
La cancelación de la visa del presidente Gustavo Petro por parte del Departamento de Estado de Estados Unidos no es un trámite cualquiera. Es un gesto político que responde a sus discursos en Nueva York, donde criticó abiertamente la política de Washington en Gaza y pidió a soldados estadounidenses desobedecer órdenes que calificó como crímenes de guerra. Para la diplomacia norteamericana, estas declaraciones cruzaron una línea roja.
La medida abre un nuevo capítulo en la relación bilateral. En lo diplomático, marca distancia entre Colombia y su principal aliado histórico en la región. Si bien los canales de cooperación en comercio, seguridad y lucha contra el narcotráfico permanecen activos, el episodio refleja la incomodidad de Washington frente al estilo confrontacional del mandatario colombiano.
En el plano político interno, Petro ha buscado darle la vuelta al episodio presentándose como un líder soberano e independiente. Su declaración de que es “libre en el mundo” porque también es ciudadano europeo refuerza esa narrativa. Sin embargo, la oposición interpreta la decisión como un golpe a su legitimidad internacional, lo que intensifica la polarización en Colombia.
En lo económico, los efectos inmediatos son limitados. No se anticipan cambios en los acuerdos comerciales o de inversión, aunque la medida genera inquietud en ciertos sectores que siguen de cerca la estabilidad de la relación diplomática. La clave será la gestión política que se dé en los próximos meses para evitar que esta tensión simbólica escale.
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Desde la perspectiva geopolítica, el episodio podría empujar a Colombia a reforzar vínculos con otros socios, como la Unión Europea, América Latina o incluso potencias como China. No obstante, un viraje profundo no es automático y dependerá de la evolución de las conversaciones con Washington.
En conclusión, la cancelación de la visa de Petro no significa la ruptura de relaciones, pero sí un mensaje contundente. La decisión responde a la tensión generada por sus declaraciones y plantea interrogantes sobre el futuro de la relación bilateral. Lo que ocurra a partir de ahora dependerá de si ambos gobiernos optan por escalar el desencuentro o mantener abiertos los canales de cooperación.