Zadie Smith: ¿cuál inmediatez?

Dom, 10/03/2013 - 01:01
NW, la cuarta novela de Zadie Smith, nos prohíbe olvidarnos de la autora en cada frase, en cada página que pasamos.  Smith explica que buscó la inmediatez en el estilo, que trató de recrear el pa
NW, la cuarta novela de Zadie Smith, nos prohíbe olvidarnos de la autora en cada frase, en cada página que pasamos.  Smith explica que buscó la inmediatez en el estilo, que trató de recrear el paso del tiempo de la manera más real posible. Al leer NW, la única sensación inmediata e ineludible es que ahí está Smith, haciendo experimentos, desprendida de su propio cuento. NW se trata de dos amigas que crecen en el barrio ficticio de Caldwell al noroeste de Londres. La novela empieza cuando una drogadicta toca a la puerta de Leah, y, convenciéndola de que está embarazada, le roba 30 libras. Leah es blanca, y está casada con un caribeño. Leah no quiere hijos y él sí. La mejor amiga de Leah se llama Keisha, una muchacha negra de una familia muy religiosa, que tras graduarse de derecho en la universidad, consigue un buen trabajo, se casa con un ítalo-caribeño y tiene dos hijos. Deambula por la historia el drogadicto del barrio, un viejo amigo del colegio de las dos, y un alma de Dios llamada Félix, a quien el destino le juega una mala pasada. La novela está divida en fragmentos que trazan a cada uno de estos personajes, aunque el eje principal es la amistad de Leah, la chica blanca con su trabajo mediocre, y de la existosa Keisha, que tras conseguir dinero y posición decide llamarse Natalie. Son personajes ordinarios, ni héroes, ni antihéroes, sólo vecinos de un barrio pobre de Londres. Al describirlos, Smith cambia de tono y de ritmo y sobretodo experimenta con la prosa, llegando a veces a una peculiar forma de poesía abstracta heredada posiblemente de Zora Neale Hurston, pero algo acartonada en comparación. Smith misma dice que ha cambiado mucho en estos doce años, y desde que publicó la aclamada Dientes Blancos a sus escasos veinticuatro. Y no hay nada de malo con cambiar, y “crecer en público” como bien lo dice Smith. Pero me cansé cuando al pasar cada página, sentí que Smith me recordaba que era ella quien escribía. Desde su desprendimiento irónico de los personajes, ya tan lejano que ni uno como lector se puede acercar, hasta sus cambios de ritmo y experimentos abstractos, que buscan dar una sensación intelectual a una historia ordinaria. Me sorprendió tanta distancia con los personajes de parte de una autora cuyo fuerte era precisamente una caracterización precisa, viviente, y llena de humor y humanidad. Hay temas dejados a medias, y vistos de lejos, como la maternidad de Natalie y el rechazo de la misma de parte de Leah. No sé qué tan buena idea será dejar ese cabo suelto, ya que parece ser uno de los ejes de la historia, y mucho de lo que forma la tensión entre las dos amigas. Hay miles de referencias locales, que se quedan, como bien lo quiere Smith, en donde están. Al leer los ensayos de Smith en su libro Cambiando de opinión  me encontré con una sensación parecida. Un intento incansable de justificarse, al parecer ante dos sistemas de castas, el de la sociedad inglesa y el del mundo académico. Me fue difícil interesarme en tantísima autorreferencia. Parece como si Smith estuviera tan dedicada a construirse a ella misma, que se olvida de acercarnos, simples y mortales lectores,  a sus creaciones. Y la escritura tan cómica y humana que atrajo a miles, ahora es curada por Smith, al parecer para no decepcionar a quienes parecen vigilar cada paso suyo desde arriba. Y alguien dirá ¿por qué la regla de oro es ser cómico y humano? ¿Qué tiene de malo algo más intelectual? Y lo preguntará con toda la razón. Hay quienes escriben bien así. Pero no les pesa la prosa, y no se les nota tanta intención. No veo esa agilidad en Smith y sí extraño la  estética que antes la caracterizaba.
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