Samuel, al que todo le salió mal

Mar, 17/05/2011 - 09:00
El alcalde pre-moderno

No había pasado un año después de la toma de posesión del  hoy suspendido alcalde de Bogotá Samuel Moreno, cuando uno a uno los semáforos de
El alcalde pre-moderno No había pasado un año después de la toma de posesión del  hoy suspendido alcalde de Bogotá Samuel Moreno, cuando uno a uno los semáforos de Bogotá o bien se apagaron, o fueron entrando en una detestable ola amarilla. Si, los semáforos, ese lucidísimo invento que desde 1914 y durante casi un siglo ha acompañado a todas las ciudades del mundo, desde las pequeñas aglomeraciones hasta las grandes megalópolis como Bogotá. Pues bien, el gobierno de Samuel Moreno en las primeras de cambio y recién posesionado,  decidió no renovarle el contrato a la Empresa de Teléfonos de Bogotá que tradicionalmente se ocupaba con éxito de la instalación y mantenimiento de la red de semáforos de la ciudad, que contaba entonces con 1.200 intersecciones. El entonces secretario de movilidad Luis Bernardo Villegas, recién iniciado el “gobierno” de Samuel Moreno, decidió anular el contrato con la ETB y, quien lo creyera, no se previó con presteza quien debería ocuparse de  cambiar los bombillos fundidos en los semáforos. Se intentó darle el contrato a la privatizada Codensa y en las calles se rumoraba en ese entonces que pequeñas empresas de subcontratistas con una o dos camionetas trataban de reemplazar los miles de bombillos dañados y las redes reventadas. ¿Anapismo? A mediados del 2008 no menos de la mitad de los semáforos de Bogotá estaban dañados. ¿Se acuerdan de ese caos que se instalaba simultáneamente con el inicio de las primeras grandes obras aun hoy inconclusas de la administración Moreno? Solamente hacia el mes de noviembre de ese año, habiéndole retornado el contrato a la ETB –como era apenas lógico- más o menos se recuperó el servicio semafórico después de nueve meses sometidos a la imbecilidad de un alcalde incapaz de garantizar el funcionamiento de esos elementos que son el más viejo, probado y a la vez rudimentario y eficaz sistema de autoridad y orden del tráfico en una ciudad. Lo de los semáforos no solo fue una enorme estupidez sino el inicio del caos, de la desgracia y un símbolo de la monumental mediocridad de Samuel Moreno. La metáfora de lo que sería “el gobierno de la ciudad”. El presagio del despelote. Para no pocos era claro que después de esa metida de pata del alcalde pre-moderno, todo, o casi todo, iba a ir mal en la capital. ¿Si no pudo garantizar la semaforización, qué de lo demás? Y así fue. Poco a poco y con el correr de los meses se empezaron a ver los errores y sobre todo la consecuencia de la inexistencia de liderazgo. Nada más contundente y perfecto transmisor de sensaciones colectivas y  generales que el vox pópuli. Y en Bogotá se instaló el runrún, la conversación y el chisme cotidiano en el sentido de que el Alcalde Moreno no gobernaba, que todo el mundo se lo pasaba por la faja, que no tenía autoridad alguna, que no entendía a la ciudad, que era un mediocre. Cuando se dan este tipo de transmisiones colectivas del mensaje espontáneo, eso tiene consecuencias. Y más en una ciudad como Bogotá donde todavía en el 2008 la cultura ciudadana más o menos construida en 12 años de administraciones normales, aun no había fraguado del todo en el imaginario colectivo de la población. Faltaba consolidar aun más esa perspectiva fraterna, amorosa y solidaria de los ciudadanos, para que de una manera inteligente se continuara con los procesos de equidad, de respeto a lo público, de identidad urbana, de pasión por lo colectivo, de defensa de los derechos ajenos como si fuesen propios. No hacía mucho Mockus había logrado que respetáramos las cebras, justamente en los semáforos. Y Samuel casi logra acabar ¡con los semáforos! ¿Qué desarrollo podía tener en el inconsciente colectivo ese “mensaje”? Sumado a tantos otros guiños de mediocridad e ineficiencia, la gente empezó a sentir que no había alcalde, que no había autoridad, y regresó de manera brutal a los tiempos en los cuales todo lo público se irrespetaba. Es decir, a hacer cada individuo lo que se le da la gana en desmedro de lo colectivo que al fin y al cabo es el sustento del bienestar individual. Pero así somos de necios y de aviones los colombianos. La Bogotá de hoy es de alguna manera la Bogotá de Samuel: irrespetuosa, maleducada, tonta, necia, inmanejable, clientelizada y corrupta. El rincón más podrido del alma local  afloró y sin gato, los ratones volvieron a las suyas. A pasarse los semáforos en rojo, a ir en contravía, a cruzar en infracción, a lanzarse a atravesar calles fuera de las esquinas, a parquear en todas partes, a botar basuras, a dejar escombros en las avenidas, a reñir y darse en la jeta, todo ello de la mano de una policía metropolitana que decidió no ocuparse de lo público y dejar hacer. (Y agréguele usted amigo lector sus propias experiencias de ilegalidad, violación de derechos o  irrespetos, para completar la lista) Samuel casi acaba con el sentimiento de orgullo y de identidad de nosotros los bogotanos. Nos hundió en una ciudad desconocida, de nuevo ajena. A ello se sumaron otros problemas: robo indiscriminado de alcantarillas, contadores y registros por parte de los ñeros, avenidas repletas de huecos, inseguridad generalizada en materia de delitos contra la propiedad, centenares de kilómetros de calles totalmente destruidos, ausencia de lámparas del alumbrado público, graves problemas de recolección de basuras, Transmilenio deficitario, los canales y ríos llenos de basuras, el espacio público invadido, los problemas sociales de la calle irresolutos, los planes de empleo fracasados, la renovación urbana olvidada, la gente del centro rebuscadora perseguida por la alcaldía de “izquierda”, el septimazo acabado, los vendedores del mercado de pulgas del parque de los periodistas sacados a las patadas,  la policía cada vez más atrabiliaria y corrupta. Una policía que como en el caso del tránsito, se ocupa de acechar como buitre a los posibles infractores, generalmente para pedir “mordida” en lugar de controlar, dirigir y ordenar el tránsito. ¿Han visto, ciudadanos de Bogotá, a algún policía de tránsito  tratando de solucionar un  trancón? No, desde luego. Eso es el samuelismo, el ivanismo, el anapismo, voy por lo mío y el resto no me importa: Cuando su responsabilidad era el bienestar de los 9 millones de bogotanos. Y claro, las obras, las centenares de obras hechas al mismo tiempo para tener todos los contratos de todos los presupuestos de todos los negocios de todos los tumbes de todos los Nules. Ya fuera la desgracia de la calle 26, o los atrasos por todas partes, las obras hechas dos veces “por error” (calle 116), o los centenares de “arreglos” que por la demora y la mala factura se les ve el dolo por todos lados. Y todo eso el público lo supo y halada no poca gente por esa especie de inconsciente delincuencial del colombiano oportunista, que supo que si no había autoridad pues todo era permitido, la ciudad regresó a los tiempos insufribles de los años 90, al despelote colectivo permanente y desafiante de toda norma civilizada. El gobierno de Moreno casi acaba con todo lo que se había medio construido antes en materia de bacanería e identidad. Pero aun así,  debe ser muy chévere esta ciudad a la cual aun llegan cada semana miles de turistas europeos atraídos por sus encantos que Samuel se empeñó, en vano, en destruir. Que a Samuel Moreno el parcializado y monacal Procurador lo tenga en la mira por corrupto, lo cual va a ser más bien difícil de probar, es grave. Pero es peor que ante el fracaso de la suspensión a todas luces sin fundamento judicial ¡Samuel regrese! El problema de la terna que el presidente Santos quiere devolver, es lo de menos. El problema es que vuelva el desemaforizado. El Polo debe entender que más que la corrupción, lo grave  del caso Samuel fue que convirtió la oportunidad de una segunda alcaldía social de izquierda para la ciudad, en un fracaso administrativo y político. Salvo  las dinámicas propias de la ciudad desde Lucho en salud y educación, que son por fortuna irreversibles, en todo lo demás a Samuel le fue mal. Y si por alguna razón alcanza a inaugurar alguna de las obras- tumbe, que -es verdad- ni siquiera a él se le ocurrieron o contrató- que no vaya a cobrar indulgencias con semejantes pecados. El Polo le debe cobrar a Samuel su incapacidad en todo sentido, pidiéndole la renuncia definitiva. El Polo le debe cobrar el costo para el propio PDA. Pero como van las cosas y al amparo de las conclusiones de la justicia, el Polo de hoy seguirá siendo cómplice del incapaz. O sea, cómplice de su propia debacle.
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