Por estos días me dio la ventolera de revisar mi colección de música para reorganizarla y poder accederla fácilmente, con sorpresa y agrado me topé con muchas piezas que había olvidado y hasta ignoraba que tenía; ah, la volátil memoria.
Y en ese trajín me cae de nuevo en manos y oídos un disco de Pablus Gallinazus (Piedecuesta, 1942) que me revivió la época universitaria con todas sus inconscientes batallas, y con mi juvenil candidez; los tralalas se me agolparon en las sienes ahora cenicientas y las letras de las canciones volvieron a mi mente, ¿en dónde habrán estados dormitando estas décadas?
Y puse particular atención a la cancioncilla en cuyo título creo nunca haber mayormente reparado: “Destino la guerrilla”; del estribillo pegajoso, melodioso se me aparecieron de nuevos texto y notas: “Caminando, caminando / La guerrilla es un amor / Echan pata que da miedo / Viva la revolución /”. Y también recordé que otrora repetía como cotorra sin prestar cuidado a la semántica del adefesio que ahora escuché con gran aplicación. Tal vez por entonces estuve atontado por el romanticismo utópico que destilaban esos “nobles ideales” bien adobados con melodías que fácilmente se instalan en el oído y seguramente endulzan el entendimiento.
Al tiempo y por coincidencia leí la última columna de Mauricio Vargas en donde hace un pequeño resumen de esa guerrilla “que es un amor” y que aquí extracto: “… un grupo que ha asesinado a decenas de miles de campesinos, reclutado a miles de menores para la guerra, despojado de su tierra a miles de campesinos, masacrado a los más pobres en Bojayá, mantenido en atroces campos de concentración a miles de secuestrados, narcotraficado de la mano del 'Loco' Barrera y de los terroríficos carteles mexicanos, saqueado las finanzas de cientos de municipios necesitados y talado decenas de miles de hectáreas de bosques milenarios para sembrar coca…”. Sí, la guerrilla es un amor…
En otra “composición” se confunde Pablus Gallinazus en loas a una mula que califica de revolucionaria porque en el monte el animal lleva y trae guerrilleros; ni el sol escapa al asedio inspirado del trovador: también es comunista; con la luna no es muy claro, pero parece entenderse que hace parte del mismo partido, el marxista-leninista. El Comandante como llamaban a Gallinazus, vivió en Cuba en donde es muy reconocido, sigue todavía –me entero por internet– dando conciertos y entregando su mensaje en viejas y nuevas creaciones musicales a lo largo de nuestro país.
Si se entra a Google (que sin duda debe estar catalogado como un instrumento de expansión imperialista) se ve como la cancioncilla de marras, así como otras de similar talante, se convierte en “himno” o música de fondo de blogs y de dudosos sitios webs, o directamente de organizaciones estudiantiles que no son de dudosa procedencia porque son clara y abiertamente alineaciones de esos estudiantes que no tienen por oficio ni objetivo el estudiar ni culminar un ciclo universitario, sino crear disturbios con cualquier pretexto; claras infiltraciones guerrilleras.
Como la acémila revolucionaria, estos emisarios estudiantiles traen mensajes y logística revolucionaria del monte al claustro universitario. ¿Serán conscientes estos mandaderos que el 95% de los colombianos rechazan el proceder guerrillero? Mula revolucionaria, baja la revolución…
Hoy, años tantos después, ya con una mente más decantada y analítica prefiero del cantautor Gallinazus las no menos pegajosas estrofillas como las de “boca de chicle”, cuyo único pecadillo, excusable ciertamente, es el candor: “Que sea mi cuerpo alegre carrilera / Por la que corran tus manitas frías / Que pasen palmo a palmo por mi tierra / Hasta que se confundan con las mías. / Con tu boca de chicle…”. La cursilería es solo venial, la incitación a engrosar las filas de la guerrilla es pecado mortal.
Y mientras escucho la mula, el chicle y la flor para mascar, vienen a mi mente las escasas veces que me aventuro por una discoteca –reconozco que disfruto su pachanga– en donde me sorprende ver como cada bailarín al tiempo que se menea va entonando las canciones que le sirven de acompasamiento, y casi sin excepción conocen las letras, en el idioma que les pongan (¡qué políglotas son!). ¿Entenderán estos bailarines-cantantes lo que corean, o son el calco de otra generación, que como la mía repetía estribillos sin percatarse de lo que estos contenían y transmitían?
Y entonces cabe preguntarse sobre cuáles son los límites de la canción de protesta social, y a partir de qué momento se convierte en propaganda o apología de la aciaga guerrilla. Difícil respuesta y que debe responderse sin que ello constituya óbice a la libertad de expresión. Pienso, sin embargo, en países que han brillado por su libertad de expresión como Francia; en el país galo hay una infracción a la ley cuando alguien incurre en negacionismo de los bárbaros actos del régimen nazi en el holocausto judío y otras minorías; el hecho es tipificado como un delito que es castigado por la ley. Ilustrador ejemplo.
PD. Dejaré mi colección de música en paz y con ello mis inconsciencias pretéritas aletargar, pero no dejaré que se desvanezcan mis lucideces presentes.