Prosa simple vale por dos

Vie, 04/05/2012 - 01:01
Hace dieciséis años Tomás González publicó su colección de cuentos Historia del rey del Honka-Monka. Era una abigarrada y maravillosa caja de donde salí

Hace dieciséis años Tomás González publicó su colección de cuentos Historia del rey del Honka-Monka. Era una abigarrada y maravillosa caja de donde salían salseros, canchas de fútbol en lomas y macacos escondidos entre maletas. González parecía entonces demasiado enamorado de numerosos personajes, que, aunque bien logrados y divertidos, iban muy apretados entre tanto rebrujo.

Atrás queda 1995 y llega septiembre de 2011, cuando González publica La luz difícil. El escritor ya no parece interesado en mosaicos narrativos ni en exceso alguno. Solo en una historia triste y simple, que sin embargo es un prisma: perfecto y universal. Como lo dice Wallace Stevens en su poema Table talk: "Se sabe, que morimos para siempre. La vida, entonces, se trata de lo que a uno le gusta porque sí, no de lo que le debería gustar"[1]. Con un puñado de elementos, un artista es capaz de formar un universo.

La luz difícil es la historia de la noche más dolorosa en la vida de una familia de colombianos en Nueva York. David, el padre, la madre y el hijo menor esperan al lado del teléfono mientras los dos hijos mayores atraviesan el país con rumbo a Portland, ciudad donde el hijo mayor, presa de dolores insoportables tras un accidente de tránsito, planea morir con la ayuda de un médico.

En esa noche eterna vemos transcurrir toda la vida de David: nos cuenta su vejez de vuelta en Colombia, en una soledad agradecida; de los años felices y complicados que pasó con su familia en los Estados Unidos y cómo la tragedia moldea a sus hijos. En medio de la angustia, y de las horas lentas, hay encuentros fortuitos y extraños, de ésos que sólo esa ciudad puede ofrecer.

El orden que González escoge para contar su historia es el de los tiempos del corazón. El pintor anciano que se va quedando ciego de vuelta a la tierra templada en Colombia ha resuelto escribir sobre su vida ya que sus ojos no lo dejan pintar más. Y como un viejo que conversa, a veces repite, y divaga, pero de alguna manera, y no sé cómo, González logra que su historia jamás pierda fuerza entre tanta naturalidad: "Mi vida hasta ahora ha sido buena" –dice el viejo desde el jardín tropical donde ha venido a pasar sus últimos días – "Conocí el otro lado del dolor, su otra orilla, y con aceites y pigmentos creí a veces tocar el infinito".

González ha delineado una historia simple y bella, capaz de contenerlo todo (una vida, el dolor, la belleza, el amor) y ha sido capaz, esta vez, de rodearla de vacío.


[1]Traducción de la reseñadora.

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