Advierto a los lectores más susceptibles que esta columna estará llena de porquerías, algunas más inmundas que otras. Y aconsejo leerla oyendo la opera La gazza ladra, de Gioachino Rossini, porque no encontré mejor obra maestra para musicalizar lo simples, ridículos y cochinos que somos todos. Sí, todos. Yo, y todos ustedes.
Las porquerías que hace la gente cuando cree que no la están mirando es una lista interminable. Y como en cada cultura las reglas y hábitos de la gente son diferentes, lo que aquí es vomitivo, en India, por ejemplo, no lo es tanto.
Me cuenta una gran amiga sobre un viaje que hizo a la India, donde vio lo más asqueroso que ha visto en la vida. Se trata de una tradición sagrada: A la entrada de los templos siempre hay un canal de lado a lado, lleno de agua muy sucia. Es imposible saltarlo, obligatoriamente hay que meter los pies si se quiere entrar al templo, a donde solo se puede entrar sin zapatos. Los locales y turistas que han caminado por todas partes lavan sus pies sudorosos e inmundos en esta agua que aumenta los niveles de inmundicia con cada persona que entra al templo. Los indios no solo lavan sus pies sino que se beben esta agua, porque la consideran sagrada.
En una cultura como la nuestra, casi todos estamos de acuerdo en que la siguiente lista de manías que tiene la gente es una porquería:
Orinar en una piscina, o en la bañera. Hurgarse la nariz y comerse los mocos, o las costras, las uñas de los pies, la cera de los oídos, o los pelos (hay gente que lo hace y luego debe ser sometida a una cirugía para que les remuevan bolas de pelo del estómago). Espicharse los granos en público, en pareja o en solitario. Comer en los medios de transporte públicos. Tirarse un pedo y olerlo. Mirar el bollo después de cagar, o los mocos después de sonarse. Los hombres que orinan y no se lavan las manos. No usar desodorante cuando hace calor. Estornudar y toser sin taparse la boca. Escupir en público. Quitarse el sarro con las uñas. Hacer bolitas con los mocos y mandarlas a volar.
Los hombres que se acomodan el paquete en público, o que se rascan. Los que se suben la cremallera cuando ya han salido del baño (lo que indica que no se lavaron las manos), o los que orinan en el lavamanos. Las mujeres que se sacan la tanga de entre las nalgas. Botar la basura en la calle. Pegar el chicle debajo de la silla o la mesa. Espicharse un grano en el baño y dejar el gusanito que sale pegado al espejo. Fumarse una colilla que algún extraño abandonó. Usar un cepillo de dientes ajeno, sin permiso. Comer con la boca abierta, o haciendo ruido con cada mordisco. Sorber lo que se bebe…
Cuando tenía unos quince años, en el colegio en Uruguay, me fui a una excursión con mi generación a Argentina, Brasil y Paraguay, en bus. Delante de mí iba sentado un flaquito que me fascinaba, y me coqueteó todo el camino de ida. Iba arrodillado sobre su asiento, conversando conmigo, y cuando casi llegábamos a nuestro destino, estornudó. No solo aterrizaron un 40% de sus mocos en mi cara, sino que cuando abrí los ojos, tenía un moco inmundo colgándole de la barbilla. No volvió a hablarme jamás en la vida.
Les pedí a mis panas que me contaran porquerías que han hecho o han visto hacer. Estuvieron de acuerdo en compartir tal información conmigo, solo si les prometía que sería anónimamente, y estoy segura que varios me hicieron cuentos en una tercera persona que más bien debería ser primera.
Alguien me contó sobre un amigo suyo muy guapo que después de follar le hace un nudo al condón y lo guarda en una cajita de metal junto con otros condones usados con las muchas mujeres que se acuestan con él.
El primer novio de un amigo era famoso por el gran tamaño de su pene. Una noche salieron muy borrachos de un bar y se fueron a follar. Cuando llegaron a la casa no encontraron lubricante (claramente muy necesario) y decidieron usar aceite de oliva en su lugar.
Una de las periodistas de KIEN&KE, que está de vacaciones con su novio y sus suegros en Cartagena, me contó que se subieron a un ascensor con un fulano de unos 40 años. Cuando iban en el tercer piso, yendo hacia el séptimo, el hombre se tiró un pedo fétido y diabólico que los obligó a bajarse en el quinto piso y seguir subiendo por las escaleras. La suegra se volteó y con cara de maldición satánica le gritó:
—¡No sea tan descarado, respete!
Una cosa muy inmunda es echarse un pedo en un ascensor cuando uno está solo, es egoísta y anónimo. Otra cosa muy diferente es echarse el pedo cuando el ascensor está lleno.
Mi mejor amiga de la universidad, que se crió en Cartagena, tenía cuatro años y estaba en la playa con sus primos, metidos en el mar. A ella le dieron ganas de cagar pero le dio pereza salirse del agua. Estaba calentica y muy cómoda, así que decidió cagar en el agua, asumiendo que el bollo se hundiría en el fondo del mar. Ese fue el día que descubrió la ley de gravedad. Cuando sus primos vieron el bollo flotando en el agua comenzaron a gritar, pero la que más gritó fue ella, riéndose por dentro.
Una escritora y periodista colombiana que va en ascenso hacia grandes éxitos, me contó que después de una pelea muy fea con un exnovio, antes de salir de su casa se encerró en el baño y limpió el fondo del inodoro con su cepillo de dientes. Al tipo le dio gingivitis.
A uno de mis grandes amores de la adolescencia no le da vergüenza admitir que un día folló con dos mujeres. Una por la tarde y la otra por la noche, sin usar condón y sin lavarse. Porquerías.
Mi mejor amigo fue el protagonista de un video que hicieron sus amigos de la universidad para una materia llamada Videoarte. El personaje era un punketo que tenía una identidad secreta. De día era profesor en una universidad y de noche era una gonorrea que entre las muchas porquerías que hacía, también peleaba con un ninja que no existía. Así pues, le quitaron la ropa y lo dejaron en boxers, le pusieron patines y lo mandaron a andar por una ciclorruta. Después lo filmaron comiéndose un sándwich en una tienda, pasándolo con vodka puro y después echándose el licor por todo el cuerpo, como si fuera Natalia París. Después lo siguieron hasta un caño donde terminaron el video con una escena de él cagando, todavía en patines.
Un gran amigo que tengo, quien me pidió que lo citara como un excéntrico billonario, me contó que una noche llegó muy borracho a su apartamento en un cuarto piso en Londres y se puso a orinar por la ventana.
Otra periodista de KIEN&KE cuenta que cuando era niña tenía un amigo que una vez, estando en una piscina se cagó, y para que nadie descubriera el bollo, se lo comió. En la redacción nos desternillamos de la risa y María Elvira Bonilla grita desde su escritorio:
—¡Ay, ya no más!
Otra amiga, una guapa muy guapa, es quien más inmundicias ha visto. En París y Atenas vio a varios hombres masturbándose en público. Algunos como si estuvieran solos y otros mirándola y riéndose. En el metro de París se sentó frente a una joven que sacó un paquete de galletas y vació su contenido sobre sus piernas. Después comenzó a meterse galletas a la boca y a escupir el bolo masticado dentro de la bolsa. Se bajaron ambas en la misma estación, donde la joven botó el paquete masticado y se compró otro en una máquina dispensadora. También ha visto borrachos vomitando sobre otros más borrachos que a su vez también vomitan. Pero lo más inmundo que ha visto son los brazos de sus amigas heroinómanas, en Australia.
Un periodista de televisión, muy compuesto y bien presentado, vio en una sandwichería en Panamá, a la mujer que preparaba los sándwiches lamiendo el jamón antes de entregarlos a sus comensales. Y los clientes haciendo fila, ansiosos por comerse su almuerzo…
Me contaron también sobre el amigo de un amigo de un amigo, a quien le gustan las lobas. Una vez se llevó a una para la casa, estaban practicando sexo anal envueltos en una dicha embriagante, cuando la loba comenzó a gritar (en un tono muy sexy, por supuesto):
—¡Papi, popó! ¡Papi, popó! ¡Papi, popó!
Y se cagó.
Pero la gran ganadora de las porquerías es una amiguita mechudita que me encontré en la vida hace poco tiempo. Esta mujercita le pidió a su primo que le contara porquerías, y el primo le habló de dos: la gente que se rasca el borde del ano, porque le pica y porque le gusta, y luego no se lavan las manos. Y los “vagipeos”, pedos vaginales que tienen mayor éxito debajo del agua, que en la superficie.
Y ustedes, ¿podrán sorprenderme con más porquerías?
@Virginia_Mayer