Crítica de la obra
“Soy María de los Ángeles la que mueve las caderas,
soy hija de Evangelina la famosa fandanguera.
Así me muera, moriré bailando”
Desde mi palco de buen acomodo veo como el público llena gran parte de la sala, y expectante aguarda que el telón del Teatro nacional de la Castellana levante amarras para descubrir la tan mentada pieza “María Barilla”: el musical colombiano ganador del premio Fanny Mikey 2010 y que fue la pieza inaugural del XIII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá en el mes de marzo 2012.
Debo decir que es la segunda vez que asisto a este espectáculo, y lo hice para evidenciar que algunos aspectos que me habían incomodado en la noche de la
première habían sido remediados; desde ya me anticipo a decir que efectivamente esas dificultades propias de un estreno fueron en gran parte solucionadas y que la pieza actual es más sólida y más madura.
Se trata de una pieza de folclor de la región del Sinú y portadora de una temática que involucra con buen acierto: canto, música, danza y teatro. La historia central narra el tormentoso romance de María de los Ángeles con Perico Barilla, interpretados admirablemente por Natalia Bedoya y Julián Román respectivamente, este último se destaca como actor – es su especialidad–, pero aquí nos sorprende por su voz musical que nos era desconocida.
Ha de decirse que la fuerza de la pieza no estriba precisamente en lo argumental ni en la trama desarrollada, aquí el plato fuerte es la música caribe: porros, fandangos, bullerengue. El resto me parece un pretexto para poner en escena el folclor del Sinú; ciertamente muy vistoso.
María de los Ángeles es un personaje que existió en la realidad y que siendo lavandera y muchacha de servicio se convirtió en una legendaria fandanguera caribe. Esta mítica mujer tomó el apellido de su compañero sentimental quien la abandonó por no haberle dado un hijo. Una trama muy imbuida de machismo, como lo era (¿es?) esa región en los principios del siglo pasado: aguardiente por ser macho, peleas por ser machos, mujeres a disposición y para los trabajos de hogar, sin excluir los físicos, y sin derecho a voto ni opinión. Diálogos muy sencillos, campesinos, más bien insípidos, a los que no hay que prestar demasiada atención ni análisis. Aún con este drama que suena desgarrador la trama no es suficientemente cautivadora y lo que en realidad se logra es tener pendiente al espectador en la expectativa de ver la siguiente escena de danza o canto.
Natalia Bedoya se apodera del escenario, cautiva al espectador
Es, sin duda alguna, la fabulosa voz e interpretación desenfadada de Natalia Bedoya que marca el derrotero de la pieza, una voz potente, matizada, apoderada del estilo costeño y que se antoja al espectador ora Traviata disoluta y en estertores de muerte, ora Carmen libre que no pertenece en definitivas sino a sí misma. Natalia es una actriz multifacética y de una larga trayectoria artística, ya la hemos visto en otras interpretaciones: de jazz, de boleros, no le teme al ritmo, se adapta, se apodera del escenario y del oído del espectador, lo cautiva; atrás, lejos la niña prodigiosa de las Pop Stars, es hoy en día una actriz experimentada que canta (orquestada o
a capella), baila y actúa. Y qué bien lo hace.
Loable y muy atinada la selección de los artistas, en donde se favoreció a profesionales y a cantaores y bailaores autóctonos para goce de los espectadores y gran beneficio y realce de la pieza. Se le antoja a uno pensar que si en la reciente puesta en escena del musical “
Chicago” hubiesen utilizado este mismo criterio, otro hubiese sido el cantar; muy por el contrario prefirieron un
casting comercial con estrellitas de éxito efímero de telenovelas y de peregrino
rating, que no tenían mayor conocimiento de canto ni baile: ¡y esto en un musical! Qué ideas tienen los productores a veces.
Merece particular mención el vestuario, particularmente el femenino: colorido, de amplísimas polleras y llamativos diseños. Cómo no traer a mente el estilo andaluz, los pañuelos rojos que portan los hombres al estilo de Pamplona, los cantos vaqueros con tintes y entonaciones del cante jondo flamenco, todo esto recuerda ineludiblemente nuestra procedencia cultural española.
Y en cuanto al conjunto musical en donde destaca Juan Chuchita Fernández, un intérprete de amplia edad, y con el folclor costeño bien enraizado, que no improvisa, sino que regurgita su experiencia de tantos años y recoge grandes aplausos bien merecidos en agradecimiento a su interpretación, pero también, quiero pensarlo, por el aporte al mantenimiento de la tradición musical colombiana.
Por último, aunque el folclor no es mi mayor foco de atención (uff, lo dije), sin embargo la pieza me pareció atractiva, bajo la dirección de Pedro Salazar que logra darle forma, armonía e interés a la original idea de Leonardo Gómez. Vale, pues, la pena asistir a este espectáculo ahora mucho más decantado y equilibrado que en su estreno, ah, y en un teatro más apto para ello. Claro, podría uno preguntarse muchas cosas, por ejemplo si el eje temático de la pieza es el amoroso, el político, el costumbrista o el protestatario; me lo pregunté varias veces y me respondí sin dilaciones y como se dice ahora: “
deje así”, y a lo caribe
“aja, a divertir el oído y la vista, ná´más”.
Notícula: Una segunda temporada de esta obra está prevista para el segundo semestre de este año 2012.