Cuando alguien se refiere a la doble cara de otro o de algo, de inmediato pienso en la hipocresía, en una personalidad de doble faz, en un hecho que tiene aristas opuestas.
En este caso son muy pocos los que aplican la ley de los contrarios que, como una paradoja, debe existir en el mundo para armonía de la humanidad. Por ejemplo, para que exista la belleza debe existir la fealdad. Para que exista el bien debe existir el mal.
Así que cuando escucho que alguno califica a este gobierno como un gobierno de doble cara, lo acepto sin rechistar. Además, me parece que tengo motivos para hacerlo.
Su primera cara se refleja en su persistencia con el uso de la palabra paz, que sería sublime en medio del lodo en que tratamos de navegar si no fuera tan repetido que ya me suena vacía, como si no me perteneciera ni representara nada de mis más íntimos anhelos. Cuando llegue, no sabré si es verdad o qué será.
Han habido dos espectáculos que me han sacado lágrimas de emoción: el apretón de manos en la Habana y la firma de los acuerdos en Cartagena, después de años de negociación y dos centurias de desgracias, pero eso no era definitivo.
Nuestro país, que ha sido verborréico, demagógico y leguleyo, no ha querido asumir el acuerdo, más allá de las palabras, para que el conflicto entre las FARC y el gobierno tenga por fin término legal, conflicto en el que ha perdido siempre el pueblo colombiano. ¿Alguien se lava las manos?
Su segunda cara son las finanzas del Estado. Como siempre, a pesar del gobierno de la paz, con premio Nobel encima, las finanzas están dirigidas a favorecer a ese escaso margen de la población que mantiene el poder, por lo que siempre se llamará privilegiada. ¿Y hablan del posconflicto? Qué curioso.
Mientras cacarea con la paz entrega la reforma tributaria (siempre dijo que no lo haría), que atenaza al asalariado con más altos impuestos, lo condenan a vivir a ras con la realidad, a trabajar para que las finanzas del Estado engorden como bocado apetitoso de los contratistas.
Y el resto, que vive del rebusque y las pequeñas iniciativas personales, o tendrá que cerrar sus negocios o aprender a ser marrullero como los otros para obtener una tajada más grande que los separe de la moderna esclavitud, o los mantenga en la competencia por la supervivencia.
Pero paz no habrá si no hay justicia social. ¿Cómo así que el Ministerio de Defensa tendrá el año entrante 2% más? ¿Acaso no se invertiría menos en la guerra y nos iba a sobrar para ser felices?
Mi decepción, como la voracidad del Estado, no tiene límite.