Una de las mejores definiciones de la política es aquella que la describe como el espacio natural donde se resuelven de manera pacífica las contradicciones propias de una sociedad. Es entonces de su naturaleza el que existan confrontaciones verbales, diferencias de conceptos, de visiones, de posiciones sobre casi todo lo que tiene que ver con la vida individual y colectiva de hombres y mujeres que hacen parte de una Nación. Pero si además, aquellos que se dedican a esta profesión la entienden como una misión que busca el bienestar de la sociedad, se espera una cierta forma de resolver las diferencias de una manera que se ajuste a los cánones que dictan las buenas maneras. Con frecuencia se trata de debates de fondo sobre problemas trascendentales entre individuos que tienen ideologías distintas y que ven la vida de manera diferente. Obviamente, se excluyen por definición a aquellos que ejercen la política como un negocio para su beneficio personal. Esos, en sentido estricto de la palabra, no deberían llamarse políticos.
A su vez, la máxima posición política a la que puede llegar un individuo es la Presidencia de su país. Es un gran honor pero también una de las máximas responsabilidades posibles; es el gran desafío de ser tomado como ejemplo. Por algo se llega al mayor nivel de poder posible y el comportamiento personal no pasará inadvertido porque siempre será una figura pública, aún cuando haya dejado ese alto cargo. En todo el mundo, los ex presidentes son personajes que ya hicieron historia y seguirán en la mira pública hasta su muerte. Además, en Colombia siguen jugando un papel político importante y tan protagónico que se pueden volver incómodos aunque nadie se atreva a decírselos.
Por las consideraciones anteriores es absolutamente insólita la posición que ha adoptado el ex Presidente Álvaro Uribe Vélez, quien dejó la Primera Magistratura con un altísimo nivel de popularidad, y un gran reconocimiento de muchos sectores del país que hicieron caso omiso a los múltiples escándalos que surgieron en su momento y que ahora han ocupado páginas enteras en la prensa nacional. El ex Presidente tiene todo el derecho de defender su gestión y de responder a los ataques que le hacen a él y a sus hijos, que ya fueron objeto de debate en el Congreso de la República. Pero hay instancias para ello, hay maneras y vocabulario para hacerlo. Y definitivamente no debe ser a través de Twitter, ni con insultos y palabras fuertes, como se espera que se comporte todo un ex presidente de la República. Creo que en Colombia no se había visto una situación igual.
Y como el mal ejemplo cunde, ahora también les ha dado a ciertos personajes vinculados directa o indirectamente con el poder financiero o político, por insultar a aquellos con los que mantienen diferencias. Colombia ha sido siempre un país de gente amable, cordial y de buenas maneras, donde todo se puede decir con educación sin perder la fuerza. No dilapidemos esas cualidades que tanto necesitamos ahora que tenemos muy bien ganada la fama de violentos. Una cosa es defenderse en las instancias y con los medios que permite la ley y las buenas costumbres y otra, insultar duramente olvidándose de la majestad que un ex Presidente representa para un país.
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Los insultos en la política
Lun, 27/12/2010 - 00:00
Una de las mejores definiciones de la política es aquella que la describe como el espacio natural donde se resuelven de manera pacífica las contradicciones propias de una sociedad. Es entonces de su