La trampa de Uribe

Jue, 13/03/2014 - 14:21
En las pasadas elecciones sí hubo fraude. Y no se puede caer en la trampa de creer que porque lo denuncia el expresidente Álvaro Uribe haya que ignorarlo o porque lo dice un opositor de derecha no s
En las pasadas elecciones sí hubo fraude. Y no se puede caer en la trampa de creer que porque lo denuncia el expresidente Álvaro Uribe haya que ignorarlo o porque lo dice un opositor de derecha no se debe investigar. Los males en Colombia existen y muchos quieren taparlos con un dedo porque los ventila Uribe. Hay trampa, hay mermelada, hay corrupción y hay violencia, al margen de que lo revele el expresidente camorrero. La democracia en Colombia está enferma y no por ser antiuribista se está de lado de los sanos. Esta es una falacia moderna en la que cabalgan corruptos y prácticas tramposas con una especie de patente de corso para delinquir, para calumniar, traficar con puestos, comprar votos y para elegirse a punta de trampas en la Registraduría. Amparados en la polarización actúan a saco en materia de contratos, de chuzadas y de votos. Uribe fue reelegido con prácticas non sanctas y precisamente pasó a la historia por cuenta de la Yidispolítica, sus notarías y sus votos en el Senado a cambo de puestos y tráfico de influencias. Y de eso se ha encargado la justicia y se encargará la historia. Pero hoy Uribe es quien denuncia la trampa y a eso, periodistas y organismos de control, tienen que pararle bolas. La mismá lógica que llevó a Claudia López a denunciar las grandes votaciones que se triplicaron por cuenta de la presión y la ayuda del paramilitarismo, hoy debe poner la lupa sobre las grandes votaciones que se duplicaron con presiones y ayudas de la mermelada. Los paramilitares utilizaron prácticas tramposas en ese caso. Pero hoy es el propio gobierno el que las utiliza. Y eso es trampa y hay que denunciarlo así se coincida con Uribe y así el expresidente saque sus réditos políticos. Eso es asaltar la democracia en su instrumento más sagrado, el sufragio universal, y no puede pasar impune por el hecho de que quien lo denuncie pudo haberlo practicado en el pasado. Ese es un maniqueismo que se pretende enseñorear en la vida política nacional y en los medios masivos de comunicación. Se ha llegado a que un periodista como Daniel Coronell por ser antiuribista y por denunciar paracos se le perdona todo, que diga mentiras o que haya montado su noticiero con plata de la mafia y se haya asociado con sus testaferros para licitar ese espacio. Este país maniqueo ha llegado a que por ejemplo al expresidente César Gaviria por ser antiurbista se le perdone que haya sido quien montó para Pablo Escobar la farsa de una cárcel en un palacio construído por el propio narcoterrorista, donde se cometieron los más crueles crímenes de la mafia y se vivía en medio de orgías y narcóticos con la aquiescencia del gobierno. La historia no se puede seguir contando de esa manera. El crimen es crimen venga de donde viniere. La complicidad con el crimen y las alianzas con la mafia son delitos hágalas quien las haga. La trampa es trampa hágala quien la haga. Basta ya de esa doble moral que construye impunidad conveniente y castigo selectivo. La corrupción no puede ser buena si es antiuribista. El país tiene que entrar de cara al futuro a mirar desde una concepción sagrada de lo público, como lo proponía Antanas Mockus, que la trampa es castigable venga de donde venga. Que la corrupción no puede ser tolerable si la ejerce la izquierda o si la aplica la derecha, según la perspectiva ideológica de los funcionarios de control, de los jueces o desde la subjetividad y preferencias de los periodistas de opinión. El crimen, la corrupción y la trampa deben ser denunciadas y perseguirse más allá de que el denunciante tenga trapo rojo, azul, púrpura, amarillo o verde. La trampa hay que acabarla así se beneficien de la denuncia los contradictores políticos. Lo contrario es maniqueismo y raya con el oportunismo ético y al final genera impunidad. Discrepo rotundamente del manejo que utiliza el columnista Héctor Abad en reciente escrito. No soy uribista pero no comparto el sesgo antiuribista venga de donde venga. Héctor Abad es de lo mejor en plumas y de lo más centrado en democracia entre los columnistas. Pero Uribe logra desesperar a algunos y los lleva a que pierdan la objetividad, que en este caso es lo más preciado que se debe tener. Dice que el expresidente Uribe magnifica los más pequeños sucesos como si "lo entusiasmaran y alegraran los actos de violencia". Se necesita entrar en la onda del furiantiuribismo para suponer que le puede alegrar lo que entristece a Colombia. Creo que Uribe es de derecha pero que le duele su país. Y no hay que caer en la trampa inversa de que los antiuribistas son todos comunistas, como se percibe en quienes ven en Uribe la perversidad per sé. Dice que si alguien se guiara por sus trinos "pensaría que estamos en medio de una guerra civil y de una gravísima amenaza para la estabilidad nacional".  Al fin qué? hay conflicto o no hay conflicto? A Uribe se le criticaba porque desconocía el conflicto y ahora se le critica porque lo evidencia. O es que ya se firmó la paz? Si es así, pues ni nos enteramos. Además lo acusa de ser el que perjudica la “confianza inversionista” que tanto le preocupa, al estilo de quienes señalan a los medios de generar violencia por reflejarla. Uribe también tiene derecho a denunciar y sus denuncias tienen que ser investigadas. Se puede caer en miopía de opinión como la que le endilga a Uribe el columnista sí se cree que lo bueno para Colombia es lo que no le sirve a Uribe y que lo malo para Colombia es lo que le sirve Uribe. Aquí hay que tener la cabeza tranquila si no se quiere caer en los extremos. Seguro que Uribe ha sido miope y seguro que la guerrila también, pero en este caso el columnista parece haberse contagiado. Uribe es un fenómeno de masas y es una concepción derechista de la democracia pero no se puede caer en la concepción izquierdista infantil de que todo lo que diga es facho o que lo que denuncia no merece atención. Ni que todo lo que denuncie tiene oscuras y perversas intenciones. Gran favor se le hace a la corrupción y a la trampa si se termina cohonestando con ellas porque las denuncia Uribe. Eso es caer en la trampa de Uribe y de muchos uribistas de que quien no está conmigo está contra mí. No se puede perder la cabeza, No se puede perder la objetividad ni por mil Uribes que existan. Ni por rabia en el corazón contra el expresidente. Ya bastante tenemos con que el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro haga lo mismo pero desde la otra orilla, para que los columnistas que admiramos y leemos caigan en la trampa del absolutismo. No solo es camorrero Uribe. La mermelada es violencia contra la democracia. Eso es ser camorrero pero solapado. Es violento que a nombre de la paz se fomente la corrupción política, que es lo que se ve reflejado en las pasadas elecciones. Es violento utilizar las casas en el aire para aumentar votaciones de Rodrigo Lara Restrepo. Es violento hacer campañas sucias como lo hizo Roy Barreras, el estandarte parlamentario del gobierno. Y es violento decir que se quiere la paz mientras se practica lo mismo que origino la guerra: la trampa oficial.
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