“Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra”
James Russell Lowell
La abeja, ese simpático animalito que nos ha acompañando desde el amanecer del tiempo, ese mismo que nos ha dado ejemplo de laboriosidad, de trabajo abnegado y que se encarga de dar vida a nuestros cultivos y además nos engolosina con sus mieles, está desapareciendo. La estamos aniquilando en pago por sus nobles servicios. Así somos los humanos, prescindimos de quien bien nos sirve. Apareció en nuestro planeta hace 100 millones de años, mientras que el homo sapiens –un nuevo aparecido– deambula por la tierra hace solo 2,5 millones de años. No nos rasgamos los seres humanos las vestiduras frente a la extinción de algunos bichos nocivos a nuestra supervivencia como son los virus o bacterias que nos asedian y destruyen, ejemplos son el insidioso y casi invulnerable retrovirus causante del sida, y ni qué decir de esas alimañas que nos azotan causándonos enfermedades letales como la tuberculosis, hepatitis, malaria y otras dolencias que aparte de molestas nos son mortales. La extinción de los dinosaurios acaecida hace 65 millones de años por el impacto de un meteoro en la península de Yucatán y que sumergió la tierra en las tinieblas y contaminación durante un tan largo periodo acabó con esas bestias que dominaron el mundo por 230 millones de años; su desaparición permitió que los mamíferos se propagaran y evolucionaran para dar origen a nuestra especie. La convivencia con esos temibles voraces hubiese sido prácticamente imposible, probablemente no existiríamos. Muchos animales se han extinguido y otros están en vía de serlo por la acción humana (cacería, eliminación de sus hábitats). Es deplorable, pero su desaparición al no constituir un peligro para nuestra supervivencia, nos contentamos con algún lánguido suspiro sin que sea muy condolido el entristecimiento experimentado. La infortunada lista es larga e incluye: oso polar, tigre de Bengala, elefante, orangután, ballena, delfín rosado, armadillo gigante. Por supuesto, siempre partimos del principio según el cual lo más importante es la supervivencia de la especie humana y que su vida es superior a cualquier otra; una hipótesis que bien puede refutarse. El fin de nuestra existencia podría dar origen a otras formas más elaboradas de vida y tal vez menos destructivas y mortíferas que la nuestra. En todo caso la desaparición de las abejas sí es un perjuicio mayor y no sólo porque nos privaremos del magnífico manjar que nos producen, de esa miel que nos endulza nuestros amargos días, sino porque su extinción acabaría con buena parte de la alimentación de la cual nos nutrimos, ellas polinizan esas plantas que ingerimos. Nuestro planeta y nuestras vidas no serán lo mismo sin ellas. La polinización es el fenómeno mediante el cual se transportan los granos de polen (elemento masculino) hacia el pistilo (elemento femenino) de las flores, efectuándose de esta manera la fecundación vegetal. Los agentes son el viento, la lluvia y los animales. Pero, sin duda, son las abejas quienes mayormente contribuyen en este proceso; su cuerpo velludo y carga electrostática hacen que el polen se les adhiera y así en su permanente deambular insuflarlo en el pistilo. De esta manera, las abejas se encargan del 80% de la polinización de todas las especies de plantas, lo que constituye más de la tercera parte de la alimentación humana. Sin su benefactor trabajo no habría ni frutos ni legumbres; la hambruna humana sería una clara consecuencia. Es decir, estos insectos son esenciales para el equilibrio ecológico y alimenticio del mundo. Inquietantemente se ha observado en las últimas décadas que las abejas están extinguiéndose; las colmenas se quedan vacías, sus obreras abandonan sus paneles, no regresan; estudios serios han sido llevados a cabo para detectar este grave fenómeno que tiene nombre propio “Síndrome del Colapso de las Colmenas” (CCD por su sigla en inglés para “Colony Collapse Disorder”). Una larga lista científica de causas ha sido establecida, en ella aparecen: las infecciones parasitarias debidas a ácaros y hongos, al virus israelita que produce parálisis aguda, al ataque mortífero del avispón asiático, al incremento de nuevos predadores, a la aparición de nuevas especies invasivas. Pero los factores causantes de este infortunio debidos al hombre son mayúsculos: el uso de productos fitosanitarios, la práctica del monocultivo, la urbanización a ultranza, la multiplicación de emisiones electromagnéticas (ie. celulares), la reducción de los recursos alimenticios propios a estos insectos, el uso indiscriminado de alimentos transgénicos, la transformación radical del hábitat animal, el cambio climático, la polución, las emisiones de gases de los aviones. La asociación de apicultores británicos declaró que la tercera parte de sus colmenas desapareció en Inglaterra; en EEUU el 30% de sus colmenas desaparece cada año desde 1995; en Colombia no tenemos cifras precisas pero el problema es patente. Sin lugar a dudas, nos lo advierte categóricamente un reciente estudio de la universidad de Harvard: el mayor componente de esta masacre es el uso de algunos pesticidas, son el mayor causante de esta mortalidad. "Algo huele mal en el reino de Dinamarca" nos decía Hamlet, algo hiede putrefacto en el comportamiento que sin control ni medida de consecuencias nos inventamos para “administrar” el mundo. A la ecología que aún observamos con desdén, sin sentirnos realmente concernidos por ella, postergando nuestros deberes con la naturaleza para las futuras generaciones, hay que tomarla en serio aquí y ahora; todos tenemos un grano por aportar, así como la abeja transporta pacientemente grano tras grano de polen para alimentar sus colmenas y para dar sustento a los humanos; de no hacerlo estaremos incurriendo en un grave error de cuyas nefastas consecuencias Einstein nos previno: “Si la abeja desapareciera de la superficie del globo, el hombre no tendría más que cuatro años para vivir. No más polinización, no más hierba, no más flores, no más animales, no más hombres”. ___ PD: Amigo lector mi invitación a firmar la petición de prohibición de esos pesticidas funestos para las abejas, que les hacen perder la orientación y mueran al no encontrar el camino de regreso a su colmena. Solo se necesitan 30 segundos.