
El color reina en los carritos, trenes, casas, tableros y caballitos que se venden en Juguetes Damme. Los transeúntes que pasan por allí se detienen curiosos a observar por unos minutos. Tal vez se les hace raro que en Bogotá aún exista una modesta fábrica para adquirir juguetes elaborados en madera.
Lo que menos se imaginarán quienes caminan por el barrio Floresta, al occidente de Bogotá, es que detrás del olor a pintura y a madera que se percibe, hay una historia de superación y amor que lucha por preservar una tradición.
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Por una equivocación, Horst Damme llegó a Colombia cuando tenía cinco años. Su familia huyó de la Segunda Guerra Mundial y salió de su natal Berlín con el objetivo de refugiarse en Brasil, pero la embarcación en la que viajaban llegó al Pacífico colombiano.
Luego decidieron instalarse en la capital de la República, donde lo que parecía un pasatiempo se convirtió en su destino.
"Nunca tuve juguetes. Cuando llegué a Bogotá lo primero que hice fue un carro para mí a los siete años y una vecina que lo vio me encargó que le hiciera cuatro juguetes a sus hijos y quedó muy contenta. Empezaron a encargarme otras personas", recuerda.
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En medio de suspiros entrecortados este alemán de 87 años agacha la cabeza para pensar y contar cómo llegó a construir su tienda.
Pese a su ceguera y a una discapacidad auditiva que lo aqueja desde hace años, dice con orgullo lo valioso que pueden ser los caballos de madera para los niños. No sabe con exactitud cuántos ha vendido, pero recuerda que el primero lo entregó a cambio de 6 pesos con 50 centavos.
"Es muy úitl este caballo para los niños, sobre todo por el balanceo, porque según estudios hechos en Francia, el movimiento de la cabeza así es muy bueno para los niños, se acomoda el cerebro, eso es lo que dicen".
Al cuestionarlo por la forma en que perdió la visión, ella es quien responde.
"A él lo entristece mucho…Un vecino le dio un disparo porque no le vendió este predio, todos creemos que fue pura venganza", manifiesta.
Esa agresión llevó a la depresión a Horst. Pero la alegría que le da a niños y niñas con su trabajo lo impulsó a seguir.
"Fue muy pero muy duro. ¡Uy, que dolor!. Hubiera tenido un revólver me hubiera pegado un tiro, eso fue muy duro perder la vista", resalta.
Aunque en sus ojos hubo oscuridad, su actual esposa le dio color a sus días. Luego de que enviudó de su primera compañera, ella llegó a trabajar para él y terminó enamorándolo.
"Con Yolanda pasó una cosa muy rara. Cuando estaban pintando los juguetes, ella subió una caja de cartón a una estantería y se le subió la falda muy arriba, y yo dije, esa pierna debe ser para mí, y eso se cumplió. El señor metió la mano al subir la falda. Fue un buen resultado", contó entre risas a KienyKe.com con su voz grave, dura y seria que deja percibir sus raíces alemanas.
Un disparo casi acaba con el sueño
La fábrica inició con un empleado y cuando estaba en su mejor época, eran 30 personas trabajando para producir los mejores juguetes hechos a mano, pero un hecho triste opacó la buena racha. Su esposa, Yolanda Pedraza, habla por 'Don Horst', como le dice por cariño y respeto, cuando a él le faltan las palabras. Es 20 años menor que él y durante décadas se ha dedicado a cuidarlo, en especial ahora, cuando camina con dificultad y siente los síntomas de la vejez.