Desde mi palco de buen acomodo advierto la alta concurrencia de público a la Casa del Teatro Nacional, se palpa la expectativa reinante por esta puesta en escena, así como lo es para cada pieza clásica cuya temática es bien conocida. Esta noche “Esperando a Godot” del celebérrimo irlandés Samuel Beckett, presentada por el Teatro Nacional Radu Stanca de Sibiu, bajo la dirección de Silviu Purcărete. La sala está completa cuando la ligera cortina que nos separa del escenario se abre para dejarnos ver una escenografía sencilla y una parca utilería, en donde ocupa lugar notorio un árbol que aquí, casi como un actor, hace parte importante de la obra.
Muy pronto, y cabal al texto, los dos protagonistas de la obra: Vladimir (“Didi”) y Estragon (“Gogo”) entablan un sempiterno diálogo muy bekckttiano. Dos vagabundos que se quejan, el uno de sus botas apretadas y el otro de su dolorosa vejiga. Podría decirse, que a lo largo de la pieza estos dos hablarán de todo y de nada, sus palabras pertenecen al teatro del absurdo, y por tanto no son propicias a un análisis detallado, sino en su esencia global, en el hecho de escuchar y comprender la desazón de estos personajes que llenan la nada existencial con un flujo incontinente de palabras. Esos dos personajes representan de alguna manera a la especie humana atribulada en esperas vacuas, en angustias quiméricas, en ideales ilusorios: esperan a Godot, un personaje con quien se supone tienen cita y que se hace esperar desde el inicio hasta el final de la pieza, ¿es vera esta cita? ¿Existe el esperado? Nunca se sabrá, sólo se constata que nunca llega.
De Godot se ha hablado mucho en la literatura y en las interpretaciones metafísicas de la obra. Variadas hipótesis se barajan: God-ot (Dios en inglés), Godillot (bota en jerga del francés), a la primera el mismo Beckett negó su paternidad aunque no parece ser clara ni cierta su tan insistente denegación, y a la segunda le confiere razón. La simbología de Dios ha sido la más aceptada, es clara mostrando a los seres humanos en espera de una ilusión que produce esperanza y genera un objetivo a la especie humana, pero que no existe y por tanto no aparece. Por mi parte añado: que de existir, en el mejor escenario Godot es autista.
En esta puesta en escena es interesante ver la presencia permanente de una mujer que hace el viejo oficio de consueta y a lo largo de la obra, texto en mano, intenta mantener la memoria de las acciones y de los largos parlamentos; es original, así como ambiguo y poco interpretable el rol de este personaje que permanece en un costado de la escena y cuya función es también tocar con frecuencia un gong que tal vez busca marcar el transcurrir del tiempo o causar énfasis en algunas frases.
Pozzo y Lucky son dos personajes que hacen alusión a los escritores James Joyce y a Samuel Beckett.
No es fácil mantener la atención durante esta compleja pieza, cuando el texto, de aparente futilidad, está orientado a demostrar la monotonía e insignificancia de nuestra existencia y en fin de cuentas del sinsentido de nuestras vidas. No es fácil, decía, y sin embargo logra este grupo de actores atraparnos y mantener tensos en espera (es el verbo clave de la obra) de una conclusión que de antemano conocemos. Con estos excelentes actores, cree el espectador a veces estar entendiendo el rumano, que de hecho es lengua romance, sin darse cuenta que nuestros ojos absortos efectúan un vaivén rápido y reflejo entre el escenario y el elevado telón de traducción.
Y es a todos los actores a quienes cabe esta misma calificación. Qué decir de la excelente actuación de Pozzo y Lucky (sarcástico nombre), el primero ejerciendo de amo tirano que maltrata ostensiblemente al segundo, al extremo de convertirlo en su esclavo cargador que lleva atado con una soga al cuello. Mucho se ha especulado sobre la significación de estos dos personajes. Es bien conocido el hecho de que Beckett fue secretario de James Joyce, el del gran Ulises, como también es conocido su fuerte carácter dominante y arrogante, hay quienes quieren ver en la pareja de Pozzo y Lucky, a los escritores Joyce y Beckett. No es peregrina tal aproximación.
Es original y distensionante también la pequeña orquesta de cámara cuyos músicos visten disfraces de simpáticos conejos que aparecen al tiempo que el primer mensaje que Godot envía a través de un niño: un ángel enviado por Dios anunciando que no vendrá y que tal vez mañana. El Mesías manifestándose a su masa de devotos y crédulos.
El árbol también ha sido objeto de análisis e interpretaciones, Didi y Gogo esperan encaprichadamente a su lado y hasta creen verle nacer hojas del día a la mañana, así como lo consideran su propia salvación: un posible patíbulo que permitiría sacarlos de esta absurda y desasosegada espera. ¿Acaso no puede representar también el árbol del conocimiento del bien y del mal del bíblico paraíso terrenal? o ¿una alusión al madero de la cruz? Todo es posible en el teatro del absurdo.
Muy significativo es el muy sencillo diálogo que marca el final de la obra:
Didi: ¿Qué? ¿Nos vamos?
Gogo: Vamos.
y no se mueven; y así el ciclo de espera y desazón existencialista continúa.
Excelente esta versión rumana, que a todas luces recomiendo; bueno nos es recordar, que Didi y Gogo con sus ingenuidades, somos todos nosotros: la humanidad pletórica de utopías, a las que acudimos como paliativos que nos hacen esperar y esperanzarnos en procura de sosiego a la angustia que tanto nos genera nuestra inexorable finitud. Lucidez, lucidez no nos atormentes….