¿A dónde vas Colombia sin la verdad como sustento de la justicia?

Mar, 01/10/2019 - 03:30
Nunca te mientas a ti mismo”. Fue la respuesta que de joven recibí cuando pregunté: “Háblame maestro de la justicia, la verdad y la mentira”.

De la obra “El diario de Frank” d
Nunca te mientas a ti mismo”. Fue la respuesta que de joven recibí cuando pregunté: “Háblame maestro de la justicia, la verdad y la mentira”. De la obra “El diario de Frank” de Bernardo Vélez Isaza, recojo estos apartes. - “Hay hombres que encienden una vela a Dios y otra al diablo. Si se ven obligados a definirse apagan la de Dios…”  y - “El momento que vivimos es angustioso, fruto de los errores de dirigentes malvados y estúpidos, que pesarán sobre el porvenir de las futuras generaciones.” Dos verdades que no puedo ignorar al pensar en los días que vivimos hoy en Colombia, donde existe una profunda división en bandos opuestos e irreconciliables, entre la civilización representada por aquellos que laboramos dentro de la legalidad como forma honesta de ganarnos la vida, y algunos irresponsables, que viviendo a cuenta de los primeros, cobrando del Estado o validos del lucro de la trampa y el engaño, bien sea por indolencia, por mediocridad o ignorancia, optan por minimizar la amenaza del comunismo, que hoy sirve de máscara que encubre los intereses de un crimen organizado que se financia con el narco-terrorismo. Los días venideros no van a transcurrir con facilidad para la moral de nuestra maltrecha y golpeada nación. La justicia tendrá que pasar una dura prueba, que por razones, a mi parecer ajenas al sentido de su difícil mandato, se han impuesto aquellos mismos que la administran. Repasando notas de cómo debemos tratar a los caballos, que siempre me han llevado a entender que primero debemos ser mejores en el trato que le damos a nuestros hermanos humanos, en el respeto a los indefensos y a aquellos que han dedicado su vida al servicio de la nación, de la patria y de los demás, me encontré con este antiguo proverbio árabe que dice: -              “El que calla ante la injusticia es el mismo demonio”. La justicia no tiene otra razón diferente a la defensa de la verdad. “Aquel que no defiende con su vida la verdad, no es sabio ¡sino un Tirano!”. Son el bien, el deber ser y la razón, la esencia de cómo se imparta justicia. Nosotros los humanos, jueces o partes en un proceso, tan solo debemos estar al servicio de la verdad. Mi padre me enseñó de pequeño que “nadie se condena a si mismo con la verdad”. Esto es, que todos nos podemos convertir en esclavos de nuestras conciencias, si nos creemos nuestras propias mentiras o nos dejamos engañar por las mentiras ajenas. Quien vea la verdad es responsable de ella. Quien no tenga razón y corazón para verla y defenderla, no debe interponerse entre la justicia, el bien, la razón y el deber ser. “Si un hombre no entra en razón, su conocimiento, su sabiduría y su comprensión no importan”. No se puede llamar justicia a la tiranía. Cuando esto ocurre es por la soberbia y la impetuosidad de quienes cambiaron la razón por la vanidad y quienes, por envidia o resentimiento, perdieron el camino de la verdad. El conocimiento no es propiedad de nadie, es una virtud que le otorga la vida a quienes abren su corazón a la razón y a la verdad. Solo así podrá el hombre ser instrumento de la justicia en favor de la verdad. No ha sido, ni nunca será claro, el camino de la verdad cuando se llega al enjuiciamiento de un hombre justo. La justicia es el alma de toda sociedad. La acepción “desmadre”: 1.“Pérdida de la noción y la medida en el comportamiento”. 2. “Falta de orden o de moderación en algo que debería tenerlos”, quiere decir simplemente que como la madre hace la familia, la ausencia de ésta es la que lleva a las personas, a las entidades o a las naciones al caos. Lo que digo no es otra cosa que cuando los hijos reniegan y deshonran de los valores que representa la madre, no puede haber verdad ni justicia. Hoy Colombia está ante una prueba más difícil y más fuerte que muchas otras que ha tenido que superar como sociedad que no logra unirse ante la mentira, la maldad y el engaño. Y es que nunca falta el que reniegue contra los principios y los valores esenciales que nos han mantenido unidos por más de 200 años. La amenaza de un populismo acompañada de la irresponsabilidad y la mediocridad en el ejercicio de las profesiones, condiciona la conducta de quienes tienen en sus manos la justicia en función de la verdad. Las puertas del destino no las manejamos los hombres, son nuestra bondad o nuestra maldad, las que transcurren por lo inevitable. La sociedad que se deja llevar por los vicios, nunca podrá pasar por el sendero que conduce a la virtud. Solo aquellas naciones que por su cultura o su sufrimiento llegan al entendimiento que representa el valor de la verdad y de la justicia, se ganan el derecho al progreso y la generación de riqueza humana. La mediocridad es el resultado de las falencias morales de cultura y educación. La excelencia solo puede cabalgar sobre la ética y los valores en que se fundamentan los principios que nos imprimen el ejemplo de nuestros padres y nuestros maestros. Si una sociedad no cambia su moral, Dios no la cambiará, menos un régimen populista disfrazado de socialista, porque ellos y los comunistas tan solo se esconden bajo el discurso de la igualdad para adueñarse del trabajo de los demás y esparcir desigualdad y pobreza, como las armas con las cuales controlan y dominan los pueblos que mantienen bajo opresión. Aquí lo que hay que comprender es quiénes se inventaron, y quiénes les ayudaron a vender la falsa idea de la maldad de un hombre justo, que todo lo ha dado y todo lo ha dejado por su patria, por los valores de la democracia y por el bienestar de las comunidades. Las cifras y los hechos en Colombia demuestran realidades incontestables e incontrovertibles. Mientras la nación y el ciudadano de bien en campos y ciudades han tenido que soportar la amenaza constante de la inseguridad que generan el crimen organizado, las guerrillas y los líderes asociados a los macabros intereses del narco-terrorismo, Álvaro Uribe Vélez, a la luz de la verdad, nunca le ha causado mal alguno a ningún ciudadano de bien. Al contrario, bajo su liderazgo, su hacendosa administración del Estado, en su larga vida pública y en su conducta personal, por más que quieran satanizarlo con mentiras y engaños en los medios de comunicación y en el discurso populista que se vale de la dialéctica inversa para cambiar la percepción de la realidad, Uribe, ha sido, es y seguirá siendo un gran líder, un referente y un virtuoso patriota, además de un ciudadano y un hombre de conducta ejemplar. Un juez no puede tener ideología, parcialización expresa ni puede tener una trayectoria inferior a la de aquel al cual le imparta justicia. Si la decisión que se viene es injusta, Uribe será, para unos pocos insensatos ajusticiado, para el resto del mundo que lo admira, un mártir juzgado injustamente por sus enemigos. Una injusticia sobre su persona y sobre cuanto realmente representa para nuestra tradición democrática, no hará de él una víctima cualquiera a causa de la politización de la justicia. No será solamente un atropello a su condición de hombre justo y respetuoso de la ley y la justicia. Será el hecho que dejará en evidencia la inmensa mentira con la cual en muchos casos se ha venido impartiendo justicia en Colombia desde que se engañó al pueblo con la falsa idea de que se puede negociar la legalidad con el crimen organizado. La ambición de poder cuando se convierte en fiebre insidiosa nubla el entendimiento y aleja al hombre de la verdad. La justicia del hombre se aparta de la divina, cuando los hombres elegimos el camino del mal y no somos capaces de soportar la responsabilidad y las consecuencias que implica el camino del bien y el sendero de la verdad. El engaño no ha sido ni será nunca más auténtico que la falsedad que esconde. El juicio a Álvaro Uribe Vélez representa un atentado a la libertad y a una clase empresarial, propietaria y empleadora que hoy parece desentendida de la verdadera realidad nacional. Es un desafío a todo lo elemental, a nuestros valores, a nuestros principios, a nuestra ética y nuestra moral, a manos de aquellos a los cuales nuestra sociedad les ha dado el privilegio y la confianza de ser quienes tienen el mandato de impartir justicia.  

Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez

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