El ocaso del Rey Juan Carlos

El Rey Juan Carlos I, que fue jefe de Estado en España durante casi cuarenta años, ha anunciado que se marcha del país a una especie de autoexilio, empujado por la revelación de escándalos de su vida privada de los últimos años, que están siendo un enorme lastre para la institución monárquica, hoy encabezada su hijo, Felipe VI.

Es, aparentemente, el epílogo de una figura crucial en la historia de España. Un final triste y quizá inmerecido, del hombre que recibió el poder absoluto de manos del dictador Francisco Franco y, sin embargo, renunció a semejante prerrogativa, logrando que los miembros de las Cortes (parlamento) franquistas se hicieran el harakiri político para convertir a España en una monarquía parlamentaria.

Lamentablemente para él y para España, el Rey padre --detesta que lo llamen emérito, título que le dio la prensa copiando lo que decidió el Vaticano para un papa-- se creyó inviolable y aceptó una serie de regalos de amigos bastante impresentables: cien millones de dólares de la satrapía saudí, millón y medio del no menos infame rey de Bahréin y un penthouse en Londres del sultán omaní entre otros. Regalos --personalmente no creo que sean comisiones como se ha cacareado ad nauseam en la prensa últimamente-- porque ese tipo de dádivas no son nada excepcional por parte de los tiranos millonarios del golfo Pérsico a sus pares en otros lugares del mundo.

Un policía corrupto (hoy en la cárcel) y una meretriz de lujo (hoy encausada por la justicia suiza) con la que se enredó Juan Carlos, sacaron a la luz el asunto en una conversación grabada con fines no precisamente santos, y el escándalo resultante ha supuesto el mayor desafío que sufre la institución monárquica en España. Como consecuencia de ello el Rey Felipe VI tuvo primero, que renunciar a la herencia de su padre; y luego, retirar la asignación monetaria que por ley le correspondía a Juan Carlos. 

Y por si esto fuera poco, el hijo ve ahora salir al padre de la que ha sido su residencia durante casi medio siglo. Juan Carlos I solo, viejo y enfermo emprende un camino sin retorno con esta decisión, que quizá tiene más que ver con la coyuntura política en España que con la voluntad de resolver una encrucijada institucional delicada. 

Al actual gobierno de Pedro Sánchez y a sus socios les viene muy bien esta “expulsión” del Rey padre para sus maniobras políticas. Lo más prudente habría sido esperar a que la justicia se pronunciara sobre los movimientos financieros de Juan Carlos --investigado de momento, no encausado--, pero en el ejecutivo había prisas para ver este numerito. Aunque la solución es la menos mala: no hay un solo lugar en España en el que el anterior monarca estuviera libre de los escraches peronistas que uno de los socios de Sánchez ha puesto de moda en esa sociedad. (Por cierto, hoy los padecen sus inventores y no les gustan nada).

Ya está hecho, pues, con lo que ello supone de desgaste para la institución monárquica. Pero el asedio a la monarquía por cuenta de los socios del gobierno socialista no acaba con el autoexilio de Juan Carlos. Felipe VI tendrá que hacer acopio de mucha habilidad política para lidiar con una arremetida que viene incluso desde las filas de “su” Gobierno, de gentes que han prometido al hacerse cargo de sus carteras ministeriales, fidelidad al Rey. Son cosas que solo se ven en España, un país paradójico, precisamente con la monarquía más “republicana” de todas cuantas reinan hoy en el mundo. Y no lo tiene fácil Felipe, la Constitución acota muchísimo su capacidad de maniobra.

De todas formas, no es que venga ahora la república a España. Para un vuelco político de esa magnitud hay que pasar por una serie de trámites que en este momento son poco menos que impensables. La figura de Felipe VI, aunque tocada por todos estos avatares, es mayoritariamente bien vista por los españoles, incluso por buena parte de los votantes de un partido esencialmente republicano como es el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, hoy en el Gobierno. La monarquía desde un punto de vista práctico, ha sido eficaz durante cuarenta años y eso, al fin y al cabo, es lo que importa en el imaginario colectivo.

Por otra parte, una cosa es la opinión pública, hoy vuelta contra el viejo Rey, y otra muy distinta la Historia con mayúscula. La obra institucional de Juan Carlos ha sido inmensa y eso es lo que quedará para la memoria de futuras generaciones. Los errores amplificados por la coyuntura política y la jaula de grillos de tertulias y redes sociales pasarán, y al final quedarán en el olvido. Harán mucho ruido, eso sí, porque es un momento ideal para pescar votos en la parroquia de los partidos de izquierda, independentistas y republicanos. 

Si uno quiere hacerse una idea de cómo se verá en el futuro la figura de Juan Carlos, mírese en el espejo de Felipe González, guardando las debidas distancias. Un presidente de Gobierno que salió del poder en medio de tremendos escándalos de corrupción de los que ya nadie habla, y en cambio hoy se le ve como el gran modernizador del país, que metió a España en Europa. Y eso que no ha pasado por ese tamiz de indulgencia que supone la muerte para las figuras públicas.

Pocos tendrán en cuenta en estos días el desgarro emocional que sufren Juan Carlos y su hijo, el drama humano que viven estos dos hombres, que yo personalmente lamento por la simpatía que me inspiran la obra política del padre y el esfuerzo del hijo por mantener a flote una institución hoy asediada, y que ha sido --nadie podrá negarlo-- tremendamente útil para la convivencia sus ciudadanos.

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