Retratando el alma

Dom, 10/03/2013 - 01:07
Reseña crítica del libro “ Mr Gwyn ” de Alessandro Baricco
“Todos somos una página de un libro,

Reseña crítica del libro “ Mr Gwyn ” de Alessandro Baricco

“Todos somos una página de un libro, pero de un libro que nadie ha escrito nunca y que en vano buscamos en las estanterías de nuestra mente” A.B.

En la cúspide del éxito Jasper Gwin, escritor londinense de cuarenta años, publica una columna en el Guardian en donde enuncia taxativamente y en 52 puntos aquello que a partir de la fecha dejará de hacer; entre esas interdicciones que se autoimpone figura la de “nunca más escribir un libro”. Un inicio de novela que a la manera de una piedra lanzada en un estanque reposado produce ondulaciones fuertes, aquí la frase deja al lector frente a una gran expectativa; esa que el libro intenta resolver a lo largo de menos de doscientas páginas. Una novela corta.

Los primeros capítulos del libro son de absorción difícil debido a su calculada lentitud y a la evidente inacción; los bostezos se cuelan con facilidad. Solo la perseverancia, propia de un lector porfiado y paciente, hace que no se abandone el empeño. Por fortuna la constancia es premiada, porque el libro se trasforma considerablemente y el lector felizmente encuentra una novela de análisis; atizada, hacia el final, con guiños, maneras y sorpresas propias de un thriller. El editor de Jasper Gwyn cree en un primer tiempo que el sorpresivo anuncio de su escritor es una estrategia provocativa de publicidad, así es que se pone en contacto con él, quien para el momento ya anda “huyendo” por España, le habla como amigo, el único que tiene este extraño escritor, para tratar de desenmarañar el excéntrico anuncio. Ante la clara confirmación de la decisión, intenta disuadirlo de no abandonar su corta, exitosa y tan promisoria carrera; pero Mr Gwyn se resiste, alegando que ya no le interesa esa profesión, ni la fama, ni los cocteles, ni las entrevistas, ni la celebridad. Desea una vida más sencilla como copista, oficio tan incierto que no logra él mismo definir. Varios años duró retirado del mundo de la escritura de libros, no obstante la apremiante necesidad de escribir y de componer frases que lo asediaba, pero no cedió en su decisión primera. Para calmar su ansiedad llegó incluso a memorizar fragmentos de posibles libros, pero sin dejar que estos pasaran al escrito. “De manera que acabó comprendiendo que se encontraba en una situación conocida por muchos seres humanos pero no por ello menos dolorosa: lo único que los hace sentirse vivos es algo que sin embargo, lentamente, está destinado a matarlos. Los hijos para los padres, el éxito para los artistas, las montañas demasiado altas para los alpinistas. Escribir libros, para Jasper Gwyn”. Mr Gwyn es un personaje bastante extraño, introvertido, muy solitario, ingenuo en muchos aspectos, poco comunicativo, difícil de aprender; sus amigos escasísimos: en primer lugar su editor, con quien, no se puede decir que mantenga estrecha relación ni gran intimidad; se inventa una amiga secreta e imaginaria con quien discute y de quien recibe consejos, se trata de una anciana, a quien por casualidad conoció en un consultorio médico y que poco después murió. Es realmente su amiga. Seguramente aplica aquí Mr Gwyn su propia frase: “Morir es tan solo una forma particularmente exacta de envejecer”. En uno de sus tantos días de errancia, esos en que su mente ni su tiempo parecían estar comprometidos en algún proyecto, excepto el de divagar, lo sorprendió un aguacero que lo llevó casualmente a utilizar una galería de arte como escampadero; el tipo de sitios que el exescritor, curiosamente, repudiaba. Allí calmadamente recorrió y admiró una exposición de retratos pintados y de desnudeces plasmadas en cuadros. La impresión y asombro fue grande. La visión de aquella muestra lo extasió, la revelación de la definición de copista se le aclaró y aquello que le parecía difuso se le despejó; supo lo que era ser un copista. La idea del pintor que traslada una cara sobre un lienzo era lo que el entendía por copista. Se convirtió, entonces, en retratista: alguien que copia imágenes a partir de lo real, lo más cercanas al modelo que se plasma sobre un lienzo; en su caso, y ahí estriba su descubrimiento, lo haría por escrito y no a la manera de un pintor. Copiar, retratar con palabras y frases a alguien. Y entonces el lector comienza, así como el editor, y quienes lo rodean a intentar saber que es un cuadro escrito; en ello radica la trama del libro. Elabora Jasper Gwyn, a título de ensayo, un primer retrato de Rebecca la asistente de su editor. Después de un elaborado proceso produjo siete páginas escritas que fueron de total aprobación e identificación de la retratada. Prueba esta que le permitió afianzarse en la idea y en la técnica y de esta manera lanzarse en la elaboración de diez y ocho retratos más, que cobró a elevados precios. El procedimiento de elaboración de un retrato escrito es algo que Jasper Gwyn se inventa. Para ello crea el escritor (perdón, el copista) una atmósfera especial y sofisticada que le permite abstraer la esencia del retratado. Este es invitado a posar con espontaneidad y sin comunicación para dejar evidenciar sin tapujos su esencia interior; esa que Gwyn escribe sobre papel. La acción se realiza en un amplio loft de alquiler acondicionado para el efecto, austero de decoración, una cama, unas pocas sillas, un escritorio y un computador. La luz es provista por dieciocho bombillas que hace fabricar para la ocasión a un artesano y que duran treinta y dos días, al cabo de las cuales su filamento se extingue y la oscuridad se instala; es justo el tiempo que ha planeado para la elaboración de cada retrato. El ambiente auditivo es un sinfín de ruidos de sesenta horas, también fabricado para la ocasión. La persona retratada posa desnuda, deambula por el espacio a su conveniencia en total libertad, sin imposiciones, salvo las de no utilizar ni teléfonos ni computadores, así como no leer libros. Una especie de ocio “planeado” se instala en sesiones de cuatro horas diarias. La conversación se evita y es solo permitida a título excepcional. Así, cuerpo y mente al desnudo permiten al modelo manifestar su fuero interior y al copista extraer y traducir en letras la substancia del retratado. Tal vez la mejor descripción de retrato escrito pueda entenderse en la frase tangencial que Mr Gwyn nos libra: “Todos tenemos una determinada idea de nosotros mismos, tal vez apenas esbozada, confusa, pero al final nos vemos llevados a una determinada idea de nosotros mismos, y la verdad es que a menudo hacemos coincidir esa idea con un determinado personaje imaginario en el que nos reconocemos”. No es portadora esta novela de una trama sofisticada; Baricco privilegia los aspectos sicológicos, incluso los ensayísticos sobre la narración de una historia compleja. El final nos mostrará que esto es más bien apariencia, y que las cosas son más enredadas de lo que se presentaron e intuyeron; por supuesto, no develaré aquí este aspecto para beneficio del lector interesado. Muy acertado el saludo del semanario italiano Panorama a la novela Mr Gwyn: “El pintor del alma”, al tiempo que –como yo– recomienda la lectura de este libro de Alessandro Baricco, escritor italiano que se hizo ampliamente conocido en el mundo por su longseller “Seda”. De colofón retomo la frase de Baricco, ilustradora del propósito del libro y de gran veracidad sobre nuestras propias existencias: “No somos personajes, somos historias… Nos quedamos parados en la idea de ser un personaje empeñado en quién sabe qué aventura, aunque sea sencillísima, pero lo que tendríamos que entender es que nosotros somos toda la historia, no solo ese personaje. Somos el bosque por donde camina, el malo que lo incordia, el barullo que hay alrededor, toda la gente que pasa, el color de las cosas, los ruidos.”  
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