Se han ido evaporando como por arte de magia, después de haber circulado por las fuentes bautismales, en la primera mitad del siglo pasado, unos nombres bien sui géneris, dignos de mandar a enmarcar, sin ánimo de burla.
Se quedaron sin tocayos don Temístocles Vargas, el profesor de música y ex alcalde de Manizales y doña Cesarfina Hoyos de Villegas, la progenitora del arquetipo del civismo raizal don Aquilino Villegas, familia de la que desciende el exitoso editor Benjamin Villegas.
Un dato histórico: don Luis Carlos Hoyos, el padre de la distinguida matrona, fue el primer bebé bautizado en la incipiente pila manizaleña, según relata la consumada bibliotecóloga Elsie Duque de Ramírez, cuya abuela aguadeña se llamaba Marciana, pero le decían ‘Chanita’ para disimular el asunto.
Otros nombres bizarros y raros del pasado: don Sinforoso Ocampo, uno de los primeros cafeteros fuertes que tuvo la ciudad, abuelo del médico Bernardo Ocampo, fundador de la Sociedad Caldense de Anestesiología, y de José Fernando Ocampo, sociólogo destacado. Más invitados a este recreo bautismal: don Ildefonso Echeverri, padre del ex gobernador Emilio Echeverri; el ferretero Mamerto Escobar; el confeccionista Ildorfo Gómez, Inocencio Barreneche y Montegranario Ospina.
Un bisnieto de don Liborio Gutiérrez circula por estas calles benditas llevando el nombre de su mítico ancestro. A doña Josefa Duque, la famosa cocinera de alto turmequé de los años 50, unos la llamaban ‘Pepa’ y otros ‘Fruta’. Por la misma época a doña Candelaria Mejía sus vecinos la apodaban ‘Misiá Llamarada’. Casi se nos quedaba por puertas doña Agripina Restrepo de Norris.
Encontraron tocayos, tras intensas búsquedas, los comunicadores Eucario Bermúdez (el único manizaleño nacido en Timbío, Cauca) y Delimiro Moreno (el único huilense nacido en Bello, Antioquia) mas no los hallaron sus colegas Timoleón Gómez, Edulfo Peña, Arnaldo Valencia, Etelberto García, Sofonías Rúa, lo mismo que Iáder Giraldo y sus hermanos Dula, Gabdela, Goar, Sadoth y Mávilo. El agudo cronista bogotano afirmaba que su papá había sacado los nombres del martirilogio romano, pero que eran los nombres de los leones que los desalmados emperadores mandaban a la arena del circo romano para que devoraran a los indefensos cristianos.
A propósito de familias: en Filadelfia, Caldas, bajo el mismo techo, moraban los hermanos Quin, Quineito, Quin María y Quin Antonio, así como sus hermanas Nena, Nana, Nina y Tanana. En Riosucio la gente todavía recuerda a los hermanos Niceas Minervino, Camerino Mandar y Paris Antonio Trejos. Y en el Capitolio sigue vigente Telésforo Pedraza y no sabemos qué pasó con don Fulgencio Bogotá Chía, apodado “El doctor autopista”, y se evoca allí la memoria del congresista quindiano Marconi Sánchez.
Nos faltaban don Habacuc Márquez, hermano del cura Darío Márquez, sacerdote controvertido en su tiempo, en Manizales, y la camada de los seis hijos aranzacitas de don Clemente Osorio y doña Matilde Alzate, integrada por Daladier, Dascier, Delaskar, Liliam Fanory, AsdrúbaL y Mario.
Se iban quedando en el tintero estos nombres ajenos a la tocayería: Crótatas, Gundisalvo, Nicéforo, Epaminondas, Tertuliano, Eutimio, Tránsito, Quinquiliano, Justiniano, Gumersindo, Leovigildo y Cirilo.
El veterano impresor caldense Javier Ríos Ramírez, quien cumple sus primeros 83 años este lunes, 31 de octubre, comenta jocosamente: ¿”Viejo, yo?... viejo el mar y todavía se mueve”.
La apostilla: Pongámosle un moñito a esta ronda bautismal: don Evelio Mejía, ¡alma bendita!, dueño del céntrico almacén Artístico de la carrera 23, solía decir que tenía dos hermanos de nombres paradójicos: Godofredo, que era liberal hasta los tuétanos, y Tomás, un abstemio que nunca se mandó un lamparazo en su vida.
