La revolución de la desesperanza

Mar, 18/10/2011 - 00:02
Cada vez toma más vuelo la protesta de ‘Ocupemos Wall Street’, o cada vez se ve más como la continuación del fenómeno que es el resto de protestas del mundo –los indignados de España, los h
Cada vez toma más vuelo la protesta de ‘Ocupemos Wall Street’, o cada vez se ve más como la continuación del fenómeno que es el resto de protestas del mundo –los indignados de España, los huelguistas griegos, les estudiantes de Chile, los revoltosos ingleses, etc., y para algunos incluso los movimientos de la ‘primavera árabe’-. Claro que eso lleva a que cada vez aparezca más importante para la prensa y para los comentaristas buscar interpretaciones –la crisis del capitalismo o del modelo neoliberal-, o comparaciones con eventos históricos parecidos. Ahora se repite con frecuencia el paralelo con las agitaciones de 1968 que trasformaron el mundo de entonces, o se habla incluso de su reivindicación. ¡Ojalá fuera verdad tanta belleza! Como parte marginal de esa ‘revolución’ –o más correctamente de esa época- me parece pertinente hacer algunos comentarios. Ante todo entender la dimensión de lo que esa trasformación significó. Más que cualquier revolución política –más que la revolución francés o la bolchevique-, y más que cualquier evolución de la economía –el fin del feudalismo o el nacimiento del capitalismo- que cambiaron solo la historia, ese proceso produjo el cambio en el ser humano mismo: con la píldora y el control total de la reproducción –tanto en los medios como en los propósitos- se puede decir que se modificó la especie humana; las relaciones entre generaciones, la visión de otras culturas, la actitud ante el sexo, la curiosidad por el mundo de las drogas, y en general no solo la forma de vivir sino de pensar del hombre se transformó; y no solo en sus expresiones –las comunas o los Beatles sin corbata y con pelo largo como forma de rebelión- sino en el fondo, en la orientación hacia nuevos valores y nuevas razones de vida, de rechazo al consumismo y despertar de la consciencia ecológica. Fue una revolución propositiva en que los slogan mostraban un rechazo pero al mismo tiempo una actitud activa ante lo que deseaban cambiar: ‘prohibido prohibir’; ‘detengan el mundo, quiero bajarme’; ‘hagamos el amor y no la guerra’. Infortunadamente se puede decir también que fue una revolución frustrada. Quince años después la contrarrevolución Yuppie con unos jóvenes de calzonarias y BMW se olvidaba de la solidaridad, caía otra vez en adoración al dios dinero, cambiaba cualquier curiosidad intelectual por lo último en ‘gadgets’, estigmatizaba las drogas, volvía a ‘la pareja como núcleo social fundamental’ y declaraba guerras, abiertas unas soterradas otras, a todo pensamiento disidente o diferente al ‘occidental’. Con el triunfo de esta contrarrevolución se propuso un nuevo orden político-económico que desprecia el medio ambiente, que se impone por las vías bélicas, que se rige por la confrontación –competencia la llaman-, y sobre que todo que menosprecia las condiciones del ser humano y valora solo los balances de las economías tanto de las empresas como de los países. Contra este modelo es que se levanta el mundo ahora. Pero si las revueltas del 68 se podían considerar como la revolución de la esperanza porque era la expresión de una juventud que pensó que podía cambiar el mundo. La actual sería la de la desesperanza, la de la desesperación de las clases medias que solo ven los efectos negativos del mundo en que viven pero se sienten impotentes ante quienes manejan el poder.  No son movimientos o expresiones revolucionarias sino protestatarias. O lo que es peor, no es la juventud que las lidera buscando un futuro diferente (excepto en Chile pero donde su objetivo es claramente puntual, la educación gratuita).
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