Clara López Obregón

La exclusión y la indiferencia matan

En 2012, el Papa Francisco expidió una severa admonición sobre los valores que inspiran el fundamentalismo de mercado. En su Exhortación Apostólica de Evangelii Gaudium enjuició a nuestras sociedades porque una caída de unos pocos puntos del índice de la Bolsa recibe grandes titulares, mientras que la muerte de un anciano por exposición en la calle a nadie interesa. Expresa sin anestesia: “no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata” y la señala como promotora de un “cultura del descarte”, donde una multitud de seres humanos ni siquiera se consideran parte de la sociedad porque son tratados como “desechos o “sobrantes''.

El New York Times trae una crónica que ilustra la severa crítica del Santo Padre. El pasado mes de enero, murió de hipotermia René Robert, un fotógrafo suizo de 85 años de edad, que cayó a la acera en una frecuentada calle parisina. Allí permaneció expuesto a los elementos toda la noche hasta que una pareja de indigentes lo vio tirado y dio la alerta a las autoridades. “Nadie ayuda a nadie” fue la expresión de una de las personas que lo auxilió. La indiferencia que este episodio deja al descubierto reclama humanidad. Esa indiferencia no es exclusiva de París. En Bogotá y muchas otras ciudades se ven casos a diario. El programa Los Informantes visibilizó hace unas semanas un caso inenarrable: niños y adultos indígenas alimentándose de los desechos del basurero de Puerto Carreño. 

En medio de la crisis económica que nos embarga, con las tasas de desempleo y miseria al alza, muchos adalides del mercado todavía sostienen que “esa gente quiere todo regalado” como si el trabajo y el cobijo estuviese al alcance de todos. El DANE publicó recientemente una estadística escalofriante que confirmó las encuestas del programa Bogotá como Vamos y otros proyectos similares en otras capitales realizadas durante la pandemia. En 2021, los integrantes de 2.4 millones de hogares consumieron menos de dos comidas diarias. Sobre un promedio de tres personas por hogar, estamos hablando de las mismas 7.2 millones de personas que la FAO indica necesitarían asistencia alimentaria en 2022. 

Ello explica por qué Colombia aparece en el mapa del hambre publicado por esa agencia de las Naciones Unidas que fuera rechazado por el gobierno. La cifra debe actualizarse para tranquilidad del gobierno, pero esa negación frente al hambre en Colombia alimenta la indiferencia que tolera la exclusión y la inequidad y más concreto aún, permite que la explosión social generada por el deterioro social no encuentre las respuestas necesarias y con la urgencia requerida. 

Estos son temas sensibles sobre los cuales no debería ser difícil concretar consensos políticos. Hace unas semanas, un amigo, exdiputado tolimense del Nuevo Liberalismo, me recordó una de mis intervenciones en apoyo de las tesis suprapartidistas de Galán de los años ochenta. “No me voy a poner de acuerdo con los comunistas sobre si el alma es o no mortal. Pero si será posible el acuerdo sobre que el hambre si es mortal”. Hoy, cuando el hambre asoma su aroma de muerte, el llamado a un acuerdo suprapartidista sigue vigente. La no violencia en todas sus dimensiones, física, simbólica y estructural debe ser su meta y el diálogo democrático entre contrarios y diferentes, su método.

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Clara López Obregón
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