El alcohol y el volante son, lamentablemente, una unión recurrente en la historia colombiana. Un hecho prácticamente idiosincrático que parte del razonamiento común de “es solo una cervecita” para el momento previo a manejar cualquier tipo de vehículo y que muchas veces termina con el triste desenlace de la muerte propia o en el peor de los casos de terceros inocentes.
El suceso más reciente y que aún es materia de investigación judicial, fue el del cantante de música urbana Freddy Burbano, que el pasado sábado fue protagonista de un fatal accidente en el que murió una joven de 21 años que se desplazaba en un taxi desde su trabajo a la casa, en Bogotá.
Karen Molina Luna, la víctima, era una estudiante de administración de empresas que salió disparada cuando la camioneta del cantante payanés impactó el vehículo de transporte público por la parte trasera en un cruce en el que, según la defensa del cantante, el taxista hizo caso omiso a una señal de tránsito.
Este miércoles, en medio de la audiencia en la que se definía si Burbano debía o no estar cobijado con medida privativa de la libertad durante su proceso por presunto homicidio con dolo eventual (cargo que la Fiscalía imputó y el implicado no aceptó), una jueza de control de garantías lo dejó en libertad al considerar que no se pudo probar que fuese un riesgo para la sociedad o que existía peligro de que el cantante no compareciere a las diligencias judiciales.
Una actuación que la defensa de Burbano celebró, respaldando que “no se cumplen de manera suficiente los requisitos que la ley penal establece” para evitar que su representado siga el proceso en libertad.
No obstante, no hay que olvidar tampoco que Freddy Burbano, según constató Semana con fuentes cercanas al proceso judicial, salió positivo en su prueba de alcoholemia. Información que respaldarían testigos de la escena, que además señalan que el cantante habría intentado cambiar de silla con su acompañante para evitar su responsabilidad en los hechos. Una técnica conocida como “cambiazo”.
Deuda histórica: Las maniobras del alcohol al volante
Así las cosas, el cantante Freddy Burbano seguirá en libertad mientras el proceso por homicidio con dolo eventual sigue en curso; mismo que ha sido calificado por su defensa como infundado al considerar que “no hay los elementos suficientes probatorios” para respaldar el delito imputado por la Fiscalía. Afirmaciones que no encontraron eco en la juez, que consideró que habría material suficiente para demostrar la presunta conducta.
Sin embargo, todo este tema deja en el aire una pregunta que ya se ha vuelto recurrente en estos casos: ¿Qué determina que una persona que decide manejar en estado de embriaguez, imprudencia que puede derivar en la muerte de un tercero, sea un peligro para la sociedad? De hecho, esto evoca los recuerdos del reciente accidente de Enrique Vives Caballero, quien manejando borracho causó la muerte de seis personas en la Troncal del Caribe.
Un caso en el que precisamente se inició con imputación de homicidio con dolo eventual, pero que terminó (tras una cadena de maromas con la justicia) con una negociación con las víctimas que le dejó una pena de siete años de prisión domiciliaria por homicidio culposo y lesiones personales, así como con el compromiso de indemnizar a las familias de las víctimas. Algo realmente irrelevante si se tiene en cuenta que Vives hace parte de una familia prestante de la costa.
Sumado a ello, el país tuvo que ver cómo se encarnaba el refrán popular de “la justicia es para los de ruana”, con la promesa pública que hizo Vives de que nunca iba a volver a manejar borracho.
Aún así, casi como un retrato de la impunidad, esta está lejos de ser la única vez que el alcohol al volante no obtuvo la justicia esperada. Otro caso muy recordado es el del joven Fabio Andrés Salamanca, entonces de 23 años, quien el 12 de julio de 2013 causó la muerte de dos mujeres que se movilizaban en un taxi tras embestirlas con su Audi mientras manejaba borracho. Causando a su vez la invalidez del conductor.
Este hombre, sentenciado en 2014 a cinco años de prisión domiciliaria tras lograr un acuerdo con la Fiscalía “por la reparación de las víctimas”, quedó libre en 2017 luego de que un juez determinara que había cumplido dos terceras partes de su condena. Es decir que, en otras palabras, pagó poco menos de tres años de cárcel por la muerte de dos personas; de nuevo bajo el condicionamiento de no volver a conducir.
Otro caso del muro de la fama de las curiosidades de la justicia, fue el del piloto Ernesto Manzanera, quien fue condenado a cuatro años y dos meses de cárcel por causar la muerte de cuatro personas en diciembre de 2014. Esto, luego de atropellar a gran velocidad un campero en el que se movilizaban varios miembros de una familia, que terminaron arrastrados hasta chocar con la columna de un puente peatonal en la Autopista Norte (Bogotá).
En aquella ocasión, Manzanera huyó de la escena, razón por la cual nunca se pudo determinar si estaba o no en estado de alicoramiento.
Así se siguen sumando casos a lo que podría ser una lista interminable. Otro muy recordado fue, por ejemplo, el de Aníbal Tapias, de 26 años, que estando borracho arrolló con un BMW con placas diplomáticas venezolanas a un taxi que estaba recogiendo pasajeros en 2014. El balance: un joven de 20 años muerto y 11 personas con heridas importantes.
Finalmente, Tapias fue condenado a seis años de prisión domiciliaria, por supuesto luego de un acuerdo con la familia de las víctimas y sin pisar ni siquiera por un minuto una cárcel. Una constante en este país, sobre cuando el acusado goza de cierto nivel socioeconómico.
Al final, todos estos casos representan sueños frustrados y vidas interrumpidas por el capricho de una persona que decidió tomar el volante bajo la influencia del alcohol. Aunque, paradójicamente, no vieron interrumpida “ni por las curvas” sus propias vidas gracias a las influencias, el poder económico y un sistema judicial que les brinda toda clase de oportunidades.
