En Colombia las facciones subversivas, en sí mismas, se han descompuesto pues la forma de manifestarse transgredió todos los límites humanitarios y las convirtió en algo perverso y anómalo. Su situación no solamente se ha degenerado por la violencia de las acciones terroristas, sino que el conflicto como tal se ha degradado porque el contexto en que se da esa violencia es humanamente pervertido, sin perspectivas de poder, violencia sin más ejercida, probablemente, con el único fin de obtener dinero producto del narcotráfico.
La violencia sola, por sí misma, es reformista de bajo perfil y no es revolucionaria de las costumbres de los pueblos que la soportan. Generalmente, lo que así se logra tiene la fragilidad de ser obtenido como fruto de la violencia desbordada que difícilmente colma alguna aspiración. Su práctica reiterada puede cambiar un régimen establecido, pero el cambio más probable originará un sistema mas violento. El poder y la violencia se contraponen: el primero precisa del respaldo mayoritario de la población, mientras que la segunda se basa en su armamento. Razón por la cual, las armas pueden destruir el poder pero nunca podrán crearlo.
El dominio de la violencia aparece cuando hay vacío de poder, porque cuando aquella domina este falta. Es un error pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia, pues lo opuesto de la violencia es el poder. Hablar de poder no violento es una redundancia: cuando el poder se hace presente mediante el uso de las armas, nos encontramos frente al ejercicio de la autoridad que es, precisamente, lo contrario a la práctica de la violencia. En este punto es preciso anotar que, la manifestación de la voluntad popular contra fuerzas ajenas a su cultura puede engendrar un poder irresistible, incluso si la autoridad renuncia a la utilización de las armas.
Pero si ese poder legítimamente constituido se ejerce por funcionarios del gobierno y de las autoridades en contra de las buenas costumbres y del estado de derecho, cuando se ejecutan “falsos positivos”; se “chuzan” y desacreditan y amedrentan a ciudadanos honestos; cuando se invaden esferas de las ramas legislativa y jurisdiccional; se rompen los pesos y contrapesos de la democracia; se actúa indebidamente en política; y cuando se señalan y descalifican a periodistas y sindicalistas por ser opositores del gobierno poniendo en peligro su vida, su tranquilidad y su trabajo, nos encontramos frente al abuso del poder y al autoritarismo que es pura violencia, en su forma más refinada y tenebrosa, ejercida en contra de la ciudadanía que se sienten desamparada e impotente.
Violencia, autoridad y autoritarismo
Vie, 12/11/2010 - 00:00
En Colombia las facciones subversivas, en sí mismas, se han descompuesto pues la forma de manifestarse transgredió todos los límites humanitarios y las convirtió en algo perverso y anómalo. Su si