El Sudario de Cristo: ¿verdad o fantasía?

Vie, 06/04/2012 - 12:30
Cuando María Magdalena y las demás mujeres que habían acompañado a Cristo en su camino al Monte Calvario encontraron, al día siguiente de su Sepulcro, la piedra co

Cuando María Magdalena y las demás mujeres que habían acompañado a Cristo en su camino al Monte Calvario encontraron, al día siguiente de su Sepulcro, la piedra corrida y el guardián ausente, pensaron que los romanos habían robado el cuerpo inerte de Cristo para mofarse de él un poco más en el Calvario. Pero en la tumba profanada encontraron su manto intacto al lado de su sudario. En efecto, cuando salieron a buscarlo, ya varios predicaban a los gritos, según Lucas, y de oreja en oreja, según Marcos, la Resurrección de Cristo Nuestro Señor.

El manto que había quedado en la tumba, según Lucas, estaba intacto, lo mismo que su sudario. Según Juan, sin embargo, parecía haber sido doblado más o menos con cuidado y dejado a los costados del ataúd. La diferencia parece insignificante, pero en realidad es el asunto de uno de los debates más complejos de la historia de la teología, en específico de la cristología. Los Evangelios de Marcos, Lucas y Mateo se llaman los Evangelios Sinópticos, porque fueron escritos en una misma época y en una misma tradición cristiana. El Evangelio de Juan, sin embargo, aunque es un evangelio canónico, no es un evangelio sinóptico, porque fue escrito mucho después y contradice en miles de puntos a los Evangelios Sinópticos.

El debate sobre el manto de Cristo es, en realidad, parte de dos debates mayores, aún vigentes: el de la correcta lectura del Evangelio de Juan en relación con los demás, y de otro debate muy importante durante la época del Cristianismo Primitivo, es decir los primeros tres siglos de la era cristiana. Ese debate se libró entre los partidarios de docetismo y los que estaban en contra.

Doctrinas han tratado de interpretar cada uno de los evangelios para demostrar que Cristo resucitó de entre los muertos, pero las escrituras tienen varias versiones.

El docetismo era una vieja doctrina gnóstica derivada a su vez del hermetismo, y expuesta por primera vez en el Corpus Hermeticum, libro atribuido a Hermes Trismegisto, profeta de esa secta, y a su vez una extraña metamorfosis entre uno de los dioses de los Coptos de Egipto, el dios Thoth, y Pitágoras. De ese híbrido salió no sólo Hermes Trismegisto, sino también el mismo Jehová, dios de los judíos, ambos versiones de Pitágoras.

De todas formas, los herméticos derivaron en los gnósticos, una secta neoplatónica que se volvió cristiana en el siglo I y que a su vez derivó en los cátaros, que merodearon la Europa medieval durante varios siglos, hasta el siglo XIII, en que fueron arrasados en la Cruzada Albigense. Una de las doctrinas comunes a esas sectas hermanas era, de hecho, el docetismo, que sostenía que la materia era vil y por tanto Dios no pudo haber reencarnado en un hombre de carne y hueso.

Por consiguiente, el cuerpo de Cristo, en vida y en muerte, tenía que ser una ilusión óptica, aunque todo el mundo lo viera. El cristianismo primitivo consideraba esa idea del todo herética, e hizo varios esfuerzos por erradicarla. Uno de los más evidentes fue el Evangelio de Juan, que se cercioró de no dejar lugar a la lectura docética de la historia de Cristo. Y el punto más delicado de esa historia era, de hecho, el modo en que había resucitado y emprendido la ascensión de regreso al mundo de su Padre. Si las ropas de Cristo estaban intactas, como cubriendo su cuerpo, Cristo se habría desintegrado y reintegrado en otro lugar, y la Resurrección no sería más que una metáfora; si las ropas estaban corridas, Cristo se habría parado como cualquier hombre, salido por la puerta caminando y ascendido cuarenta días después.

El Sudario de Turín mide aproximadamente 4.27 m. de largo por 1.07 m. de ancho. Es decir que el hombre que dejó su rastro, medía 1.83 m. de estatura.

Por eso, aunque en muchos puntos los padres de la Iglesia habrían preferido que el Evangelio de Juan no existiera, les venía de maravilla para derrocar la herejía docética, como en efecto lo hicieron: la Resurrección de Cristo fue tan real como la de cualquier otro hombre que de repente se levanta de la tumba. De otro modo, Cristo no habría tenido los cuarenta días para contarle a la gente cómo había resucitado por voluntad de su Padre, como bien lo relatan los evangelios canónicos.

La resurrección, sin embargo, no es un invento de los evangelistas, sino que tiene una larga historia en las más diversas religiones. En la tradición islámica no antigua se habla de los dos toques de trompeta que componen el fin del mundo, uno que aniquila a todos los hombres y otro que los resucita para juzgarlos. El sabio Bodhidharma, quien llevó de la India a la China la doctrina que habría de convertirse en el Budismo Chan, resucitó, y tuvo como testigos a varios budistas zen. Elías, en la Torá, ya había resucitado a varias personas de la misma manera que Cristo en el Nuevo Testamento, al igual que Zeus, en la mitología griega, había resucitado a Pélope, hecho pedazos por su padre Tántalo.

Pero la Resurrección de Cristo es la primera en que un hombre resucita, no por la acción milagrosa directa de otro hombre con poderes divinos, sino por voluntad de Dios, premio nunca antes concedido a nadie porque en ninguna otra religión el advenimiento del profeta tomó dimensiones tan grandes. Dios, según los evangelios, resucitó a Cristo para demostrarles a los humanos que él era su hijo, su verdadero profeta. Sin embargo, ni la Celebración de la Resurrección ni el Domingo de Resurrección, último día de la Semana Santa, existieron hasta bien entrado el siglo III, cuando los gnósticos ya habían permeado con gran éxito el imaginario religioso de Europa.

La Iglesia Católica, apenas tuvo poder de hacerlo, trató de acabar con los gnósticos, pero la historia de la Resurrección es una entre tantas que demuestra que la religión de Cristo es sólo una versión del gnosticismo, y de tantas otras corrientes esotéricas antiguas que la Iglesia condenó al olvido.

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