Tishani Doshi siguió escribiendo de amor

Mié, 05/01/2011 - 23:58
En los pasillos de ventanales arqueados de la universidad Johns Hopkins, dos estudiantes hablan brevemente, antes de entrar a clase.

–Usted siempre con sus poemas de amor –le dice Isaac a Tisha
En los pasillos de ventanales arqueados de la universidad Johns Hopkins, dos estudiantes hablan brevemente, antes de entrar a clase. –Usted siempre con sus poemas de amor –le dice Isaac a Tishani. –Y usted siempre con los suyos, de insectos –le contesta ella. Estos dos escritores, que compartieron las aulas del taller de poesía universitario del año 98, no podían tener menos en común, fuera del amor por las palabras y de alguna exasperación mutua. Isaac era pálido, muy alto y corpulento, y tímido en extremo. Combinaba las dos pasiones de su vida en esa maestría de un año: los poemas y la entomología. Tishani, y hay que mencionar su belleza, era menuda, morena, y acababa de volver de la India. No sé qué fue de la vida de Isaac, pero doce años después, sé que Tishani se dedicó de lleno a escribir de amor. Su novela, Los Buscadores de Placer, ha sido traducida del inglés y publicada por Random House Mondadori. La traducción al español, a cargo de Marc Viaplana Canudas e Ignacio Gómez Calvo, es fiel a los característicos efectos de sonido con que Doshi suele cerrar ciertas descripciones y a la claridad de su lenguaje en general. Puede ser que para su libro, Tishani se haya inspirado en algo aún más extraño que los insectos, con sus rituales de reproducción y sus alas tornasoladas. La novela se basa en el amor de sus propios padres, un hindú, y una galesa que se enamoran en Londres en la década de los sesenta y deciden pasar su vida en Madras, India. Aunque la autora no duda en recalcar que el libro no es autobiográfico, sino una recreación ficticia, al pasar las páginas, la imagen que guardo de esa pareja de papás en visita que conocí en una noche de nevada, aumenta mi fascinación: el moreno y la rubia, sentados en un diminuto apartamento de Baltimore comiendo el dahl que había preparado su hija, siempre muy adepta a las lentejas y al yoga. Como haría Isaac con sus insectos en el microscopio, Tishani mira de muy cerca el amor en todas sus variedades. Y como buena científica, se detiene en un extraño espécimen: el amor de Babo y Siân, que logra desafiar intacto el paso de los años. Describe también muchas otras formas más reales, menos duraderas y más imperfectas del amor, desde el despertar sexual de Bean, su hija menor que se muda a Londres, hasta los matrimonios arreglados de la parentela. La autora, más que suspenso, nos ofrece placer en distintas formas, que resulta en una lectura amena, en un libro que se extraña inmediatamente después de haberlo terminado. Para dar un informe detallado del amor, se necesita a un poeta. Sin embargo, Doshi, que comenzó su carrera escribiendo poesía, se cuida mucho de los excesos y es fiel al hilo narrativo, en páginas que no distraen, sino que pintan un cuadro vívido de una familia y de dos culturas disímiles. La fuerza y la disciplina de la pluma de Doshi no escatiman ningún placer para el lector.
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