Durante el Concilio de Constanza, entre 1414 y 1418, setecientas prostitutas brindaron alegre esparcimiento a los obispos participantes en el sínodo. La asistencia sexual prestada desató tanta algarabía, que el bochorno tuvo que ser reparado vía Concilio, en Trento -asamblea que duró 18 años-, pues para lavar la figura de los sacerdotes y mostrarlos como “pastores irreprochables” se adoptó el celibato sacerdotal obligatorio, bajo el pretexto de ser una respuesta a la Reforma del Protestantismo que promovía el matrimonio de los sacerdotes. Pasaron 149 años desde la vergüenza de Constanza hasta el Concilio de Trento, pero lo cierto es que el Vaticano “cortó por lo sano” con el desorden de bragueta de los clérigos.
Mucho antes, el emperador Constantino entendió útil “redefinir” el ministerio de Jesús, proyectándolo de manera muy cercana a la divinidad suprema, de modo que, en el subconsciente colectivo, lo masculino reinare sobre lo femenino. Para eso hizo reescribir la Biblia, editó los evangelios anulando lo “inconveniente” y resaltó aquello que se asociara con el poder que él mismo encarnaba. Adoptó los ángeles del zoroastrismo e incorporó la adoración al Sol, convirtiéndolo en símbolo de santidad en forma de aureola testal para los santos, que reemplazaron esa categoría intermedia entre el hombre y Dios que permitía a los grandes de Roma volverse dioses por voluntad humana. A falta de una ideología imperialista, el emperador Bizantino diseñó una fe común que conjugara las creencias diversas del imperio que necesitaba solidificar… ¿Qué mejor partido que una religión? Por necesidad política, en la Biblia no quedó huella de María Magdalena, la compañera de Jesús, a quien él encomendara la sucesión pastoral. María de Magdala, de sangre noble, era una mujer iluminada y culta, a diferencia de los demás apóstoles, que eran campesinos y pescadores sin conocimientos ni comprensión universal, hasta el extremo que Jesús recurría constantemente a las metáforas para darse a entender, pues solo hablando mediante ejemplos era asimilable el mensaje… Simón Pedro -el discípulo celoso- primero, y Constantino -por necesidades del poder- después, seguidos del monopolio masculino secular en las altas jerarquías, borraron el papel inmenso de la mujer en la vida de Cristo e impidieron que todo lo femenino tuviera la dimensión de lo masculino en los siglos posteriores. Eso lo sabe la Iglesia Católica, pruebas irrefutables reposan en el Vaticano, y los teólogos del catolicismo tienen claro la injusticia histórica que duerme en el silencio de los hombres cuya misoginia ha reinado en la Santa Sede, llevada a su clímax durante el apogeo de inquisición mediante el Malleus Malleficarum que pregonaba el peligro de las mujeres librepensadoras y condujo miles a la hoguera. O simplificada, en la historieta de Eva, ¡la mujer codiciosa que se deja tentar por la serpiente en el paraíso! Es decir, que la mujer no solo es inferior y peligrosa, sino la culpable de las tragedias del hombre; por eso su imagen y derechos se inferiorizaron por 21 siglos. Si revisamos históricamente el papel de lo femenino en la existencia del ser humano, concluimos que de la muerte de Jesús hacia atrás, la mujer era equilibrio de lo masculino, y no el ser subyugado que surge a la par de un cristianismo distorsionado que desconoció el mandato de igualdad emitido por Cristo a través de la escogencia de María Magdalena, su apóstol amada… Dejando de lado la obstinación de quienes defienden el ritual católico como un protocolo de adoración mística, la predecible rutina de la misa, parece diseñada para grupos humanos sin formación intelectual que necesitaban ser impactados y sometidos, por esa coreografía ritual del siéntese-párese-repita-conteste-arrodíllese-párese-repita… La misa católica desprecia la iniciativa personal, somete, encasilla, y despersonaliza el acercamiento a Dios. Como si fuera poco, los sacramentos coadyuvan en esa sicología del sometimiento eclesial, destacándose el más obsoleto, cuya inoperancia -en estos tiempos- expone su artificialidad, y me refiero a la Confesión. Supuestamente instituida para “perdonar” los pecados cometidos, en verdad se introdujo en el siglo VII en el modo auricular, es decir, al oído, pues antes, en tiempos de Constantino, se gritaban en público las faltas. Hasta que una mujer se acusó a sí misma y confesó a gritos haberse acostado con el diacono… En síntesis, la confesión no era más que la mejor fuente de inteligencia política, e incluso militar, que pudo diseñarse. En defecto de la tecnología, bien servía el temor a Dios. Pero mantener hoy la idea de que verter en el oído de un desconocido los pecados cometidos, pueda servir para obtener perdón divino, es un irrespeto a la inteligencia que desprecia el nivel del intelecto colectivo durante el siglo XXI. En el Asia menor a los obispos cristianos se les llamaba con el vocablo griego Pappa (padre), pero desde Gregorio VII, se le dice Papa exclusivamente al máximo jerarca del catolicismo, por el acrónimo de Petri Apostoli Potestatem Accipiens (el que sucede al apóstol Pedro). Tras la unificación del título vino la noción de infalibilidad, que supone la capacidad teológica del Papa para definir doctrina, facultad que “incluye” el privilegio de asistencia permanente del Espíritu Santo; esta poderosa capacidad terminó de perfeccionarse en 1870 mediante la Constitución Dogmatica Pastor Aeternus fruto del Concilio Vaticano I. Desde entonces, para el catolicismo, el Papa es absolutamente infalible. No se equivoca. Y es precisamente esa historia y ese poder lo que nos trae a Francisco, el nuevo e infalible Papa, quien sin importar las debilidades que le impute el peronismo Kirchnerista, tiene que alcanzarle el aliento para reparar las tres mayores falencias del catolicismo histórico que son: Primero, la disminución de la mujer en la historia de la civilización occidental, enlazada con la reivindicación plena y sin disimulos de María Magdalena. Segundo, el absurdo contemporáneo de mantener el celibato sacerdotal que ha encubierto tantas desviaciones. Y tercero, el rediseño de los ritos católicos empezando por la obligatoriedad del tal “sacramento” de la confesión, establecido en el Concilio de Letrán. El papa Francisco tiene en sus manos la posibilidad de trascender 20 siglos más, adecuando el catolicismo al pensamiento contemporáneo. En vez de conformarse conque el mayor arraigo de la iglesia esté en los pueblos con peores niveles de ignorancia. Bien haría el Papa en abrazar como objetivo un catolicismo iluminado, que guié la grey por el camino del conocimiento y la educación como formula para derrotar la pobreza, que no debe ser entendida como virtud sino como escenario natural del oprobio y la tragedia humana. Me queda una pregunta: ¿Con la renuncia de Benedicto XVI, Ratzinger dejó de ser infalible? ¿O ahora hay dos infalibles sobre la tierra? No entiendo bien… @sergioaraujocTareas para Francisco
Jue, 21/03/2013 - 05:42
Durante el Concilio de Constanza, entre 1414 y 1418, setecientas prostitutas brindaron alegre esparcimiento a los obispos participantes en el sínodo. La as