Feminismo del siglo 21: Una oda a las prostitutas

Vie, 30/08/2013 - 00:11
Luego de escribir mi columna Se prostituyó el pop, en la que condeno a las divas del pop que andan cas
Luego de escribir mi columna Se prostituyó el pop, en la que condeno a las divas del pop que andan casi desnudas, enfrenté duras críticas de desconocidos y de mis amigos. Una amiga me dijo que yo tengo una responsabilidad y no puedo escribir cualquier cosa. Mi mejor amiga me aseguró que tengo una tara con las lobas y las ‘mostronas’. Me dejó pensando, ¿por qué? ¿Cuál es mi problema con las mujeres que se exhiben a sí mismas como si fueran un pedazo de carne colgando de un gancho en un matadero? Me pregunté si mi desagrado hacia este grupo de mujeres se debía a que no tengo el cuerpo para ser una loba o una mostrona. Si ese sentimiento tan negativo sería envidia, porque soy gorda. Me cuestioné si sería a causa de mi crianza, pues mis viejos, mis tíos y mis primos -de ambos lados- estarían de acuerdo conmigo. ¿Resentimiento entonces? Nada de eso. Aunque es cierto que me gustaría mucho más lo que veo en el espejo si tuviera varios kilos menos, lo mío no es envidia. Mis amigas casi siempre son unos mujerones espectaculares. Unas guapas. De esas que nada tienen que envidiarle a nadie cuando se ponen un bikini. Y yo, con un Speedo negro que me cubre todas las nalgas, como los trajes de baño a finales de los años 50, las observo con admiración y me pregunto qué se sentirá ser tan guapa. No hay envidia. Entonces las nubes espesas se abrieron formando una grieta entre ellas que dio paso a una luz muy brillante. Y luego el cielo se despejó. Llegó a mis manos un libro de Ariel Levy, una escritora de 38 años que trabaja para The New Yorker, autora del  libro Female Chauvinistic Pigs: Women and the Rise of Raunch Culture, que traduce algo como Cerdas machistas: Las mujeres y el ascenso de la cultura procaz. Lo entendí todo. Yo no tengo una tara ni una obsesión. Tampoco es envidia. Es mucho más simple: en esencia, soy una feminista de la vieja escuela. El feminismo, por definición, es una doctrina social o movimiento favorable a la mujer que exige igualdad de derechos entre ambos géneros. ¿En qué momento mostrar el culo y las tetas en público se volvió parte de esta liberación femenina? ¿Por qué se volvió tan masiva esa tendencia de vestirse emulando a prostitutas y bailarinas exóticas? ¿Cuándo se volvió normal que una artista de talla mundial como Rihanna se tomara fotos, primeros planos, de su culo para deleite del que quisiera verlo? Patético el momento en que una artista como Miley Cyrus, en un intento por demostrar que ya no es una niña, imita el vídeo de la canción Blurred Lines, saliendo al escenario en un bikini de látex color piel y restregando el culo contra la pelvis de Robin Thicke. Como si no fuera suficiente, la joven de 20 años llevaba un guante de espuma muy grande con el que se tocó varias veces la entrepierna y así mismo a Thicke. ¿De qué se trata esta demostración sexual? ¿Cuál es la idea? Esa es la liberación femenina, el feminismo del siglo 21 que no es otra cosa que una oda a las trabajadoras sexuales. Nunca me consideré feminista por no ser activista, y porque nunca marcho y no suelo meterme en conversaciones en que se discute el tema. Pero luego del libro de Ariel Levy entiendo que sí soy feminista, pero de las viejas. Estoy en desacuerdo con una cultura que glorifica a las mujeres desnudas para deleite de los hombres. Playboy, Hustler, Penthouse, Maxim, FHM, Stuff y Girls Gone Wild no fueron pensadas para la mujer. Pero lograron que se pusiera de moda el desnudo público, y que las divas del pop hayan optado por exhibirse casi desnudas y provocadoras. Algunos de esos niños y adolescentes de las zonas más deprimidas de Medellín, que crecen soñando con una mujer trofeo, una pistola y una moto, por ejemplo. Entran a formar parte de estas bandas de delincuentes, y matan hasta que los matan. Mujer trofeo, de esas que se ven en las revistas, los reinados de belleza, los prostíbulos y en la calle. Están por todas partes. ¿Cómo es que las divas del pop se salen con la suya cuando afirman que su responsabilidad no es ser modelo o rol para nadie, pero acumulan fortunas inimaginables con las compras de niñas y adolescentes? Y así hay adolescentes con faldas demasiado cortas, pantalones demasiado apretados y blusas ridículamente escotadas. Cada vez son más las madres niñas y adolescentes. ¿Y cómo culparlas? A mí esas exhibiciones eróticas también me provocan ganas de follar. Pero yo soy adulta, yo ya estoy del otro lado. Las niñas y adolescentes expuestas a esta cultura infame aún no tienen clara la diferencia entre lo que es bueno y lo que no. Y son peligrosamente impresionables. ¿Una muestra de ello? Sus bebés. Yo soy una feminista de esas inspiradas en las feministas de finales de los años 60 que supuestamente quemaron sus brasieres y botaron a la basura pestañas postizas, corsets, ruleros, tacones y maquillaje. Las que comparaban un reinado de belleza con esas ferias de animales en que se premia al más lindo. Las que querían votar e ir a la universidad. Las que exigían que no hubiera diferencia entre el sueldo de un hombre y una mujer que tuvieran el mismo trabajo. Las que exigían el derecho a abortar. Esas. No las de ahora. Como se pregunta Ariel Levy, ¿Cómo fue que la cultura cambió tan drásticamente? Lo grotesco se volvió sinónimo de liberación, liberación sexual. Ahora todas quieren mostrar las tetas en Soho. Actrices, modelos, modelos no modelos, periodistas, políticas, estudiantes, todas. Salen a marchar por los derechos de las mujeres y los homosexuales y exhiben las tetas. Y yo no me explico, ¿qué tienen que ver las tetas? Ahora tienen cuentas públicas en Instagram donde se muestran casi desnudas. ¿Qué tratan de demostrar, lo lejos que hemos llegado? ¿La idea es acaso volver a la mujer un pedazo de carne, uno muy, muy sabroso? Esa no era la idea original. No.   Me está llamando Florence Thomas para invitarme a una reunión de recalcitrantes feministas del siglo 20 y lesbianas con aspecto masculino de esas que no se depilan, ya vengo… @Virginia_Mayer   *El libro Female Chauvinistic Pigs: Women and the Rise of Raunch Culture llegó a mis manos cuando la editorial Rey Naranjo me pidió que hiciera parte de un proyecto en el que participan otras traductoras, en el cual estamos traduciendo capítulos del mismo en un intento por darle un nuevo sentido al feminismo del siglo 21.
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