En la noche del domingo 17 de junio, de este 2018, el país escuchó a Gustavo Petro, aspirante presidencial de ADN chavista, reconocer que “el otro candidato”, Iván Duque, había obtenido la mayoría de votos del pueblo colombiano.
Un reconocimiento, de cuarenta minutos, adobado con tonalidades y expresiones que reflejaban no sólo un profundo dolor, sino una suma de emociones perversas: rencor, ira, desprecio, subvaloración y otras. “Respira por la herida”, le oí decir a un médico politólogo. Era algo comprensible. Pobre: estaba afectado. Cosas de los humanos, así nos creamos divinos.
Nueve días después del “Discurso de la amargura”, el martes 26, La W lo tuvo de invitado. Me dije: “Seguramente ya se halla más calmado y reflexivo. Hay que oírlo”. Mentiras: si bien habló en un tono demagógico de menor cuantía, lo hizo durante cincuenta minutos con aquellas emociones perversas, vivitas y coleando. Entonces me quedó implacablemente clara y elocuente la sentencia de Da Vinci: “La victoria y la verdad ofenden a la envidia”.
Lo interesante es que en el fondo de las dos intervenciones –el discurso y la entrevista– se halla dispersa la conocida autodefinición de Jesús (no Santrich, aunque puede que a este ciudadano también le dé por ahí): “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Pero Petro, con su inusual subjetividad, le aplica una variante muy original, pues en lugar de decir “verdad”, dice “verdat”, con “t” final. Igual que cuando pide “libertat” para el pueblo venezolano (con el fin de despistar a los incautos), de la “unidat” progresista (entiéndase de extrema izquierda), etc. Será casualidad, pero esa “t” final es la “t” inicial de totalitario y troglodita. Que es lo mismo. ¿O es una perversa pilatuna del subconsciente?
Con todo, no hay que sorprenderse. Tanto Jesús como Gustavo, al valerse de las tres claves, se refieren a un paraíso: el profeta de Nazareth, al del más allá, quizás más fácil de lograr que el del profeta de Ciénaga de Oro, más acá (la familia Castro busca establecerlo en Cuba desde hace sesenta años y no lo ha encontrado). Por razones de extensión de la columna, hablaré sólo de la entrevista, en la que Petro desarrolló, diluidas, las tres palabras: camino, “verdat” y vida. Hagamos un ligero acercamiento.
Yo soy el camino
“Ser” el camino significa ser la vía infalible para lograr las mieles paradisiacas, y Petro era –y se cree– el camino del amor versus el del odio, el de la paz versus el de la guerra, el del cambio versus el del anacronismo, el de la decencia versus el de la corrupción.
De ahí que no entienda que los costeños pobres no siguieran su camino: “Las clases populares de la Costa debieron votar por Petro”, dijo, pero que no lo hicieron porque la otra campaña les “compró los votos”.
Y dijo que el estrato tres de Bogotá también tuvo que haber marchado por el camino de Petro, pero que no lo hizo por el miedo que metió la otra campaña. Y que las clases menos favorecidas de Antioquia, mi departamento, se equivocaron de ruta porque “desde la época de la abolición de la ‘esclavitut’, Antioquia apoya a las fuerzas más retardatarias”.
O sea, el profeta Gustavo perdió en Antioquia por reaccionarios, en la Costa por corruptos y en el estrato tres en Bogotá por miedosos.
Yo soy la “verdat”
Creer que uno es la verdad es pretender hacer creer que se tiene la visión acertada y única de la realidad que nos rodea, otro motivo para que el pueblo colombiano siga a Petro y alcance el paraíso. Y dado que la verdad residía sólo en él y no en Duque, en la entrevista descalifica a éste y su triunfo “por mantener el anacronismo en Colombia”, “por la falta de preparación y porque sólo hubo talante, risas y otras cosas”, y porque estuvo “apoyado por el Fiscal” al no revelar antes de las elecciones la investigación sobre la compra de votos.
Esa es la verdad. De don Gustavo, claro. Y lo es, asimismo, porque “demostré en las entrevistas que yo sabía, que yo conocía al país, que yo era capaz”, frente “al discurso aprendido de Duque”, quien evidenció “que no tenía preparación”, pese a “las mentiras de los medios de los conglomerados empresariales”. La verdad de Petro. Es que el nuevo mesías podría hacer suya la frase de Claude Monet: “I paint as a bird sings”, la cual, adaptada en esta ocasión, significa que en el candidato es tan natural confundir como es natural en un pájaro cantar.
Yo soy la vida
Por último, al creer ser la vida, el regalo del edén, el supremo bien, Petro se siente eterno, al estilo de ciertos comandantes afines a su ideario. Por ello a su campaña presidencial la llamó “la campaña de la vida”, enfrentada a las fuerzas del mal, con el fin de insuflar al pueblo el hálito vital, la armonía de las cosas, sólo factible a través suyo.
Plataforma desde la cual se permitió decir en La W, y también en sus discursos, que el expresidente “Uribe es un actor violentísimo” y “el máximo responsable de los falsos positivos, el crimen de lesa ‘humanidat’ más dramático de la historia de nuestro tiempo”, respecto de lo cual, agregó, “tengo ‘autoridat’ moral para decirlo, pues no maté a nadie” en la guerrilla. Porque yo soy la vida…
No sorprenda que pronto los colombianos veamos surcar por los cielos, como un cometa de Oriente, este sublime mensaje: “¿Ustedes no saben quién soy yo? Yo soy el camino, la ‘verdat’ y la vida. Me llamo Gustavo Petro y quiero ser su presidente”. Gracias, pero los colombianos libres y demócratas no te vamos a nombrar.
INFLEXIÓN. En la antigüedad se decía que los dioses egipcios tenían la carne de oro. Parece que de Petro ya lo están diciendo sus seguidores. ¿Por haber nacido en Ciénaga de Oro?…