
En el rostro de José Wolf se refleja la intensidad de una vida atravesada por contrastes. A punto de cumplir 29 años, se reconoce como un joven que dejó atrás la adolescencia sin haberla disfrutado del todo, pero que ha encontrado en el trabajo comunitario un motor de vida. Integrante de la Red de Jóvenes por la Paz, José abre su corazón para relatar cómo su historia personal se enlaza con la de cientos de personas víctimas de la violencia y del reclutamiento forzado.
“Mi nombre es José, me conocen como Wolf, toda mi vida he vivido en Kennedy, hace 28 años de edad, bueno, hoy cumpliendo 29 años ya… Fue una infancia bastante divertida… pero yo no disfruté mi infancia, no disfruté mi niñez”, confiesa con un toque de nostalgia. La aparente contradicción se explica rápido: aunque siempre contó con su familia y con la exigencia académica de sacar buenas notas, su padre —coordinador de la correccional de menores— lo llevaba desde niño a ese lugar. Allí escuchaba historias duras de otros jóvenes, historias de delitos, de ausencias y de un futuro incierto. Ese contacto temprano con la vulnerabilidad marcaría para siempre su mirada sobre la vida.
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Entre la correccional y la violencia en las calles
“Toda mi infancia fue rodeada con ese entorno como tal desde mi padre… y lo que es el ahora actualmente”, recuerda. Ver cómo los adolescentes salían de la correccional sin saber qué hacer con sus vidas le reveló un círculo peligroso: la falta de oportunidades se convertía en terreno fértil para el reclutamiento. “Como no tienen la oportunidad, cualquier cosa que les llega, les ofrecen dinero, plata… y eso termina reclutando.”
Ese aprendizaje lo llevó años después a dirigir sus esfuerzos hacia la población habitante de calle, a la que define como su “población fuerte”. En ella ha visto de cerca cómo los jóvenes, en situación de extrema vulnerabilidad, son fácilmente persuadidos por quienes les ofrecen una salida rápida a sus necesidades inmediatas.
El nacimiento de una fundación
El compromiso de Wolf no surgió de un día para otro. Hace doce años, junto a otros compañeros, fundó una organización para atender inicialmente a habitantes de calle. Poco a poco fueron incluyendo a animales, niños, adultos mayores y diversas comunidades desplazadas. Pronto descubrieron que todas compartían un denominador común: eran víctimas directas o indirectas del conflicto armado.
“Nos dimos cuenta… tantas víctimas que hay en la calle y que no se dan cuenta porque son víctimas invisibilizadas”. La capital, añade, es un refugio que recibe a todo el mundo, pero también un lugar donde la violencia se enmascara en dinámicas de droga, trata y microtráfico. Por eso decidieron actuar desde la calle, desde donde se vive la realidad sin filtros.

Historias que marcan
Entre los muchos recuerdos que lo han impactado, menciona a dos adultos mayores provenientes de Tolima. Ellos habían pertenecido a un grupo armado y terminaron en Bogotá sobreviviendo en la calle. “Me lloraron, hablé con ellos dentro de un recorrido que hacemos todos los viernes en la noche… me contaban muchas historias de lo que pasaba en la guerra”, relata conmovido.
Pero también lo marcó una tragedia cercana: la desaparición de un joven consejero de juventud en Kennedy, conocido como Coco. Días antes de ser reclutado compartió unas copas con José. “Ya lo habían buscado para reclutarlo… se lo llevaron. Y nunca volvió. El cuerpo de hecho no aparece.” Coco se convirtió en símbolo de la fragilidad de la juventud frente a las redes de violencia.
La fuerza de la red
Entre las experiencias más significativas dentro de la red menciona dos. La primera ocurrió en la Asamblea Nacional de Juventud en Ibagué, donde más de 3000 jóvenes se reunieron. “Me dijeron en ese momento, ‘Lo están perfilando, tengan cuidado porque lo están perfilando.’” Ante la amenaza de reclutamiento, tuvo que regresar a Bogotá por otra vía. Fue un episodio que los llevó a levantar denuncias públicas sobre la inseguridad de los jóvenes líderes.
La segunda experiencia fue una junta cultural en un teatro de Bogotá, dedicada a las víctimas desaparecidas y a las madres que perdieron a sus hijos. “Fue tan impactante ese espacio porque… la red se juntó para visibilizar algo que a veces también como que la gente le entra por un oído y le sale por el otro.”

Coco, las denuncias y el reclutamiento
La ausencia de Coco pesa todavía. “Coco era el consejero de juventud que fue reclutado por las FARC… cuando él se fue… se estaban yendo uno por uno.” Ese hecho los impulsó a pronunciarse públicamente contra el reclutamiento de menores.
José recuerda a un estudiante que le confesó: “Yo no vengo al colegio porque cuando no me mandan al colegio, me mandan a reclutar. Y no me gusta reclutar a mis compañeros.” Casos como este muestran la dimensión del problema. Para él, cada joven en riesgo es una víctima del sistema que no actúa a tiempo.
Amenazas y resistencia
Su activismo no ha sido fácil. “Yo ya he denunciado muchísimas cosas… tengo más de 10 amenazas encima y tres intentos de asesinato también. Pero acá sigo.” No cuenta con protección, pero insiste en que la prevención y la humanidad deben guiar las decisiones.
Su mensaje a los políticos es claro: “Podemos trabajar en equipo a pesar de que no pienses igual, pero trabajemos en esa prevención… seamos más humanos.”

Un mensaje a los jóvenes
A quienes viven en contextos de violencia les dice: “Ámese usted mismo primero… nunca es tarde para cumplir los sueños de la vida.” En los colegios comparte sus experiencias desde los 13 años trabajando con habitantes de calle, y a veces lleva a los estudiantes a ver la realidad de cerca para que comprendan lo que está en juego.
Finalmente, su llamado a los líderes políticos es contundente: “Acá están los jóvenes para trabajar por el país… necesitamos seguridad, rutas de protección, oportunidades para los jóvenes, empleo y demás. Pongan atención.”
José Wolf, el muchacho que creció entre los muros de una correccional, hoy alza la voz por quienes no son escuchados. Su historia muestra que incluso en medio de la violencia, hay quienes deciden sembrar paz.