Medellín se hizo ciudad en los primeros cincuenta años del siglo pasado. El desarrollo de la economía cafetera, los servicios públicos domiciliarios como la energía eléctrica y el agua, el tranvía y el ferrocarril, los bancos, los talleres y la naciente industria, desbordaron la modorra de la Bella Villa que estuvo en manos de los clérigos, los comerciantes y los mineros. Entraba la modernidad y alrededor de la Gobernación y el Hotel Nutibara, símbolos de la ciudad, los ciudadanos laboraban y, en los espacios para el tinto, el perico y el pandequeso, comentaban los sucesos del día en los cafés y billares. En la esquina diagonal a la entrada de la Gobernación existía una sombrerería donde planchas calientes, hormas de madera y vapor de agua lavaban y moldeaban los sombreros de los varones, prenda común entre los habitantes. De sombrero y chaleco departían, en los bares de la carrera Bolívar, los periodistas y escritores de los diarios de la ciudad, El Correo, El Diario, El Colombiano, El Bateo. Entre ese grupo de personas se destacaron por su pinta y sus gracejos, por sus salidas irreverentes, los poetas populares León Zafir, Tartarín Moreira (seudónimo de Libardo Parra) y el Caratejo Vélez. León Zafir había nacido en Anorí, 1904. Su nombre de combate resulta de leer al revés Rifas Noel. Pero su nombre de pila era Pablo Restrepo López.
León Zafir hizo parte de un conjunto de intelectuales muy ligados al alma popular de la ciudad porque algunos de sus poemas fueron musicalizados como bambucos, pasillos o tangos que cantaron los principales duetos y solistas, bajo la composición musical de Carlos Vieco como en el caso de León Zafir, con títulos tan conocidos como Hacia el Calvario, Cultivando Rosas y Tierra Labrantía. Esas piezas musicales se escuchaban en las serenatas, en la naciente radio y en las cantinas del centro donde se debatían los asuntos del arte y la política, adornados con el aguardiente de caña gorobeta y con músicos trasnochadores. La bohemia signó a los intelectuales de la época que, además, tuvieron diferencias con otros círculos similares o literatos y poetas de distinto talante como León de Greiff.
León Zafir escribió algunos relatos de mitos populares con gracia y buena calidad literaria en un periódico, El Paisa, 1954.- “El Hueso de Gato Negro” es uno de ellos. Un huesito pequeño hizo parte del inventario de elementos que se cargaban en el carriel antioqueño. Se utilizaba para ganar las peleas, enamorar, ocultarse de los enemigos, salir de la cárcel, evitar las serpientes, protegerse de los duendes, los espantos y las ánimas en pena. Se obtenía así: se busca y atrapa un gato negro grande, se mete en un costal y se lo lleva al monte con una olla de aluminio. En agua hirviendo se cocina el gato hasta que no queden sino los huesos. Con los ojos vendados, el interesado va sacando de a uno y grita al viento “¿Este?”. Y una voz le dirá:”Ese no”. Se repite la pregunta hasta que la voz del monte dice: “Ese si es”. Se entierran los demás huesos y el señalado será el amuleto para toda la vida.
León Zafir narró que los secretarios del amor instalaban sus oficinas en las calles y parques de los pueblos. Uno de ellos que se hizo pasar por fraile, Fray Rodrigo Villalobos, se ubicó en la plaza de Cisneros con un aviso de servicios donde se ofrecía para escribir cartas a la amada, a la madre, al preso, al hijo huérfano. Y remataba con esta flamígera invocación: “¡Se incendian corazones! ¡Se apagan volcanes de celos!”. León Zafir murió en 1964.
Un intelectual al estilo bohemio
Mié, 16/05/2012 - 01:02
Medellín se hizo ciudad en los primeros cincuenta años del siglo pasado. El desarrollo de la economía cafetera, los servicios públicos domiciliarios como la energía eléctrica y el agua, el tranv