El día en que Gabo recibió el Nobel

Jue, 17/04/2014 - 12:05
En la cabina del jumbo de Avianca que viajaba esa noche desde Bogotá hasta Estocolmo y por obra de esa gentileza del corazón del presidente Betancur, a la cual ya est

En la cabina del jumbo de Avianca que viajaba esa noche desde Bogotá hasta Estocolmo y por obra de esa gentileza del corazón del presidente Betancur, a la cual ya estamos acostumbrados sus compañeros de generación, nos habíamos dado cita los más antiguos y cercanos amigos de Gabriel García Márquez. Nuestro decano, Gonzalo Mallarino, nos miraba a todos como si el asunto fuera de una absoluta y cotidiana familiaridad. Allí estábamos, con nuestras respectivas esposas, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Hernán Vieco, Álvaro Castaño Castillo y Fernando Gómez Agudelo. Guillermo Angulo circulaba por todo el avión como si lo acabara de comprar y Gonzalo Mallarino trataba de iniciar a su hijo, Gonzalo también de nombre, en la intrincada mitología del nieto del coronel Nicolás Márquez. Aura Lucía Mera presidía la itinerante celebración con una discreta y sabia condescendencia de reina en vacaciones.

Lo primero que advertí, entre ese cerrado pelotón de viejos amigos, era que todos y cada uno compartían conmigo un sentimiento de absoluta naturalidad, de casi indiferente aceptación de algo que hacía muchos años dábamos ya por descontado, el premio Nobel para nuestro común compañero de más de media vida de errancia, noches interminables de alcohol y sabiduría ininterrumpida y deletérea mamadera de gallo. Era evidente para todos que ese mítico viaje a la vasta noche escandinava era apenas un episodio más de nuestra saga a la vera de Gabriel y sus sucesivas y siempre deslumbrantes anunciaciones.

El viaje duró más de veinte horas. Hicimos escala en Puerto Rico, Madrid y París. Había pasajeros que bajaban, otros que subían, amigos en trance de diplomáticos y diplomáticos en trance de amigos que subían para saludar, pero nosotros no suspendíamos esa ardua, inagotable y sabrosa tarea que Gabriel resume como «hablar la vaina». Cuando ya no quedaba autor francés del siglo pasado y comienzos del presente por revisar con Alfonso Fuenmayor, tornábamos con Álvaro Castaño a tratar de esclarecer la madeja de matrimonios de los duques de Valois de la Casa de Borgoña con las dinastías de Luxemburgo, Portugal y el Sacro Imperio. Cuando Castaño me abandonaba para lanzarse en alguna incursión a la cabina de turismo, volvíamos con Vieco a iniciar nuestro viejo número del diálogo entre dos franceses a base de pujidos, resoplidos y enfáticos gestos con los hombros y los brazos, número que sólo a nosotros divierte y sospecho que hunde en el tedio a más de un irritado circundante.

Álvaro Mutis ha sido lector de los borradores del Nobel García Márquez.

Al tornar Vieco a dormir, con esa cara de paisa que ha cometido una bellaquería, Germán Vargas, desde su poltrona y con ese dejo bumangués que ya no se quitará nunca, por mucha cosa que le meta, se me queda mirando con sus ojos azules de gato insomne, para soltarme con sorna que me hace regresar a mi sitio: «Maestro, se ve que usted espiga en todos los campos». Y así llegamos a Estocolmo. Nuestro aspecto estaba lejos de parecer impecable; veinte horas de hablar paja terminan con cualquiera. Desde luego, como siempre, con una excepción: Álvaro Castaño Castillo luce su aire de dandy recién levantado, y «cruza por los salones su indolencia como partiendo en dos el siglo XX».

El primer acto al que asistimos fue, en muchos aspectos, el más conmovedor y entrañable. Consistió en la lectura que Gabriel hizo de su conferencia sobre «La soledad de América Latina» en la sala de actos de la Academia Sueca. El texto, que en el fondo es un llamado desgarrador y airado, fue leído por Gabriel con una serena dignidad, con lejanía, casi, que lo hizo aún más hondo y verdadero. Todos los presentes tomaron conciencia, de repente, por la sola magia de un estilo maestro, de lo que en verdad significaban las apocalípticas palabras con las que termina Cien años de Soledad. Eso no fue óbice, naturalmente, para que, al terminar la ceremonia, Germán Vargas me lanzara el consabido comentario: «Este Gabito también espiga en todos los campos».

'Gabo',  un colombiano nacido en Aracataca, recibió el premio más importante de literatura en el mundo: el Nobel.

Para todo el mundo es ya familiar la figura adusta, casi melancólica, de Gabriel García Márquez recibiendo de manos de rey la medalla y el pergamino que lo acreditan como Premio Nobel de Literatura de 1982. Luego vino el banquete real en Stadhus. En diez escasos minutos los grupos de baile y los cantantes trajeron a la inmensa sala de la fiesta, en donde se reunían más de 1.300 invitados, un aire de Colombia, una maravilla de color y de gracia en donde no hubo un detalle fuera de lugar ni una nota de más.

Todo sucedió de noche. Estocolmo, una de las más bellas capitales de Europa, la venerable fortaleza marina de los Wasa, sólo tiene por esa época unas pocas horas de una luz opalina y fantasmal. Pero también esto contribuyó con mucho al ambiente feérico, agitado y nostálgico en el cual transcurrieron esos cuatro días inolvidables que hoy he tratado de evocar y que, de nuevo, se me han escapado, para regresar a esa zona de lo inefable, en donde se refugian los recuerdos que nos permiten seguir viviendo. No es la palabra escrita el medio indicado para darles permanencia. Ellos viven de esa savia inagotable que en portugués se llama saudade, y eso no se escribe.

 
*Este texto fue publicado en Ciudad Viva y se reproduce por cortesía de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.
  Lea también Gabo y su vida en la ciudad que lo encantó Gabo y Fidel Castro
Más KienyKe
Con la recuperación de un último cuerpo, se dio por finalizada la operación del PMU, cerrando un capítulo doloroso para Antioquia.
La detonación del vehículo cargado con explosivos tuvo lugar cerca del puesto policial de El Estrecho, que forma parte del municipio de Patía, en el tramo de la Vía Panamericana.
La inseguridad no da tregua en Bogotá, dos menores resultaron involucrados en un intento de sicariato.
Barranquilla acoge el Foro OCDE, donde líderes mundiales debaten sobre desarrollo local, inclusión y sostenibilidad.
Kien Opina