Recién cumplidos los seis años de edad, Edgardo García debió estrenarse en el mundo laboral y su primer "oficio" consistió en espantar los pájaros que asolaban sembrados en las tierras altas de los meseta de los Pueblos Blancos de Nicaragua.
Como el hambre de las aves no entiende de horarios, tenía que levantarse a las cuatro de la mañana, seguramente sin reparar en el refrán de la ayuda divina a los madrugadores.
En 1978, en plena dictadura de Anastasio Somoza Debayle y cuando ya andaba por los 23 años, García fue protagonista del proceso de unificación de los Comités de Trabajadores del Campo, surgidos tres años antes, que confluyeron en la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC).
Aquella gremial de jornaleros rurales se sumó a la corriente del río transformador de Nicaragua, que fue la triunfante Revolución Popular Sandinista (19 de julio de 1979) y Edgardo García consolidó su posición organizadora, la cual desempeña aún en la actualidad.
Con la intención de reseñar esas más de cuatro décadas en defensa de los intereses y sueños del campesinado nicaragüense, el secretario general de ATC dialogó durante más de una hora con Sputnik.
IMPEDIR QUE MUERA LA ESPERANZA
"Somos producto de una alianza nacional en el seno popular que agrupa a 50 mil familias campesinas y unos 22.000 asalariados del sector agropecuario en Nicaragua, en rubros como café, tabaco, banano y ganadería", explica García la composición numérica de la ATC.
El gremio representa a parceleros y pequeños productores, aunque algunos de estos últimos paguen mano de obra, y también a obreros asalariados que trabajan para los grandes productores (latifundistas), para quienes existe la variante de agrupación en sindicatos.
"En correspondencia con la ley damos la batalla para que ese sector logre la firma de convenios colectivos con la empresa privada", apuntó el líder de la ATC.
En el plano climático trabajan en iniciativas tendientes a volver al campo y reforestar rescatar los santuarios (forestales) históricos, así como el apoyo a las políticas que contribuyan a la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero.
"También apoyamos todo la referido al desarrollo humano y el cumplimiento de lo establecido en la Carta Internacional de los Derechos Campesinos", reseña García.
¿Qué reivindicaciones le pueden quedar a la gran masa campesina nicaragüense?, inquirió Sputnik.
"Algo que resulta clave es un plan financiero, porque todo lo relacionado con formación de cuadros o capital humano está bastante bien atendido, y lo mismo sucede con la la organización gremial de los trabajadores del campo", apuntó el dirigente rural.
"Pero nos hace falta contar con cajas de crédito, bancos de desarrollo campesino, es necesario fortalecer el financiamiento para ese sector productivo", abundó.
Otro objetivo pudiera ser el desarrollo de programas de pequeña industria, una forma de darle un valor añadido a las producciones del campo nicaragüense.
"Ahora estamos retejiendo las capacidades del movimiento campesino y trabajadores del sector popular, mediante programas para impedir que muera la economía y con ella la esperanza", esbozó el momento en se encuentra una organización popular que va camino del medio siglo de luchas.
UNA PICHINGA DE AGUA PARA TRES DÍAS
La charla con Edgardo García estuvo salpicada de mucha historia de la que él fue protagonista en primera fila, como la etapa final de la insurrección anti somocista, pero Sputnik hizo hincapié en el contexto de las luchas campesinas y sus reivindicaciones.
En medio de la represión somocista los Comités de Trabajadores del Campo (CTC) comenzaron a aglutinar en 1975 a quienes vendían su fuerza de trabajo a los grandes productores de arroz, frijoles, tabaco, banano, café y algodón.
Se trataba de una forma algo rudimentaria de organización gremial carente de motivación política, pues primaban las reivindicaciones económicas, aunque sí era una vía para fomentar la amistad y solidaridad entre los obreros agrícolas, recordó el dirigente gremial.
El nacimiento de aquella incipiente forma de organización de los trabajadores rurales constituyó una respuesta a las necesidades de los peones, quienes durante las cosechas laboraban en las haciendas cafetaleras y plantaciones algodoneras en condiciones infrahumanas.
Pero con el fin de la temporada productiva llegaba el temido "tiempo muerto", el de los fogones apagados, cuando los cosecheros clamaban por tierras donde sembrar su subsistencia en forma de granos básicos, frijoles, maíz y arroz, la base de la dieta del nicaragüense pobre.
También abundaban las reclamaciones sobre las míseras condiciones de trabajo en la época de cosecha, cuando los peones dormían en cajones cundidos de jelepates, insectos que gustan alimentarse de sangre humana.
Pero en la memoria de Edgardo García pervive un recuerdo aún más lacerante.
En las plantaciones de algodón del departamento de Chinandega (oeste), famosas por la escasez de agua, a cada cosechero le asignaban una pichinga (un galón) del líquido para cubrir todas sus necesidades durante tres días, incluida la sed que provoca temperaturas de hasta 40 grados.
UN PARTO ENVUELTO EN HUMO DE TABACO
En sus entrevistas, a Edgardo García le gusta recordar lo que le contaron del día 11 de enero de 1956, cuando vino a este mundo desigual en manos de una partera empírica, quien asistió al único alumbramiento de su madre costurera.
Aquella mujer mientras hacia su trabajo fumaba un puro (tabaco) y soplaba bocanadas de humo sobre la fuente rota de doña Teodolinda, pero no como un acto de exorcismo o brujería, sino para espantar las moscas que completaban el rústico ambiente gineco-obstétrico en el interior del rancho familiar.
En aquel ambiente de pobreza extrema su vida estaba predestinada a servir de cargador en tiempo de cosecha, pero en el ADN traía un gen de luchador social que lo condujo a consagrase a la defensa de sus hermanos de clase.
Por: Agencia Sputnik