¿Pa' qué sirve la autonomía territorial?

Mar, 15/03/2016 - 17:46
A riesgo de parecer reiterativo quiero insistir en el tema de la autonomía territorial, espero que no sea causa para que muchos lleguen a pensar que soy cansón o demasiado cabeza dura.

Hace poco,
A riesgo de parecer reiterativo quiero insistir en el tema de la autonomía territorial, espero que no sea causa para que muchos lleguen a pensar que soy cansón o demasiado cabeza dura. Hace poco, alguien, después de escuchar mi cantaleta del federalismo, me preguntaba: ¿y no es lo mismo este sistema centralista que el federalista? ¿ Al fin y al cabo el problema es de corrupción, más que de ordenamiento territorial? Aparentemente podría tener razón, da lo mismo una cosa que la otra si al fin y al cabo en ambos sistemas se puede percibir ese cáncer, cómo no pensar en Brasil o Argentina, sistemas federalistas por excelencia, sin embargo, esa es otra discusión. Al instante recordé una vivencia que suelo narrar para que quienes me escuchan puedan tener leve idea de lo que implica lo uno o lo otro. Cuando tuve la oportunidad de regentar el cargo de Gobernador de Boyacá, solía visitar las escuelas de las diferentes veredas, todos los jueves, en la mañana, llegaba sorpresivamente y me sentaba en un pupitre a escuchar, casi siempre, las clases de historia o geografía; lo que más me impactaba era que los maestros le enseñaban a los niños de la misma forma que hace treinta años me habían enseñado en la escuela de mi pueblo; algún día, en uno de esos recorridos, en una vereda Boyacense, una maestra regañaba a uno de sus alumnos porque había llegado tarde y sin bañarse, me llamó la atención aquel novel jovencito y le pregunté por qué no tenía claro que el cumplimiento era la virtud más preciada de una persona ya que era la expresión de respeto y consideración por los demás. El niño, mirando al suelo, con voz entrecortada me respondió: es que no alcancé a andar más rápido sumerced, son tres horas de camino y debo levantarme a las 3.30 de la mañana para poder llegar a las 7:00, cuando inician las lecciones; en mi casa no hay agua caliente y bañarse a esas horas da mucho frío. Y así debe ser, es un páramo en donde al amanecer las temperaturas son hasta de 3 grados bajo cero. La reflexión es sencilla: cómo exigir a un niño de algo más de siete años disciplina Prusiana en pleno siglo XXI y cómo no entender a la profesora de ese apartado sitio de la geografía, en su afán de conservar la disciplina y querer mantener el orden. Este episodio quedó grabado en mi cerebro y fue para mi reto personal tratar de solucionar este inconveniente, que seguramente no ocurriría únicamente en esa vereda sino en muchas otras de nuestra folclórica Colombia. Después de cavilar muchas soluciones llegue a la más obvia y aparentemente sencilla: cambiar el horario de entrada a las escuelas y colocarlo a las 10:00 a.m., esa era la respuesta al dilema que me había planteado ese púber campesino. Lejos estaba de imaginar la gran complejidad que para un Gobernador de un estado centralista, como el nuestro, implicaba esa medida; en primer lugar fue necesario explicarle al sindicato de maestros la benevolencia de tal decisión, después tuve que convencer a la maestra que se sacrificara un poco por sus estudiantes y posteriormente a los padres. Creí que todo estaba solucionado y que simplemente podría expedir el decreto correspondiente. ¡Oh sorpresa! No es posible que el Gobernador cambie el horario de la escuela de una vereda de su territorio, eso solo puede hacerlo el Ministerio de Educación Nacional con sede en la gran capital y con una burocracia que demora cada decisión días, meses y años. Tiempo después, tendría que asistir como Senador de la República a la más chistosa y exótica solicitud: la Ministra de esa época pedía al Congreso que se le autorizara para contratar un estudio que identificara cuáles podían ser los horarios de los diferentes establecimientos educativos del país, siempre me pregunté si no era más fácil que ese trabajo lo hicieran los Secretarios Departamentales de Educación. Cada vez que cuento esta anécdota, la gente no entiende cómo algo tan sencillo, por cuenta de nuestra mentalidad centralista, se vuelve tan engorroso y complicado, y no es solo eso, los maestros los escogen en Bogotá, hasta los celadores de algunas instituciones y los funcionarios de carrera de las administraciones departamentales son seleccionados por los concursos que se llevan a cabo en la ciudad capital, de esa manera se acrecienta el poder de unos pocos en detrimento de la eficiencia, eficacia y efectividad que debería ser consustancial al ejercicio administrativo de los entes territoriales. Si cada departamento tuviera la AUTONOMÍA, por lo menos para cuestiones tan triviales, otro gallo cantaría. Mientras tanto, niños como el de la historia deben seguir levantándose a las 3.30 de la mañana, caminar tres horas y sentir que forman parte de un Estado desalmado y cruel…
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