza. Vengan acá al corazón de los y las barranquilleras que no solo los esperan para convidarlos al baile, sino para marcarlos con el beso tibio del cariño. ¡Salsa na má!
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