Desde que se acabó la vida privada –y eso fue hace mucho—los narcisos van por esta vida más felices que siempre, que nunca, exhibiendo sus podridas grandezas, promocionando sus pequeñas victorias como si fueran las conquistas definitivas; soltando al paso plumas y lentejuelas, en fin.
El rubor ya no existe. El afán de sobresalir en medio de un rebaño cada vez más nutrido y competitivo ha hecho perder las fronteras de la vergüenza y ya es poquita cosa aquella religión pueril que rezaba la oración según la cual que hablen de ti aunque sea mal pero que hablen de ti, porque en el reinado del exhibicionismo no basta eso, qué va, eso es poquita cosa.
Hasta la Reina Isabel II ha entrado en la desvergüenza. La vida del Palacio de Buckingham puertas adentro era una especulación de periódicos sensacionalistas o de plebeyos sin oficio, pero ahora la propia Majestad la ha puesto al alcance del morbo general. La página de Isabel de Inglaterra en Facebook es el hecho que corrobora que hasta la sal se corrompió y que si en la historia hubo un tiempo en el cual el sol no se ocultaba nunca en el Imperio, ahora no hay nada oculto bajo el sol.
El afán de exhibirse tiene, pues, en las redes cibernéticas el espacio que requería. Los datos de esta mañana, porque los de la tarde serán otros, dicen que hay 1.000 millones de personas que cuentan sus cuitas a través de los sitios que la vanidad ha diseñado para ello. 1.000 millones de megalómanos que cuentan cada segundo lo que hacen/piensan/desean/quieren y se toman fotos que ponen a circular por las redes para que les vean, espejito-espejito, y lanzan videos, incluso íntimos, en la creencia petulante de que hay quienes están pendientes de tu último almuerzo o de tus últimos polvos.
Pero como la egolatría no tiene fondo, a esa urdimbre cibernética usada para el culto a la personalidad, le suman también la lagartería que sigue vigente como negocio y como profesión. Que así no se llama, claro que no, porque ha adquirido desde hace tiempos otros nombres que la disfrazan. Relacionista, por ejemplo. O lobista o manager, por más ejemplos, que son quienes se encargan de inventar proezas de personajes y, a través de amigotes en los medios, coronan espacios rimbombantes para que la opinión bobalicona diga aggg.
Pero ante tanta exposición (visualización le dicen ahora) esos personajes que son vendidos como mercancías para engordar las chequeras de sus empresarios, tienden a volverse personajillos. De tanto aparecer desesperadamente de la mano de sus manejadores de imagen se vuelven fastidiosos y, por ahí derecho, se lagartizan también y la popularidad se les devuelve.
Es el caso de Juanes. Su relacionista, que es un embustero profesional, en su inútil competencia por posicionar a su pupilo como alguien tan universal como Shakira, ha llegado a lo grotesco. Hace poco mandó a publicar que Juanes va a participar en un show en el híper almacén Macy´s, algo que es apenas normal debido a la relevancia que tiene el músico y que se la ha ganado con talento y con trabajo. Pero el insaciable imagólogo adornó este hecho normal con el consabido “por primera vez en 84 años de historia del almacén”.
Y hace más poco aún, aprovechó los puentes que tiene tendidos con Teléfono Rosa de El Tiempo para meterles un embuchado cuya extravagancia llega al chiste: que por no me acuerdo qué motivos a Juanes le llegaron a Facebook fotos de 50 mil fanáticas enviadas desde 95 países. Y que 1.400 de esas fotos eran impublicables por su vecindad con la pornografía.
De la muerte de la vida privada pasamos rapidito a la muerte del pudor.
Juanes y el lagarto
Jue, 11/11/2010 - 00:05
Desde que se acabó la vida privada –y eso fue hace mucho—los narcisos van por esta vida más felices que siempre, que nunca, exhibiendo sus podridas grandezas, promocionando sus pequeñas victori