Los bogotanos deberíamos parecernos más a los paisas

Mié, 02/04/2014 - 13:39
Por nada del mundo copiemos el “look” de la greña paisa, pero sí es necesario que nuestro comportamiento sea un poquito, tan solo un poquito más amable.

Soy bogotano y lo digo con un orgullo
Por nada del mundo copiemos el “look” de la greña paisa, pero sí es necesario que nuestro comportamiento sea un poquito, tan solo un poquito más amable. Soy bogotano y lo digo con un orgullo que está en vía de extinción. Nos estamos convirtiendo en animales salvajes y atravesados. Vivir en Bogotá significa estar lejos de las provincias colombianas, de las ciudades olvidadas, donde es muy difícil encontrar eso que algunos llaman “oportunidad”. Sin embargo, hay que decir sin miedo que hace rato Bogotá no es orgullo de nada. Su gente, entre la que me incluyo, se ha alejado de su entorno porque ya no lo reconoce. Las calles no son de nadie, nada duele y lo único que nos agrupa es una queja airada porque esta es ahora la ciudad perdida, una urbe que hace lustros no encuentra su rumbo. Los bogotanos nos olvidamos (si es que un día aprendimos) de ser amables con los demás. Aquí cabemos todos, por supuesto. Cabemos los costeños, los pastusos y los paisas, pero en esa mezcolanza el bogotano es el que está perdiendo su identidad. ¿Qué siginifica ser bogotano? La pregunta no es fácil de responder. Decir que somos “cerrados” y antipáticos es tan solo un estereotipo básico que se usa para ofender. Igual que decir que los de Medellín son unos montañeros o que los costeños son cochinos. Ser bogotano no es ser hincha de Santa Fe o Millonarios, es estúpido creer eso. La crisis de identidad de un bogotano en todo caso es innegable. No hay espejos. De lo único que de verdad sentíamos orgullo hace unos años era Transmilenio y ese sistema ahora nos avergüenza. No hay mucho de qué enorgullecerse, no hay un presente halagador y mucho menos un futuro prometedor. Hay miedo, hay inseguridad, las calles se han convertido en una selva de cemento, como diría Héctor Lavoe. Esta ciudad se llenó de lobos y las ovejas que aún quedan, que son muchas por fortuna, salen asustadas a diario a una Bogotá que impresiona por su desorden. Y salir es un decir porque salir en realidad es atascarse en monumentales trancones. No se equivoque. Desde luego que en Medellín roban y en Barranquilla violan y secuestran. Empero, allá se notan el calor humano y la amabilidad en la calle. Aquí no. En Bogotá eso es prácticamente imperceptible. Aunque hay excepciones, la mala cara es un lugar común, la tienen el cajero del banco, el policía y el conductor del bus. La ventaja de Bogotá frente a otras urbes se puede buscar en muchos indicadores y en la obviedad de ser una ciudad más competitiva, sin embargo, la percepción de amabilidad no se puede igualar. La prueba está en preguntarle a alguien una dirección en la calle a ver cómo contestan. Mientras en el Eje Cafetero, por ejemplo, la gente es capaz de llevarlo a uno a su destino, en Bogotá ni siquiera respondemos. Mientras en otras ciudades los meseros se ganan la propina, en la capital ésta se impone. Con tanta gente que llega cada día a Bogotá a buscar su “oportunidad” es muy complicado lograr que todos tengan sentido de pertenencia. Aun así, qué bueno sería que aquí fuéramos capaces de saludar, de ceder el paso en un trancón, de comportarnos como humanos en TransMilenio y de ser solidarios. Solo con eso esta bendita ciudad sería mil veces mejor. ¿Por qué los bogotanos no podemos ser más queridos con los demás? La idiosincrasia no se enseña en el colegio, pero ¿es tan difícil de verdad hacer buena cara y sonreír, a pesar de tantos problemas? En Twitter: @javieraborda
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