La contaminación del planeta

Mar, 23/08/2011 - 00:02
No es difícil ni original constatar que el mundo está sufriendo una transformación. El mundo económico, el mundo político, el mundo social; la humanidad en sus rel

No es difícil ni original constatar que el mundo está sufriendo una transformación. El mundo económico, el mundo político, el mundo social; la humanidad en sus relaciones internas y sus relaciones con todo lo que la rodea.

En términos de economía política –es decir, desde la perspectiva de que las sociedades se organizan alrededor de las relaciones económicas- es fácil concluir que es que el capitalismo ha llegado a un punto crítico que implica su agotamiento y que estamos en la evolución hacia otros modos de ordenamiento social.

El funcionamiento de la economía ya no responde a las teorías aceptadas y la consecuencia es la situación caótica por la cual pasan los países que lideraban el mundo, con lo que es peor, que no sirven los instrumentos convencionales para corregir los problemas que afrontan. En cambio las economías ‘no occidentales’, si se ven desde un horizonte histórico y no sumergido o encerrado en los datos del momento, lo que muestran es un avance vertiginoso tanto en el tamaño como en la velocidad. En quince años los modelos asiáticos alejados o menos obsesionados con los principios de nuestras democracias capitalistas han encontrado caminos más eficientes de crecimiento y de convivencia que los que ha aportado el neoliberalismo como desarrollo del capitalismo a nuestras sociedades.

Difícil es dar una explicación coherente de porqué o hacia dónde lleva esta evolución. El uso demasiado banalizado de grandes palabras permite descripciones que acaban diciendo nada, y que impiden darle un sentido coherente a este proceso.

‘Capitalismo’, ‘Democracia’, ‘Medio Ambiente’, son conceptos tan gastados que se puede decir que no existen, en la medida que abarcan en sí mismos decenas de temas y de definiciones.

Pero cada vez es más evidente que tienen contradicciones fundamentales. Las reglas del mercado en un mundo de libre competencia nunca propiciarán la igualdad y la equidad que suponen ser objetivo de la democracia; por el contrario el aumento de la brecha y la exclusión o marginalización de los ‘ineficientes’ es su resultado natural. El afán de lucro, que supone motivar la optimización del uso de los recursos, propicia por la misma razón su agotamiento; el choque entre las necesidades de las explotaciones económicas y el medio ambiente es inevitable. Los recursos de la naturaleza como un bien común para beneficio igualitario de todos es una utopía que siempre se chocará con la realidad.

El neoliberalismo o el modelo ‘neoliberal’ –consenso de Washington, globalización, privatizaciones, etc.- ha servido para exacerbar esas contradicciones y por esa vía destacar las contradicciones o insuficiencias del capitalismo. Lo que es sorprendente es que no se saquen conclusiones y se le dé un uso positivo a este fracaso, y en cambio se insista en intentar proseguir en la misma ruta y con los mismos medios. Que no se vean las protestas sociales que acompañan las crisis económicas como su consecuencia lógica, sino como una falla, un error que se corregiría con mejorar la misma receta que las está produciendo. Que en lo económico se busque la salvación del principio de la especulación y se considere como un obstáculo para lograrlo la actitud de las víctimas. Que no se entienda que los ‘indignados’ de España, los revoltosos de Grecia, los estudiantes chilenos, los vándalos londinenses, son expresiones intuitivas pero categóricas de que el rumbo que esas sociedades están siguiendo no es el correcto.

Mayo del 68, la Universidad de Kent, Woodstock, lo que se podría llamar la revolución hippie con sus slogan de ‘hagamos el amor y no la guerra’, de ‘detengan el mundo que deseo bajarme’, de ‘prohibido prohibir’, etc. pudo ofrecer o intentó ser un paso en la dirección correcta. Infortunadamente en forma callada triunfó la contrarrevolución y por pasos marcados caímos en el Yuppismo, en un culto mayor al consumismo, en el fanatismo de las ideas y los modelos que se imponen por la fuerza y las guerras.

Mientras se tomen todos los problemas actuales –crisis económica, cambio climático, protestas sociales, revoluciones del norte de África, hambrunas, etc.- como escenarios independientes y no se reconozca que son el producto coherente de la etapa de ‘homo capitalista’, y que éste más que generar la contaminación es la contaminación misma, la humanidad tendrá el mismo destino de los dinosaurios (pero tardando menos en desparecer).

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