Un espanto llamado Escobar

Mar, 21/08/2012 - 00:33
Que mediante tutela del 19 de junio Luz María Escobar de Arteaga, la hermana del asesino más despiadado de toda la historia de Colombia, pretenda que se defienda el buen nombre de los Escobar Gaviri
Que mediante tutela del 19 de junio Luz María Escobar de Arteaga, la hermana del asesino más despiadado de toda la historia de Colombia, pretenda que se defienda el buen nombre de los Escobar Gaviria es incomprensible. Ella, como toda su familia, se acostumbró por décadas a la protección de Pablo y de su “lógica legal”, la fuerza o el soborno. Por eso precisamente resulta ilógico que acudan a esa misma justicia que ellos arrodillaron para pedir su amparo, para exigir, sin ningún recato, protección. ¿Buen nombre? ¿Será que les queda algo cuando todo el entorno del capo se aprovechó de su maldad, de ese imperio de terror sustentado en sicarios, bombas y riqueza infinita? Es cierto que todo el mundo tiene derecho a reconstruir la vida; en teoría aún los asesinos más desalmados después de pagar sus crímenes podrían reintegrarse a la sociedad, pero ¿será que la familia Escobar, sus sicarios, sus socios y sus testaferros han pagado sus deudas con la sociedad y las víctimas por el daño irreparable que causaron? Y si el propósito fundamental de la reintegración es que los victimarios se comprometan a la no repetición de los delitos y a la reparación a las víctimas. ¿Será que esto ya se consiguió en el caso del clan Escobar Gaviria? Hasta donde yo sé, Byron de Jesús Velásquez, asesino de Rodrigo Lara Bonilla, —para solo citar un ejemplo de los que ahora piden protección— no ha compensado en nada a la viuda y a los hijos del exministro, como tampoco lo ha hecho la familia Escobar Gaviria con sus numerosas víctimas. Sin embargo sí se creen con derecho a que les tutelen su buen nombre. Paradoja que espero no prospere en nuestra justicia, una justicia en la que persisten innumerables problemas, pero que al menos ya no está aterrorizada por el Patrón del Mal. No puede ser que El Espectador, este diario heroico que ha sobrevivido a bombas, asesinatos y extorsiones económicas, ahora tenga que restituirle el buen nombre a la familia de su mayor predador; no parece justo, ni legal, ni oportuno cuando ni un peso de la fortuna que dejó Escobar, ha sido destinado a la compensación de la familia Cano, del periódico o de sus trabajadores, esos sí, sus verdaderas víctimas. Nos cuentan las noticias que Juan Pablo el hijo de Escobar, bajo su nueva identidad de Sebastián Marroquín, ha decidido hacer plata legalmente explotando el pasado “heroico” de su mafioso padre. Él, por supuesto, no tiene la culpa de haber sido engendrado por semejante asesino. Su vida había trascurrido en el exilio y parcialmente en el anonimato, hasta que saltó a las primeras páginas como protagonista del documental “Los pecados de mi padre” y se encontró con dos de los hijos de Galán y un hijo de Lara Bonilla. Marroquín agobiado por la sombra de su progenitor ha sido de los pocos que en su familia ha pedido perdón, a pesar de eso reconoció que “tampoco digo que por perdonar haya que olvidar y renunciar a que se haga justicia”. Eso es verdad, el perdón es fundamental, especialmente para no envenenar el alma de las víctimas ya suficientemente golpeadas, ¿pero olvidar y renunciar a que se haga justicia? ¡Nunca! Las miles de familias afectadas por el narcotráfico de este país deben ser tan protegidas y reparadas como las víctimas del paramilitarismo o de la guerrilla. Pablo Escobar ya no es Patrón del mal, por fortuna lleva casi 20 años de muerto, pero ahora es un espanto llamado que se resiste a permanecer en su tumba y se levanta de cuando en cuando para asustar con su sombra maléfica a sus víctimas y para descresta a esta nueva sociedad que no lo sufrió en vivo y en directo y que solo lo está conociendo por la imagen que nos proyecta su alma vagabunda, una entidad que ni siquiera en un infierno dantesco encontraría el castigo merecido. www.margaritalondono.com
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