Morirse de la risa

Sáb, 23/04/2011 - 00:00
“El que ríe de último… no entendió el chiste” Chiste popular
Yo no sé mucho de casi nada, soy apenas un payaso de circo pobre, pero dicen que una

El que ríe de último… no entendió el chiste” Chiste popular

Yo no sé mucho de casi nada, soy apenas un payaso de circo pobre, pero dicen que una de las propiedades que diferencia la especie animal llamada humana de los demás seres vivos, además de la capacidad de pensar, razonar, hablar, anticipar el futuro y tener conciencia de sí mismo, es la de la risa. Y parece que no es un descubrimiento reciente: alguien me dijo que ya Aristóteles se había dado cuenta hace miles de años cuando afirmó: «el hombre es el único animal que ríe». Pero hay gente que se ríe estúpidamente de todo. Será por eso que siempre que salgo al escenario me siento como si estuviera frente a unos animales. Soy un cómico de profesión. Pero ojo, que no se preste a confusión: cómico es quien hace reír a los demás, eso no tiene chiste. Otra cosa es un humorista, alguien que hace pensar y luego reír. Ese sí me da envidia. Porque una cosa es el sentido del humor, y otra bien distinta la chabacanería, la ordinariez. Yo me especializo en esta última, cuento chistes y hago gestos para burlarme, me aprovecho de los defectos de los demás, también de los débiles, y me aprovecho de la idiotez de mi público. Eso hacen muchos otros que se creen muy graciosos, que “son el alma de las fiestas”. Pero sé que hay humoristas elegantes, llenos de ingenio, que hacen juegos con las palabras, que dicen cosas interesantes entre chiste y chanza, que hacen crítica juiciosa y denuncian injusticias y todas esas cosas duras que pasan en la vida de un modo divertido y ameno, que no cansan como lo hago yo. Cuando yo era chiquito quería ser un humorista de esos. Porque, a pesar de no tener instrucción, siempre he creído que las dos cosas, pensar y reír, deben ir de la mano. Para mí el entender y el reír son las verdaderas demostraciones de inteligencia. Sobre todo el entender y hacer reír al que entiende. En Semana Santa me acuerdo de mis sueños de niño. Cuando recuerdo toda esa solemnidad y  esa música seria que ponían en las emisoras, los sermones interminables de curas lúgubres que anuncian castigos eternos, yo quería que las personas sonrieran y no anduvieran por el mundo tan tiesas y tan majas. Que fueran a las iglesias, a los monumentos y a las procesiones en busca de un poco de alivio a sus trajines, no a seguir sufriendo aterrorizados por un dios vengador. Me hubiera gustado ser parte de las procesiones, pero no para lamentarme, sino para hacer reír. Pero me he dado cuenta de que en cualquier época del año hay mucha gente que cuando camina se mueve con su nube gris propia que anuncia una tormenta como de Viernes Santo, con un cuervo negro rondándola con aires de gravedad, y pareciera que todo cuanto con ellas tiene que ver es de suma importancia. Sospechosa importancia. Cari-acontecidos como Virgen de pueblo, de esos pueblos como los que mi circo visita por estos días. Yo creo que sólo cuando alguien deja de tomarse tan en serio a sí mismo puede abrirse a los demás y tratar de comprenderlos. Y pensar que muchos suelen creer que la seriedad es muestra de infinita sabiduría. Para mí, es todo lo contrario: si alguien se toma siempre tan en serio que no es capaz de reírse de sí mismo, que no le encuentra la gracia a nada, que no regala una sonrisa ni a palo, no entiende en verdad de qué se trata la vida, no entiende nada. A mi me gustaría escribir de tal modo que el lector supiera que se trata de un chiste, sin tener que escribir a continuación “jajaja”, sólo para que entiendan que es en broma. Hay gente que no sabe lo que es el sarcasmo, la ironía, las sutilezas del lenguaje. Me gustaría poder decir las cosas más serias y profundas con un toque de gracia, pero a la manera de los humoristas elegantes. Quisiera, en mis presentaciones, no tener que decir las vulgaridades que me veo obligado a decir. Quisiera poder burlarme de las cosas humanas y los acontecimientos sin ofender, decir las cosas más terribles, las verdades trágicas sobre los hombres, las relaciones, los defectos, las enfermedades, la muerte, la política, la economía, sin insultar. Y sin armar pelea por todo a toda hora, como suele suceder a la gente que no tiene sentido del humor. Pero también sin andar siempre serio y dándomelas de que sé mucho, cuando en verdad no es así. Admiro a quienes tienen sentido del humor. Porque creo que no hay mayor sensatez que tener sentido del humor. Desconfío de la gente seria, que todo se lo toma a pecho, que creen que son los únicos que piensan y que saben cómo son las cosas, así como de quienes sólo piensan en trabajar y trabajar, que se creen imprescindibles para la humanidad y no sacan tiempo para divertirse, para leer, para ir al cine, para reírse un poco. En mi país tuvimos un Presidente así. Cuando me muera, a mí me gustaría morirme de la risa. Y que en mi lápida diga como me contaron que decía la de un humorista que hacía cine: “Perdonen que no me levante”. Pero, ¿quién le va a poner lápida a la tumba de un pobre payaso?

“Reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos” Erasmo de Rotterdam

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