La parábola que pudo ser y no fue

Sáb, 14/12/2019 - 02:05
Por aquel entonces dijo Jesús a sus discípulos: “La vida del hombre se parece a la de una banana”. Los discípulos no comprendieron. “¿Se parece a la de una banana?”, preguntó uno de ellos
Por aquel entonces dijo Jesús a sus discípulos: “La vida del hombre se parece a la de una banana”. Los discípulos no comprendieron. “¿Se parece a la de una banana?”, preguntó uno de ellos a quien estaba más cerca. “Eso entendí, pero no sé a qué se refiere el Señor”, contestó. “Lo comprenderéis dentro de poco, cuando a vuestros espíritus llegue más luz, hombres de poca fe”, indicó el Maestro al percibir que sus seguidores desconocían de qué hablaba. Pese a ello, uno de estos se dirigió a Jesús para ponerlo a prueba: “Si todo lo puedes, ¿por qué no haces que esa luz nos llegue más pronto? La requerimos para no malinterpretar lo que quieres decir”. Pero Jesús hizo el que no entendía lo que aquel hacía para probarlo, y continuó hablándoles: “Cuando veáis claro lo que os digo, sabréis cuánta razón tengo”. De inmediato los discípulos estallaron en un rumor desordenado y confuso. Mientras unos afirmaban que lo que el Señor quería significar era que las cosas no eran fáciles de comprender, otros sostenían que Él estaba convencido de que no le eran fieles.  A todas estas, otro de los suyos, que había permanecido en silencio y próximo a donde yacía el Maestro, le preguntó: “¿Qué tal, Señor, si nos explicas qué quisiste decir con aquello de que la vida de los hombres es como la de una banana?”. Todos guardaron silencio, como si hubieran recibido una orden interior para que solo se oyera la voz del Mesías, que ahí estaba frente a sus propios ojos. “Al principio –dijo–, la vida del hombre es como la de una banana, que, cuando está en su primer tiempo, es verde, indefensa y tierna, e inspira ser cuidada por su propietario para evitar que se enferme y muera”. Los discípulos lo seguían sin espabilar, atentos a la parábola. “Luego la banana vive su segunda fase, en la que se siente algo más segura de sí y brotan cambios en su apariencia, y su poseedor empieza a mirarla con dedicación, no vaya ser que caiga y se haga daño”. Los suyos escuchaban con interés creciente, sin captar aún lo que pretendía. El Señor continuó: “Tras un tiempo, por voluntad de mi Padre, la banana llega a su tercera fase, en la cual su aspecto estimula en mayor medida la atención de su amo porque le han llegado las luces y el brillo, y se muestra provocativa a la vista de quienes la observan”. Los discípulos se miraban unos a otros y sentían que su entendimiento se abría lentamente a las palabras divinas. “Un tiempo más allá –agregó el Mesías–, la banana suele alcanzar la cuarta y penúltima edad, en la que su aspecto empieza a mostrar diversas manchas oscuras y su voluptuosidad comienza a ceder en medio de la incertidumbre del amo”. Uno preguntó: “¿Dijiste ‘voluptuosidad’, Señor?”. “Has oído bien”, respondió, y tras una pausa inusual en Él, concluyó sus palabras: “Pero ni las aves del cielo cruzarán mucho tiempo los aires ni los peces del mar surcarán mucho tiempo las aguas antes de que la banana alcance la quinta etapa, la del fin de su tiempo, cuando su apariencia es una mancha irremediablemente oscura y su contenido se ablanda y comienza a producir olores indeseables, y a tornarse en alimento de bichos de toda clase,  que se encargarán de hacer olvidar que aquella fruta fue una fiesta ayer y mostrar que se transforma en una entidad camino de la destrucción y la desaparición por siempre”. Más tardó el Mesías de Israel en pronunciar su última palabra, que sus seguidores huir temerosos, con los ojos desorbitados y sus mentes desarregladas, a la manera en que lo hacen aquellos desgraciados que pierden toda esperanza. INFLEXIÓN. Cuando un predicador se vale de parábolas hoy, ¿la gente para bolas?
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